Margarit llegó tarde a la poesía. En esa cadencia uniforme que trae la madurez cuando la expresión escrita es algo más que una conjunción de palabras.
Detrás de su dolor inconmensurable por la pérdida de su hija Joana, encontró en los versos la forma única de unirse a la secuencia de la vida; esa que sucede sin avisar. La inmensidad de sus estrofas nos hizo de tarde en tarde preguntarnos, cómo este arquitecto, experto en cálculo de estructuras podía rozar la belleza con breves líneas hechas a medida.
Y entre tanto, en esos años, libro tras libro, advirtió el éxito sin alharacas, además de un premio Cervantes en el 19 que supo encajar como todos los que son humildes porque saben. Esa sabiduría que colma a los todavía aprendices y nos deja inermes ante el escándalo de sus versos.
Y sí, Joan Margarit se ha ido y con él, la pausada voz que relataba aquello que le hizo tanto sufrir. Hoy, en la espera del final de la vida, como él llamaba a esto que referimos como muerte, nos deja un legado único que muchos descubrirán hoy porque no se prodigaba demasiado. El cáncer linfático le arrancó hasta sesenta versos inmensos que podremos leer a título póstumo, en este año aciago en donde hemos visto desfilar como si de una película se tratara, a otros que han dejado de estar entre nosotros.
Una de las frases que más me conmovieron en las numerosas entrevistas que dio fue la que decía que trabajaba para consolar a la gente solitaria; que somos todos, apostillaba, con quienes se sentía identificado en dos leguas y esa en la que se refería a su hija fallecida; ese dolor inmenso con el que esperaba reconocerla cuando le tocara el día en esos versos llenos de ternura y grandeza espiritual.
“La muerte no es más que esto: el dormitorio,
la luminosa tarde en la ventana,
y este radiocasete en la mesita
-tan apagado como tu corazón-
con todas tus canciones cantadas para siempre.
Tu último suspiro sigue dentro de mí
todavía en suspenso: no dejo que termine”.
El poeta catalán y también castellano, coño, remarcó alguna vez, se ha marchado ya con ella. Sit tibi, terra levis, admirado Joan. ¡Vaya revuelo que tengo hoy en el alma!
Siempre he tenido conciencia de que, para mí, la poesía se extendía por toda la vida. La prisa, pues, no ha formado parte de mi relación con el poema. El juicio final lo hará el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde sólo -y no es poco- el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos. Ninguno de nosotros contamos mucho, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad.
Joan Margarit
(Del prólogo a la primera edición de Tots els poemes 1975-2011, Grupo 62, labutxaca)