Si, pongamos por caso, usted se encuentra de vacaciones en París y está en disposición de gastarse lo que no está escrito en un almuerzo con vistas al Sacré-Cœur pero, por lo que sea (una noche de amor de las que dejan huella, por ejemplo), se ha levantado con ojeras y cara de acelga, mejor que deje para otro momento el piscolabis que se había prometido en el restaurante Georges del Centro Pompidou (distrito 4, también conocido como Beaubourg).
En Georges, las mesas no se adjudican por orden de llegada sino de acuerdo con el físico de los clientes.
Según el testimonio de unas antiguas camareras del muy chic establecimiento situado en la sexta planta del Museo Nacional de Arte Moderno, el personal ha recibido la consigna de colocar a los clientes “feos” al fondo de la sala y dejar las mesas de delante para los “guapos”.
Salvo… salvo que el feo sea una estrella del cine, la canción, los negocios o la política: en ese caso, el maitre y su ejército de camareros deben hacer abstracción de sus reglas estéticas y buscarles la mejor mesa, la que mejor se ve al entrar.
En el artículo del Canard Enchainé, titulado “Los guapos delante, los feos detrás”, dos excamareras del restaurante Georges cuentan como se “selecciona”: los feos “son imperativamente colocados en los rincones, donde se les vea lo menos posible”. Por lo visto, a veces es el propio dueño del local, Gilbert Costes, quien acude a echar un vistazo y recuerda la consigna: “repite machaconamente los principios de la casa, de los que se siente muy orgulloso porque es quien lo ha inventado”.
Cuando la publicación se ha dirigido a uno de los responsables del restaurante, no lo ha desmentido aunque ha contestado con un brindis al sol: “Resulta complicado contestar a eso”.
Ante las preguntas del diario Le Parisien, que ha retomado la información, la dirección del Grupo Costes se ha negado a hacer ningún comentario.
Mi tasa de incredulidad acaba de alcanzar niveles insospechables estableciendo un récord que me deja patidifuso… ¡vaya mierda de mundo!