Transgénicos germinan en los Balcanes

Este año, el verano en los Balcanes fue agradable y cálido, dejando abundancia y suficientes alimentos sobre la mesa. Pero la población se queja de que los tomates «no tienen el mismo sabor de antes», las sandías están demasiado aguadas, las coles son difíciles de cortar y las cebollas ya no hacen llorar a nadie, informa Vesna Peric Zimonjic (IPS) desde Belgrado.

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Campaña de Greenpeace No compres transgénicos

Es un rumor indignado, que resuena en los foros populares y en las redes sociales de Internet en Serbia. Se acusa a los agricultores de rendirse a las presiones de los importadores de semillas y de hacer a un lado las especies autóctonas que hasta ahora les daban buenos resultados.

«Actualmente hay pocas posibilidades de constatar si lo que uno compró es un tomate real cosechado localmente», dijo Jasmina Zdravkovic, del Instituto de Agricultura en la central ciudad serbia de Smederevska Palanka, unos 63 kilómetros al sudoriente de Belgrado.

«Lo más probable es terminar con uno cuyo centro sea blanco e incomible. Esto se debe al gen que se introdujo para mantener firme al tomate», explicó a IPS. Esos tomates nunca están maduros; solo se vuelven rojos por afuera, agregó.

Según Zdravkovic y expertos de la Facultad de Agricultura en la Universidad de Belgrado, las especies originarias han perdido la batalla contra las grandes compañías internacionales productoras de semillas. El cultivo de especies nativas se redujo a huertos privados u otras áreas pequeñas.

Desde 2000, cuando se levantaron las sanciones internacionales impuestas a Serbia tras la guerra de 1998-1999 en Kosovo, las semillas importadas irrumpieron sin ningún control ni oposición en el mercado serbio. Las híbridas, producidas por gigantes biotecnológicos como Monsanto, DuPont o Syngenta, asumieron las riendas por completo.

Según las últimas estadísticas de la Cámara de Comercio, el país importó 230 toneladas de semillas y materiales de multiplicación por valor de 810.000 dólares solo en los primeros tres meses de este año.

«En estas circunstancias, no hay esperanzas de que se produzca comercialmente ninguna especie autóctona», dijo Djordje Glamoclija, de la Facultad de Agricultura, en diálogo con IPS.

Sin embargo, el país viene desarrollando un esfuerzo sostenido por preservar su patrimonio fitogenético.

Un programa nacional para la conservación y el uso sostenible de esos recursos está en sus etapas finales. Y una de sus principales propuestas es consolidar un banco genético nacional.

Los recursos fitogenéticos de Serbia actualmente están «dispersos por el país, en institutos agrícolas y facultades», dijo Milena Savic, futura directora del banco.

La colección nacional tiene 5.000 muestras de 273 especies de plantas nativas de Serbia. «Ellas representarán la base para los recursos fitogenéticos, a tono con la política nacional y mundial de preservar especies originales», señaló.

«Hasta ahora, las muestras se han guardado para el mediano y largo plazo», dijo Savic a IPS, es decir a 20 y 50 años.

Los genes vegetales se mantienen en cámaras especiales, a temperaturas de 20 grados bajo cero, mientras que las muestras de plantas se conservan a cuatro grados.

Trabajando con estas especies originarias, Serbia espera desarrollar variedades mejoradas de semillas, cruzándolas con tipos de plantas de alto rendimiento. El país también es parte de la iniciativa regional de recursos fitogenéticos llamada Red de Desarrollo de Europa Sudoriental.

Al occidente de Serbia, las protestas en Croacia contra el dominio de las semillas importadas llegaron a su clímax antes de que ese país ingresara a la Unión Europea (UE), el 1 de julio de este año.

Esto continuó a lo largo del verano boreal: 18 organizaciones no gubernamentales reclamaron a las autoridades que impidieran «la codicia de las corporaciones multinacionales que amenazan con poner en peligro los recursos que representan los cimientos de la industria alimentaria croata».

Croacia ya no tiene ni una fábrica productora de semillas, y depende por completo de las importadas. Esa nación gasta 60 millones de dólares anuales en la importación de semillas y en materiales de multiplicación, según la Sociedad Croata de Agronomía.

Un particular motivo de preocupación fue la nueva regulación de la UE sobre ambas cosas, que requirió, en nombre del consumidor y de la seguridad alimentaria, el registro de todas las frutas, verduras y árboles antes de que pudieran reproducirse o distribuirse.

Finalmente, la regulación se cambió a raíz de presiones de organizaciones no gubernamentales europeas, incluidas las 18 de Croacia. Ahora permite que los dueños de huertas domésticas guarden e intercambien semillas no registradas, y que organizaciones pequeñas, con menos de 10 empleados, cultiven semillas que tampoco estén registradas.

«Las semillas representan la riqueza de hoy y de mañana», dijo Denis Romac, periodista y ambientalista croata.

«La producción propia de verduras sanas y cultivadas localmente significa la salvación para muchas personas en tiempos de crisis. No sorprende que la gente esté recurriendo a predios en las ciudades o incluso cultivando algo en sus balcones y jardines si es que los tienen», agregó.

La crisis económica del año pasado perjudicó mucho a la región. El desempleo en Serbia llegó a 27 por ciento de sus 7,22 millones de habitantes, y en Croacia alcanzó a 18,5 por ciento de su población de 4,26 millones.

Mientras, agricultores y dueños de huertas domésticas en Serbia han recurrido al método más antiguo pero a la vez más seguro: el de guardar semillas al final de una temporada para plantarlas en la siguiente.

«Me quedo con las semillas de un año a otro y las uso en el jardín», dijo Milentije Savovic a IPS. Él tiene varias hectáreas con huertos de diferentes verduras cerca de Belgrado, y vende lo que produce en el popular mercado verde de Kalenic.

En su puesto se puede hallar los populares tomates corazón de buey, distintas variedades de cebollas, pequeños frijoles perla, y melones «cerovaca» muy secos, que los más ancianos consumían en su juventud.

«En cuanto a las especies (autóctonas), no hay dudas de que son las mejor adaptadas a nuestro clima, suelo y medios de protección. Así que, ¿por qué cambiarlas si son buenas?», planteó Savovic.

Sin embargo, Glamoclija, de la Facultad de Agricultura, se mostró precavido al respecto. «No se debería confundir el cultivo de especies tradicionales o antiguas con las modernas tendencias del cultivo de alimentos saludables», dijo a IPS.

«Las especies cultivadas localmente y que están bien adaptadas necesitan buenos cuidados y una protección adecuada. Las frutas no tratadas pueden contener bacterias tóxicas en vez de pesticidas. Así que el llamado ‘regreso a la naturaleza’ puede ser como montar una bicicleta en el centro de una ciudad en medio de los gases emitidos por vehículos pesados», agregó.

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