En los Estados Unidos, terminada la Segunda Guerra Mundial, el tránsito entre las décadas de los cuarenta y los cincuenta del siglo veinte fueron años convulsos en los que se mezclaban la guerra de Corea, la caza de brujas del senador McCarthy, la lucha por los derechos civiles de la población negra y el nacimiento de la sociedad de consumo.
El incremento de la producción industrial provocó la migración de trabajadores negros de origen rural desde el sur del país hacia las grandes ciudades del norte, a las que llevaron la música de blues que había nacido en las plantaciones esclavistas y el góspel de las iglesias.
Las verdaderas estrellas eran entonces las del cine, donde triunfaban James Dean, Marlon Brando, Marilyn Monroe y Humphrey Bogart. Muy pronto iba a nacer otra galaxia, esta vez en el mundo de la música donde, certificada la decadencia del jazz, los protagonistas eran los vocalistas crooner tipo Frank Sinatra, Perry Como y Tony Bennett.
Pero a los jóvenes esa música les aburría y buscaron alternativas en el blues de los músicos negros (John Lee Hooker, B.B. King, Louis Jordan) y en un country & western remozado por los nuevos intérpretes del género. La mezcla de estos dos estilos, interpretada tanto por músicos negros como blancos, resultó explosiva y colaboró entre otras cosas a arrumbar prejuicios raciales.
Un discjockey de Cleveland (Ohio), Alan Freed, creó un programa de radio para este nuevo estilo y lo llamó «Moondog’s Rock and Roll Party». Era la primera vez que se utilizaban juntas las palabras rock and roll, términos con los que los músicos de rythm and blues definían el acto sexual. Muy pronto las canciones de aquellos cantantes causaron sensación entre los jóvenes y se convirtieron en grandes éxitos de ventas.
El rock and roll irrumpió en un contexto social en el que, superadas las mayores dificultades económicas de la postguerra, se vivían unos años de prosperidad económica en los que la radio, el cine y las juke-boxes facilitaban la difusión de las canciones de los nuevos ídolos de la música. Un estilo que, además de romper estéticas anteriores, era la forma en la que las nuevas generaciones manifestaban su inconformismo, exigían libertades y reivindicaban cambios sociales. Como música no era una gran novedad. Se trataba de una mezcla de géneros y estilos que tenían vida autónoma (el rithm and blues, el country, el boogie-woogie) una de cuyas novedades más interesantes fue la de ser en algún caso músicas de origen negro interpretadas ahora por cantantes blancos.
En uno de los libros más completos sobre la historia de la música pop-rock («Yeah!, Yeah!, Yeah!. La historia del pop moderno») Bob Stanley dice que el rock and roll vino a salvar las brechas que después de la Segunda Guerra Mundial separaban a los jóvenes de los adultos, a los blancos de los negros, a las culturas de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Eran los años cincuenta, y el rock and roll también recortaba diferencias, además, entre el arte y el comercio y tendía puentes entre la alta cultura y la cultura de masas. Quienes más colaboraron a todo esto fueron los pioneros del nuevo género.
El primero que hizo del rock and roll un género revolucionario fue Bill Haley, un cantante blanco de Detroit con cara de niño y un rizo pegado con fijador en medio de la frente, que cantaba acompañado del grupo The Comets. Con «Shake rattle and roll» y sobre todo con «Rock around the clock» puso patas arriba el panorama musical norteamericano. Cuando se proyectó la película del mismo título, los espectadores bailaban en los pasillos de las salas y algunos llegaron a arrancar las butacas. Sus actuaciones en directo eran verdaderos acontecimientos. Murió el 9 de febrero de 1981.
Eddie Cochram debe su popularidad a una película, «The Girl Can’t Help It», en la que aparecía cantando «Twenty flight rock». Fue contratado por Liberty, compañía con la que grabó «Summertime blues» y «C’mon everybody», que lo convirtieron en uno de los grandes del rock and roll, sobre todo en Europa. Murió en 1960 en un accidente de coche en Inglaterra cuando viajaba en taxi con Gene Vincent, quien resultó ileso.
