Se cuenta que cuando fue condenado a la guillotina durante la Revolución Francesa, el químico Lavoisier de Désérable esperaba su turno en el patíbulo leyendo un libro que había llevado consigo y que no dejó de leer hasta que lo llamó el verdugo. Entonces se sacó del bolsillo un marcapáginas y lo puso cuidadosamente donde había dejado la lectura, como si fuera a continuarla más allá de la muerte.
En un reciente número de la revista científica Social Science & Medicine un equipo de investigadores de la Universidad de Yale, dirigido por la profesora de Epidemiología Becca R. Levy, ha divulgado un trabajo en el que se demuestra que leer alarga la vida, y que cuanto más se lee, más se prolonga ésta.
Según esta investigación, quienes leen unas tres horas y media a la semana viven un 17 % más que quienes no leen nunca. Y los que dedican a la lectura más tiempo pueden alargar sus vidas hasta un 23 %.
El trabajo científico se llevó a cabo durante 12 años sobre 3.635 personas, teniendo en cuenta, para las conclusiones finales, factores correctores como el sexo, la raza y la salud, y variables como la educación y las habilidades cognitivas de las personas investigadas. No hay noticia de que se trate de una investigación promovida por las editoriales y las librerías. Estas últimas, además, podrían tener a partir de ahora una nueva competencia (otra) en las farmacias.
El eslogan “Quien lee vive más” se utilizaba hasta ahora para recordar aquella vieja máxima de que el lector vive, además de su vida, aquellas de los protagonistas de las historias que se cuentan en las novelas y en los relatos que pasan por sus manos, una reflexión que ya había hecho George R.R. Martin, el autor de las novelas en las que se inspira “Juego de tronos”, cuando afirmaba que mientras un lector vive mil vidas antes de morir, el que nunca lee sólo vive una. Jorge Luis Borges, a quien le gustaba decir que estaba más orgulloso de los libros que había leído que de los que había escrito, se refería a eso mismo cuando compuso aquellos famosos versos dedicados a Matilde Urbach, personaje de una novela de William Joyce Cowen: “Yo, que tantos hombres he sido…”.
La novedad del eslogan “Quien lee vive más” es que a partir de ahora se puede afirmar también que la lectura alarga no sólo la vida de la imaginación de los lectores sino también su vida biológica; que quienes leen, en efecto, viven más, con lo que queda automáticamente transformada en realidad científica aquella instancia de Gustave Flaubert: “Lee para vivir”. El francés Charles Dantzig afirma en su libro “Por qué leer” que cuando se dice que al leer matamos el tiempo es porque durante la lectura el tiempo no existe: leer es una sensación de eternidad.
No sé hasta qué punto serán ciertos los resultados de la investigación que citábamos más arriba, pero yo siempre he pensado que la lectura, efectivamente, inyecta vida. Personalmente, cuando leo tengo la sensación de sentirme más vivo. Para mí, leer no es un sucedáneo de la vida sino que es vida. Y que la acción de leer es, además, una liberación, un espacio de libertad. En su obra “Para qué sirve la literatura”, Antoine Compagnon afirma que los seres humanos leemos porque, aunque leer no sea indispensable para vivir, la vida es más agradable, más clara, más rica, para aquellos que leen que para quienes no lo hacen. En resumen, que leer hace a los hombres más libres y más felices. Es una realidad que las personas libres y felices viven mejor y que, por lo tanto, es posible que vivan más. Y los lectores siempre buscamos en los libros felicidad y libertad, que casi siempre encontramos. Por eso no sería nada raro que leer alargue la vida.
Se atribuye a Marcelino Menéndez y Pelayo la condición de lector empedernido. Ciertamente, tengo para mí que sólo para escribir su “Historia de los heterodoxos españoles” tuvo que haber leído muchos de los libros que se escribieron desde la antigüedad hasta el siglo XX. En una ocasión, un periodista, con esa osadía con la que se inquiere a los intelectuales sobre lo divino y lo humano, le preguntó: “Don Marcelino, ¿qué es la muerte?”. A lo que Menéndez y Pelayo, sin dudarlo un instante, respondió: “La muerte… es el momento en que dejamos de leer”.
Pues eso. Si usted ha llegado hasta aquí en la lectura de este artículo, tal vez haya podido arañarle unos cuantos minutos a la muerte. Que los disfrute. Leyendo, por favor.
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