La posición de la India ha sido peculiar en relación con la guerra de Ucrania, pero siempre adaptada a su tradición diplomática de no alineamiento con ningún bloque establecido. Reitera así su postura en lo que fue el Movimiento de los Países No Alineados durante la Guerra Fría. Es una potencial mediadora, pero Nueva Delhi tiene difíciles equilibrios que cree debe mantener a toda costa, incluyendo sus lazos con Moscú.
Para explicarlo, hay que recordar que la India soporta una permanente y delicada situación frente a Pakistán y China, ambas potencias nucleares como Nueva Delhi. Las disputas fronterizas, bipolares y trilaterales, son múltiples (Cachemira, Aksai Chin, Arunachal Pradesh, Sikkim, etcétera). Se suele sobreentender que –en lo que se refiere al conflicto cachemirí– hablamos de Pakistán e India; se olvida que China ocupa una parte (Aksai Chin) del viejo principado de Cachemira. Lo hace desde la miniguerra chino-india del verano de 1962, que empezó cuando tropas indias constataron que trabajadores chinos estaban construyendo una carretera en lo que Nueva Delhi sigue considerando territorio bajo su soberanía.
Pero las demandas territoriales de China hacia la India son más amplias que el área de Aksai Chin, de modo que en los últimos años no han faltado los incidentes en la llamada Línea de Control que separa ambos países. Sobre todo, en la zona nororiental del territorio indio, en áreas alejadas de Cachemira. Lo peculiar de dichos incidentes es que no han sido con armas de fuego, sino con piedras y palos, porque ambas potencias –nucleares, no se olvide– acordaron desarmar a los soldados respectivos cuando deben estar demasiado próximos.
El último choque conocido sucedió el 9 de diciembre de 2022; el más grave del que se tiene noticia aconteció en 2020 en el territorio de Ladakh (fronterizo con el Tibet de China): al menos una veintena de soldados indios murió, sin que se conozca nada sobre las bajas chinas. Algunos de esos soldados perdieron la vida en choques cuerpo a cuerpo o tras ser despeñados por sus enemigos desde las alturas montañosas.
Por la configuración democrática y pluralista de su sistema político, así como por las amplias comunidades de origen indio que viven en el Reino Unido, Canadá y Estados Unidos, lo mismo que debido a una amplia gama de asuntos económicos y culturales, los indios tienden a sentirse más próximos a los países anglosajones. Culturalmente, al menos.
Sin embargo, su base ideológica anticolonial tiende a alejarlos de Washington y Londres. Y su relación con Moscú siempre ha sido fluida desde los gobiernos de Jawaharlal Nehru: Nueva Delhi sigue siendo un cliente mayor de la industria del armamento ruso. Estos lazos con Moscú no se han roto nunca.
Una difícil neutralidad
En la Asamblea General de las Naciones Unidas, la India se ha abstenido sistemáticamente en las votaciones de condena a Rusia. Lo hizo a la hora de condenar la invasión, lo mismo que cuando Rusia declaró que integraba varias provincias ucranianas en su Federación; incluso al referirse a los fantasmales referendos organizados por Vladimir Putin para anexionarse zonas en las que ni siquiera estaba claro su predominio militar. Ese reiterado voto indio suele sorprender a muchos en los llamados países occidentales.
Se olvida que la reciprocidad y la memoria diplomática internacional son materias duras y duraderas. Durante décadas, la Unión Soviética usó su derecho de veto –en no pocas ocasiones– para amparar iniciativas estratégicas y militares de Nueva Delhi. Acciones militares que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX, tras la independencia india, como en la recuperación del territorio de Goa o en los sucesivos conflictos en Cachemira. También durante las guerras con Pakistán. Recuérdese que una de ellas terminó con la secesión de Bangla Desh (1971, bajo el gobierno de Indira Gandhi) que dejó de ser Pakistán Oriental.
A su vez, los gobiernos indios tampoco se desviaron de su política neutral apoyando al Kremlin durante las invasiones soviéticas –por tanto, rusas– de Checoslovaquia (agosto de 1968) y Afganistán (diciembre de 1979).
La India ha rechazado sumarse a las sanciones internacionales contra Rusia y es (ahora) el segundo mejor cliente del petróleo ruso, tras China. Esas importaciones de crudo se hacen a un precio inferior al tope acordado por la UE y EEUU (60 dólares el barril).
Diálogo, diplomacia y comercio
El Kremlin envió hace un mes a Nueva Delhi un listado de más de medio millar de productos que necesita con urgencia. Ahí se incluyen piezas para vehículos, aviones y trenes, que la industria rusa necesita para funcionar con normalidad.
En la exclusiva publicada por la agencia Reuters, se menciona que hay hasta doscientos tipos de piezas y material metalúrgico requeridos desde Moscú. El gobierno indio no ha respondido del todo. Lo ha hecho pidiendo que Rusia importe ciertas producciones indias. Nueva Delhi cuida su espalda para no exagerar su oposición y distancia hacia las sanciones occidentales decididas contra Moscú.
En las dos últimas décadas, las aproximaciones a Washington no han faltado, sin que la India haya llegado a cambiar las líneas fundamentales de su política exterior. Su pertenencia a la alianza QUAD (Quadrilateral Security Dialogue), promovida por Washington y que reúne a Australia, Japón, EEUU e India, no excluye los viejos lazos con Moscú. Para la praxis diplomatica de Nueva Delhi, la QUAD y los países que dialogan en ese foro –que se complementa con ciertas maniobras militares– es sobre todo una advertencia dirigida a Pekín.
La posición india es delicada y su primer ministro, Narendra Modi, cuida su idea de neutralidad. Lo más lejos que ha llegado ha sido a la cancelación de un encuentro con Putin previsto este mes. En otra ocasión, criticó declaraciones de éste que sugerían un posible uso de las armas nucleares. «No estamos en la era de la guerra», replicó Modi.
Ahora, Nueva Delhi vuelve a insistir en su idea de «diálogo y diplomacia» para acabar con la guerra en Ucrania.
Cuando escribo estas líneas, 26 de diciembre de 2022, Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, acaba de hablar con el primer ministro indio, Narendra Modi, para discutir «asuntos que tienen que ver con la actual presidencia india del G-20 (las mayores economías del planeta) y para pedir apoyo a su plan de paz de diez puntos ».
Anótese que Zelensky acaba de regresar de Washington, su único viaje al exterior desde que empezó la guerra, y que hace semanas pidió al G-20 que adoptara su plan de paz. En Kiev, se considera seriamente que dicho plan puede dar a luz la «fórmula de la paz».
No es la primera, ni la segunda, ni la tercera conversación que Zelensky mantiene con Modi desde que empezó la invasión. Esta vez ha vuelto a agredecerle la ayuda humanitaria –exclusivamente humanitaria– de la India a Ucrania. Pero en esta ocasión ha sido quizá más explícito al señalar que cuenta con la India para implementar la paz.