Una definición no debería consistir en un retazo de cosas dichas por otros. Los ‘puzzlegramas’, este conjunto de retazos, componen un mapa abstraído que no se fija sobre la realidad. Además, los conjuntos de retazos (por doquier) pueden ser meramente causa del capricho de la mayor o menor habilidad de quien encuentra o pretende completar una idea que carece de eco ni de resonancia interna para el individuo que la compone, pero peor aún, pueda basarse en un escrutinio de un desconocimiento incontrolado sobre la realidad que pretendidamente se quiere expresar.
Los compositores de música techno son exploradores del ingente material discográfico. Éste debería ser el ejemplo de cómo el producto de la mezcla recrea nuevas composiciones musicales, pero éste solo es un buen ejemplo por estar bien construido. Aunque con el mismo objetivo, explorar el archivo sonoro pueda diferir de explorar el archivo fotográfico o de explorar el archivo textual su resultado debería de ser causa, en todos los casos, de saber reconocer el sonido, la imagen o el texto para no redundar en ideas desactualizadas o no actualizables.
En sentido estricto, la actualidad es lo contrario a la virtualidad. Sé, y desconozco la razón, de contraponer ‘realidad’ a ‘virtualidad’. Será motivo de esos procelosos defensores de su realidad frente a quienes usan de computadoras. No quiero escribir sobre la realidad, aunque me asombre su parte de virtualidad, ahora que los océanos de la novela de William Gibson son espacios de muchos. La cuantificación de la virtualidad, medida en bits, más la suma de quienes generan, mezclan, componen y relatan distintos formatos de materiales han expandido nuestra experiencia virtual como nunca. Antes, la virtualización era casi y exclusivamente el uso de las palabras o de representaciones pictóricas o sonoras sin digitalizar. Palabras actualizadas en el relato oral o escrito para quienes no alfabetizados demostraban su capacidad en saber recordar los relatos, continuando con la tradición oral, o para quienes alfabetizados tras la invención de la imprenta comenzaron a leer y a escribir. La oralidad requería de memoria y la escritura requería de la accesibilidad al texto escrito.
La expansividad de la virtualidad ha supuesto el incremento de las actualizaciones de dicha virtualidad. Tenemos una sensación de velocidad, de aceleración de la experiencia. Así, como el techno fue y es consecuencia del aumento del volumen de material grabado, la digitalización de la virtualidad es causa de la acumulación actualizada de todo tipo de formatos digitalizados y por tanto registrados.
El registro de la vitalidad social es un fenómeno, quizá recogiendo palabras de Pierre Levy, causa, a su vez, de la superación del registro molar y de posible acceso al registro molecular. Matizando lo indicado por Levy, me atrevería a decir que la identidad humana puede llegar a ser la gran beneficiada de su procedimiento y proceso digitalizador si sobre el constructo de la identidad personal añadimos el ingente material registrado de la vitalidad humana. Así, las combinaciones y mezclas identitarias aumentan considerablemente para el ser humano, subjetivándose en la interacción digitalmente registrada.
Será necesario, dicho lo anterior, transformar los ideales identitarios infantiles y no acompasarlos al fenómeno de la cognitividad. La identidad ha podido quedar desenredada del ser niño para contemplarse en el horizonte del océano total.
El gudú de las TIC Marc Prensky clasificó a quienes se socializan en una manera de pensar y entender el mundo por razón de haber nacido en una época y en un entorno digitalizado sobre quienes no nacieron y se socializaron en este entorno. La teoría de Prensky parece clasificar tanto longitudinalmente como cronológicamente dos categorías, en muchos casos contrapuestas, etiquetándolas. Pero pasado el tiempo y tras otra observación transversal se generan otro tipo de respuestas. Como la existencia de otras brechas tales como el acceso diferenciado entre pares etarios a la tecnología y en su participación en los medios de comunicación en red, como la posible asunción que el proceso de aprendizaje y de socialización corresponda a una etapa vital determinada, o la no discriminación entre competencia y calidad de uso. Esto quiere decir que existen diferentes tipos de nativos digitales, dándose por tanto entre éstos diferencias y matices de grado.
El diferente uso de los medios y del ecosistema digital en sus diferentes formatos: escrito, vídeográfico, fotográfico, audiográfico, etc… acerca a distintos formatos narrativos, todos válidos en sus fines comunicativos y como medios pedagógicos o de aprendizaje. La oralidad frente a la narración escrita (propia de la sociedad epistolar) diferencia modelos culturales que no son contrapuestos sino complementarios, influyendo en el modelo de uso de las TIC por ejemplo entre quienes son más usuarios del email (procedencia de la cultura escrita-epistolar) y quienes prefieren los servicios de redes sociales para comunicarse, incluido el uso de la multimedia. En todo caso, la competencia, precisa del manejo de los diferentes formatos comunicativos y de la necesidad de incentivar la narración propia de la población infanto-adolescente, quienes requieren, a su vez, de un espacio propio para este cometido sin la injerencia de la población adulta, en aras de su capacitación y aprendizaje para la ideación de metodologías de construcción identitarias.
Me queda para concluir sugerir este lema sobre la cuestión analizada: los nativos digitales.
Etiqueta y categoría acuñada por Marc Prensky para referirse a quienes socializados en un entorno tecnológico determinado y en un uso correspondiente del ecosistema digital desarrollan una manera de pensar, experimentar y de ver el mundo, etiquetando y construyendo, a su vez, la brecha que les separa de los inmigrantes digitales.