Aquella vez Vincent tuvo la suerte que no había tenido unos años antes cuando otro accidente de coche lo dejó cojo de por vida. En 1956 había tenido un gran éxito con «Be-bop-a-lula», pero su carrera naufragó entre problemas burocráticos con sus managers y sus discográficas. Se recuperó en Inglaterra con algunos éxitos y una nueva imagen que fue muy imitada: vestido de cuero negro de la cabeza a los pies. Murió de cáncer en un hospital de Los Angeles en 1971, después de unos años en los que arrastró su figura decadente por escenarios miserables.
En 1953 un joven conductor de camiones de Memphis entró con su guitarra en una cabina de grabación de discos para registrar «My Happiness», una canción para regalar a su madre por su cumpleaños. Se llamaba Elvis Aaron Presley y el productor de Sun Records, Sam Phillips, quedó impresionado con su manera de cantar y de moverse. Le hizo firmar un contrato y le buscó actuaciones en la televisión para promocionar sus grabaciones. Lo que más llamaba la atención de aquel muchacho no eran tanto su voz y sus canciones como la forma que tenía de moverse en el escenario durante las actuaciones, en las que su cuerpo se contorsionaba al ritmo de la música en actitudes erótico-sensuales que enloquecían a las jovencitas.
En una de estas actuaciones lo vio un astuto manager-empresario que se hacía llamar coronel Parker, aunque ni siquiera era militar, que tenía una capacidad inusual para el marketing. Fue quien llevó a Presley a lo más alto y lo convirtió en una verdadera estrella. Compró por 40.000 dólares para la RCA los derechos que sobre Elvis Presley tenía Sun Records. «Heartbreak hotel», su primer disco con el nuevo sello, fue ya su primer número uno en ventas. El resto es conocido: discos, películas, éxito internacional, giras multitudinarias, programas de televisión que rompían récords de audiencia…
Los puristas afirman que en realidad Elvis Presley perjudicó al verdadero rock and roll y que su éxito se debía más a sus baladas, que podían pertenecer sin problemas al repertorio de Frank Sinatra o Perry Como. Pero no cabe duda que fue gracias a él que el rock and roll trascendió los circuitos en los que se movía y se convirtió en la música de una generación que le premió con el calificativo de «Rey» con el que se le conoce. Murió en 1977, con 42 años, debido a los excesos de un tratamiento que seguía para perder peso.
La primera víctima de Elvis Presley fue Carl Perkins. Hijo de una familia pobre de aparceros de Tennessee, su canción «Blue suede shoes» iba a ser su primer hit pero se convirtió en uno de los mayores éxitos del género cuando Elvis Presley la grabó, arrebatando a Perkins el protagonismo. El alcohol y un accidente de coche en el que murió su hermano hicieron que abandonara la música a la que regresaría durante un tiempo, cuando los Beatles y Eric Clapton reivindicaron algunos de sus temas. Murió en 1968 a los 65 años.
Antoine Domino, conocido como Fats Domino por su gordura, venía de Nueva Orleans. Su primer disco incluía una canción en la que jugaba con su apodo, «Fat man», con el que vendió más de un millón de copias. Contaba con la colaboración de Dave Bartholomy, un extraordinario compositor que hacía los arreglos de sus canciones. Fats Domino participó en cinco películas y vendió millones de discos. Su popularidad llegó a todo el mundo. Entre sus temas más conocidos, «Whole lotta loving» y «Blue Monday». Estuvo a punto de morir a causa del huracán Katrina en 2005, cuando desoyó la orden de evacuar su barrio de Nueva Orleans. Sobrevivió aún doce años: murió el 24 de octubre de 2017.
Richard Penniman, conocido en el mundo del rock and roll como Little Richard, era el tercero de catorce hermanos de una humilde familia de Macon (Georgia). Se formó como músico en los coros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día y como showman en el espectáculo de un charlatán de feria llamado Doctor Hudson.
