El difícil futuro del jazz

En la muerte de Chick Corea

Como pasa con el teatro, he oído hablar desde siempre de la crisis de la música de jazz. Después del auge que tuvo en las décadas de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado, en los sesenta apenas se programaba en los grandes medios, silenciada por el pop y el rock, y en los setenta los grandes mitos empezaron a despedirse de la vida: Louis Armstrong en el 71, Duke Ellington en el 74, Charles Mingus en el 79…

Y otros lo harían en las décadas siguientes: Thelonius Monk, Charlie Parker, Dizzy Gillespie, Count Basie, Benny Goodman, Chet Baker, Miles Davis, Tete Montoliu, Ella Fitzgerald

Así que ahora, en ausencia de aquellos grandes nombres que fueron referencias de esta música durante décadas, ya nos quedan pocos que aún consigan mantener aquel espíritu que conservó el jazz en los corazones de una afición fiel como ninguna lo ha sido a cualquier otro género.

Uno de ellos, Chick Corea, acaba de dejarnos a los 79 años. Aún están ahí Wynton Marsalis, Norah Jones, Diana Krall… atrayendo y cautivando a multitudes en festivales y conciertos, y vendiendo también apreciables cantidades de discos y CDs, un mérito en la era de Spotify  y You Tube. Pero ya nada es lo mismo.

De cuando el jazz era jazz

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Este espíritu de fin de época, nostalgia de un tiempo que ya no volverá, es el que respiran las páginas de «Tocar la vida» (Alianza editorial), un libro de reciente aparición que recoge trabajos publicados desde 1973 en periódicos y en revistas especializadas (con algún que otro inédito) por Chema García Martínez, uno de los mejores y más documentados críticos españoles de jazz.

García Martínez afirma sin ningún rubor que el jazz es la mayor aportación del género humano a la cultura del siglo veinte y de ahí su fe, pese a todo, en que no es el jazz el que está en peligro sino la continuidad de la tradición. «El verdadero problema – le dice el empresario George Wein, fundador del festival de Newport- es que los grandes nombres del jazz son cosa del pasado».

También para García Martínez esos nombres son cosa del pasado (califica a Keith Jarrett como el último grande), pero cree, sin embargo, que mientras haya músicos que quieran tocar, habrá jazz. 

Hay en este libro capítulos dedicados a músicos raros, a metódicos y a lunáticos. Uno de los más fascinantes es el que se ocupa de «Los malditos», los músicos que, a pesar de su calidad, no consiguieron la continuidad o el reconocimiento que merecían.

Aquí está Malik Yaqub, considerado un día como el mejor saxofonista de jazz del mundo, encarcelado por negarse a ir a la guerra de Vietnam y que terminó viviendo de la caridad de los viandantes que arrojaban monedas en el interior de su vieja maleta abierta mientras tocaba en las calles de Nueva York.

O Giuseppi Logan, quien fue en los sesenta uno de los jóvenes innovadores del género y, según algunos, «lo más importante que le ha sucedido al jazz desde Coltrane», que terminó durmiendo bajo los puentes y alimentándose de los restos que encontraba en los cubos de basura después de horas de tocar en un banco de la Plaza Tompkins. 

En el libro hay sobre todo entrevistas y semblanzas de músicos, crónicas de conciertos (genial la del último de Frank Sinatra en España en 1986, en el Bernabéu), reseñas de discos, obituarios (excelente el de Randy Weston, marcado por el sentimiento de la pérdida de un amigo)… pero también tienen interés los recuerdos de las experiencias del crítico, sus viajes y sus vivencias personales con grandes músicos de jazz, los detalles que rescata de su memoria, como la herida en los labios del trompetista Freddie Hubbard, la polémica provocada por un asistente a un concierto de Phil Ochs en Sigüenza porque, según el denunciante, el músico no había hecho jazz (una protesta que progresó e hizo que intervinieran las autoridades), los músicos que cumplen condena por diferentes motivos en prisiones como la de Soto del Real…

A algunos jazzmen Chema García Martínez los entrevistó poco antes de morir o a una edad avanzada: a Eubie Blake cuando tenía 95 años, a Toots Thielemans a los 89, a Benny Carter a los 82, a Ornette Coleman a los 77, a Sonny Rollins y Wayne Shorter a los 75…, todos ellos entonces en activo a pesar de la edad. Sus testimonios tienen el valor añadido de quienes vivieron la época dorada del jazz y los juicios y valoraciones que hacen ahora al contemplar el devenir de las nuevas estrellas.

Sorprenden aspectos poco conocidos, como la revelación que hace Wayne Shorter de que su amiga brasileña Elis Regina fue cantante gracias al apoyo que tuvo de Nat King Cole; el lanzamiento de la carrera del rockero Chuck Berry por Memphis Slim; la afición a boxear de Miles Davis; el incidente «racista» sufrido por Tete Montoliu al impedir la esposa de Lionel Hampton que un blanco formara parte de su orquesta, o el gusto de Sun Ra por el pasodoble. 

La dedicación a los músicos españoles está muy presente en varios capítulos del libro junto al protagonismo polémico del flamenco en el jazz contemporáneo. Tete Montoliu, Jerry González, Chano Domínguez, Jorge Pardo, Paco de Lucía y sus colaboraciones con Chick Corea… así como nuevos valores (o no tan nuevos) como Baldo Martínez, Toño Miguel, Joe Moro, Julián Sánchez

«Tocar la vida» es también una declaración de amor a un género musical al que el autor ha dedicado no pocos años de trabajo apasionado.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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