En un lugar del planeta de cuya mancha no quiero acordarme

En un lugar del planeta de cuya Mancha no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía y vive, en diferido, una dama de las de peineta y mantilla, bronceado UVA, lengua floja y bagatelas varias.

Lucas León Simón

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Una descalificación por “nazi” a sus adversarios los lunes, salpicón de chulería fascista las noches, duelos y quebrantos los sábados en las ruedas de prensa, lentejas etarras los viernes, algún palomino descalificador de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su tiempo. El resto della concluían sayo de velarte para justificar lo injustificable, calzas de velludo para acompañar los negocios miles de su consorte con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con las hipotecas que, decía, “pagaban los de su partido aunque no comieran”. De lo más fino.

Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y un marido que estaba a la que saltaba detrás de las privatizaciones que salían en el terruño y alrededores liberales, por obra y gracia del partido de la extremosidad derechosa, que así ensillaba el rocín como tomaba el hospital público.

Frisaba la edad de la hidalga entre cuarenta y cincuenta y era de armas tomar entre las de su banda. Lo mismo ponía de los nervios a la vicepresidenta que competía en chulería e insinuaciones de a ver “quien está más buena” con las marquesas consortes de la Villa y Corte, era de ideología recia, abrupta y directa al negocio, dura de rostro y faz y pelín sabihonda. Quieren decir que los ovarios se le hacían un lío cuando quería explicar lo que no tiene explicación, entre finiquito y diferido, o entre Nazi además de Etarra, cuando alguien amenazaba el buen nombre de sus muchas cuentas o sueldos directos, nada de diferidos, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que la tal dama nadaba en el ejercicio de poder entre las más calientes aguas de un mar de sobres rellenos y de comisiones de empresarios sin anotar.

Es, pues, de saber, que esta hidalga, los ratos que estaba ociosa se daba a leer apuntes manuscritos o libros de caballerías corruptas, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el vestirse de mantilla y peineta de blonda para ver al Papa, y aun la administración diferida su hacienda genovesa; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que se olvidó de la tragedia de muchos miles de ciudadanos, desahuciados de sus facendas, por mor de hipotecas de caballería medieval porque la claridad de su mente estaba llena de nazi de relleno y aquellas intrincadas razones suyas le parecían de perlas a los banqueros en forma de molinos y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: «»Los votantes del PP dejan de comer antes de no pagar la hipoteca”.

La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fachura. «.

Ahora está en China, invitada en un congreso, y mientras, sus hidalgos compatriotas se han vuelto autótrofos. Se alimentan de ladrillos.

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