En 1955 grabó un tema titulado «Tutti frutti» después de cambiar, por presiones de sus productores, una letra llena de obscenidades. La letra comenzaba con A-wop-bop-a-loo-bop-a wop-bam-boom, un grito de guerra, símbolo de un género musical que arrolló todo lo que quedaba de las viejas baladas de los crooners y rescató del olvido a los supervivientes del blues. A «Tutti frutti» siguieron «Long Tall Sally», «Lucille», «Good Golly Miss Molly», «Slippin’ And Slidin’», Rip It Up», temas todos ellos que fueron adaptados por los jóvenes como himnos de una nueva cultura y versionados en los sesenta y los setenta por artistas de todo el mundo, incluidos Elvis Presley, Beatles y Rolling Stones.
El cine también registró algunos momentos inolvidables de Little Richard, como las películas «Mr. Rock and Roll» y «Don’t Knock the Rock», ambas de 1957, año en el que, durante un viaje a Australia se incendió uno de los motores del avión en el que viajaba y Little Richard prometió a Dios que si salvaba la vida abandonaba el rock and roll, lo que, en efecto, hizo a su regreso a los Estados Unidos (dos años después en el accidente de una avioneta perdieron la vida otros dos pioneros, Buddy Holly y Ritchie Valens). Declaró que había estado tocando la música del diablo, se hizo predicador y volvió a Georgia. En 1960 grabó canciones religiosas que se editaron en dos LP, y en 1961 un disco de góspel producido por Quincy Jones en el que participó Jimi Hendrix como guitarrista). No volvió a los escenarios y a las grabaciones hasta 1964, y entonces ya nada era igual que antes, aunque en sus directos mantuvo siempre una elegante decadencia. Murió el 9 de mayo de 2020.
El último pionero
La reciente muerte de Jerry Lee Lewis el pasado 28 de octubre en su casa de Memphis (Tennessee) a los 87 años, ha hecho que el mundo vuelva a hablar del rock and roll, el género más influyente de la música popular contemporánea. Era el último representante de la generación de músicos y cantantes que alumbraron la revolución del rock and roll en los años cincuenta del siglo pasado, el género que más influyó en la música popular contemporánea y formó parte importante de la cultura del siglo veinte.
Una actuación de Jerry LeeLewis era el espectáculo más impresionante del mundo del rock and roll, sobre todo por su forma de tocar el piano, con un ritmo enloquecedor para el que utilizaba las manos, los pies, incluso la cabeza. Había llegado a Sun Records para una prueba y «Whola lotta shakin’ Goin’ on», grabada en una sola toma, vendió siete millones de copias. «Great balls of fire» y «High school confidential» fueron aún éxitos mayores.
Como película, «Great balls of fire» (con Dennis Quaid y Winona Ryder) tuvo aún un gran éxito cuando se estrenó en 1989. Jerry Lee Lewis tuvo que soportar la crítica puritana de la sociedad norteamericana y el boicot de las emisoras de radio cuando se casó con una joven de catorce años, Myra Gale, quien además era su prima. Se casó siete veces y dos de sus esposas murieron en circunstancias trágicas, como dos de sus hijos.
Pero en su carrera donde nunca faltaron los éxitos ni las actuaciones, las últimas, bien cumplidos los ochenta años, deja más de cuarenta álbumes grabados a lo largo de más de medio siglo, el último en 2014, «Rock and Roll time».
Una rareza para la historia: The million dollar quartet
4 de diciembre de 1956. En uno de los estudios de la discográfica Sun Records de Memphis, Carl Perkins, quien por entonces había llegado al número uno de las listas de ventas con una de las mejores versiones de «Blue Suede Shoes», grababa algunos temas para su próximo disco. Le acompañaban sus hermanos Clayton y Jay Perkins, también músicos, y el batería W.S. Holland. Aquella mañana el productor y propietario de la discográfica, Sam Phillips, había traído consigo a un pianista que por aquellos años desataba verdaderas oleadas de admiración en sus conciertos en directo tanto por su virtuosismo como por su espectacular manera de tocar el piano. Se llamaba Jerry Lee Lewis. Phillips quería que Carl Perkins estuviese acompañado en aquella grabación por aquel desconocido que extraía de su piano un sonido asombroso.
