El ser humano puede ser acusado, con razón y sin ella, de multitud de actitudes perniciosas, pero no podemos restarle la gran capacidad que tiene de adaptación y de perdón en su afán por seguir hacia delante. Siempre pensamos, y eso es genial, en una ocasión más, en una oportunidad añadida, en que podemos mejorar, reconciliarnos, apostar por el futuro en definitiva.
Metemos la mata más de la cuenta, repetimos errores, nos enfrentamos por necedades o nimiedades, pero, en el fondo y en la forma, tenemos fe y fomentamos el anhelo de querer y de querernos por encima de todo en la convicción de que las circunstancias pueden mejorar, y, de hecho, con el paso de las diversas etapas, así es. Nos movemos hacia triunfos variopintos, y no hablo, en exclusiva, de visiones materiales o materialistas. Por fortuna, mejoramos.
En Legión, una obra excepcional, Gabriel como arcángel humanizado, destaca que es fácil enamorarse de los humanos, pese a sus contradicciones. Somos capaces de lo mejor y de lo peor (eso señala él, y es pura verdad). Lo relevante es que, en el acumulado de los años, queda esperanza y un magnifico quehacer. Hacemos posible y viable el porvenir ganando la partida a las eras difíciles.
La mayoría de las religiones modernas, en lo que respecta a su lenguaje civil, aluden a la compasión, a la bondad, al amor y al perdón como base para una reconciliación sincera que nos conduzca por sendas de progreso, de equilibrio y de felicidad. Casar las actitudes e intereses es básico para afrontar el día a día con provecho.
No es sencillo perdonar, porque cada cual, como dijo el filósofo, tiene sus condiciones propias, y éstas nos definen a la hora de tomar decisiones y de afrontar la existencia con una posición u otra. La generosidad es el cimiento de toda construcción colectiva, social, o entre individuos considerados como una relación de punto a punto, en régimen de igualdad. Sin una manera de comportarnos entregada a los demás no es factible el entendimiento.
En esta época de conflictos que nos ha tocado, que nos toca, experimentar, podemos, podremos, superar la crisis actuando de buena fe, con ausencia de malicia, que se diría en la clásica película, buscando desde la mejor intención el avance del conjunto, esto es, los logros mancomunados. El coste de las malas interpretaciones y de los peores hechos es tan alto que no podemos consentirlo.
Hay quien piensa que la auténtica meta está en provocar conflictos y en salir victoriosos de ellos. La historia nos subraya que pocos salen indemnes de las pugnas. Siempre persisten heridas y cicatrices, con las pérdidas de inocencias que ello supone. Vamos, con el transcurrir de los años, acumulando posos que, cuando son deficitarios, acaban pesando más de la cuenta.
Estímulos
Hemos de bregar, pues, por las opciones que nos determinan desde las estructuras profundas y convertidas a través de la verdad en ese pasaporte hacia la dicha que nos recrea en situaciones dulces y estimulantes. Las precisamos para la armonía que nos sana. El aroma ha de ser grato.
Perdón no es exactamente olvidar. Si acaso, se trata de dejar atrás la carga de fractura, pero siempre teniendo presentes los posos de las experiencias, que tanto nos brindan, sobre todo el no repetir los errores al tenerlos en consideración. No rememorar alberga el peligro de volver a reiterar lo nefasto. El fin de nuestras existencias ha de ser el de progresar evitando los equívocos anteriores.
Debemos fomentar el entusiasmo y aminorar lo pésimo. Nos hemos de acostumbrar a subir los peldaños del consenso. Para eso, para conjurarnos en lo deseable, para dejar fuera de juego los malos instantes, para darnos confianza y beneficios, hemos de soslayar los enfrentamientos y los tropiezos desde la tarea de la conversión por lo humano. Imponer el perdón es un esfuerzo a medias, puesto que éste suele desarrollarse de una manera natural cuando lo hacemos aflorar desde vertientes refrescantes y unidas por la paz y la justicia. En ellas está el perdón, en este caso sí, como elemento sustancial y con mayúsculas. En esta crisis es buena parte del itinerario. Aguarda, indudablemente, un nuevo impulso.