Aquel mismo día Elvis Presley, entonces el cantante de rock and roll más conocido en los Estados Unidos, pasó por los estudios de Sun Records para enseñarle a una de sus novias, Marilyn Evans, cómo era uno de los templos de grabación de la música que más se escuchaba en el país, aquel donde se cocían aquellos discos que ella compraba cada semana, cómo se grababan aquellas canciones que se bailaban en las salas de medio mundo.
Aunque ya no pertenecía a la casa discográfica (acababa de firmar uno de los contratos más espectaculares con RCA), Elvis era muy conocido entre los técnicos y los trabajadores de su antigua casa de Memphis, donde siempre era bien recibido. En su recorrido por los estudios de grabación con Mariln Evans llegó a donde Carl Perkins grababa su nuevo disco con aquel pianista del que había oído hablar y quedó admirado por su forma de tocar el piano y por el sonido que sacaba de él. Así que decidió entrar en la grabación. Cuando lo vieron llegar, los músicos lo invitaron a colaborar tocando el piano y haciendo coros para el nuevo disco de Perkins.
Antes de que Carl Perkins iniciara aquella sesión, en otro de los estudios del mismo edificio trabajaba desde la madrugada en su nuevo disco un cantante que por entonces comenzaba a tener cierto éxito en las listas de country and western. Se llamaba Johnny Cash. Cuando le desalojaron del estudio por haber superado el tiempo asignado para aquella jornada y se dirigía hacia la calle, por los pasillos del edificio aquel joven escuchó la música que salía de uno de los estudios de grabación y quedó prendado de aquel sonido. No pudo resistir la tentación de ver con sus propios ojos a los intérpretes de aquella jam session y se coló en la sala. Fue invitado también a participar en aquella grabación improvisada.
Por indicaciones de Sam Phillips uno de los técnicos que atendía la grabación llamó a un fotógrafo amigo suyo que trabajaba para un periódico de Memphis para que tomase imágenes de aquella sesión en la que participaba nada menos que el gran Elvis Presley y el actual número uno de las listas de éxitos Carl Perkins. Gracias a él han llegado hasta nosotros las instantáneas impagables de aquellos cuatro grandes de la historia de la música pop reunidos en una grabación mítica.
Aquel periódico, el «Memphis Press Scimitar» publicó al día siguiente un artículo firmado por su editor Bob Johnson titulado «Million Dollar Quartet», nombre con el que desde entonces se conoce aquella sesión histórica. Con los años la grabación se convirtió en una leyenda de cuya existencia real muchos dudaban.
En 1969 Sam Phillips vendió Sun Records al productor Shelby Singleton, quien rebuscó en las miles de cintas grabadas durante años y acumuladas en almacenes y sótanos de la discográfica. Así fue como dio con aquella vieja grabación de cuatro cantantes que a finales de los sesenta eran ya muy populares en todo el mundo. Veinticinco años después de aquella fecha, en 1981, se editó por primera vez y sólo para Europa, un disco de diecisiete canciones con el título genérico de «Million Dollar Quartet». No fue hasta que se cumplieron cincuenta años, en 2006, cuando se decidió editar la grabación tal como se había desarrollado. Son 47 cortes de canciones, charlas, bromas, improvisaciones, versiones de temas conocidos y hasta villancicos.
Escuchar sesenta años después de aquella sesión este doble CD puede resultar frustrante (apenas hay temas completos y las conversaciones ocupan demasiado espacio) pero es toda una experiencia para mitómanos y aficionados, que pueden tener la sensación de estar allí en aquel momento histórico.
En 1982 Perkins, Lewis y Cash (Elvis había muerto en 1977) se reunieron en Alemania para rememorar en directo aquella sesión de 1956 bajo el título de «The survivors live», y en mayo de 1985 añadieron a Roy Orbison para que sustituyese a Elvis Presley en una grabación que se hizo en el mismo estudio de la sesión de 1956. Esta última se editó con el título de «Class of 55». Ambas grabaciones fueron rotundos fracasos. Pero queda la original, que al tiempo de mantenerse como una leyenda conserva el valor documental de un momento histórico.
Magnífico, directo, ilustrativo, dinámico y como siempre la rotundidad del buen uso de un español que todo el mundo entiende, un gran artículo. Enhorabuena una vez más.