George Mendonsa, el marinero que aparece en la fotografía mundialmente conocida como «El beso de Times Square», de Alfred Eisenstaedt, ha fallecido a los 94 años.
Acabo de escuchar la noticia en un canal francés y he sentido un escalofrío. Porque es lo que tienen las fotos, que por algo se llamaron durante mucho tiempo instantáneas: los personajes quedan fijados en el tiempo en ese instante en que se abrió el obturador de la cámara.
Gracias a la magia del octavo arte, Georges Mendonsa forma parte de la historia del siglo XX como un ser eternamente joven que celebró “El día de la victoria contra Japón” (“VJ Day in Times Square, New York”, nombre con el que su autor bautizó la célebre fotografía que fue portada de la revista Life), el 14 de agosto de 1945, con un beso que el tiempo ha convertido en el símbolo del final de la Segunda Guerra Mundial.
Un símbolo que, aunque no queremos creerlo, fue un montaje lo mismo que fue un montaje “el beso” en la Plaza del Ayuntamiento de París que fotografió Robert Doisneau, símbolo también de esa cruenta guerra que afortunadamente nunca volverá a repetirse, porque la evolución tecnológica acabará sacando definitivamente los conflictos de las trincheras y dejándolos reducidos a apretar, o no, el famoso “botón rojo” que hemos visto en tantas películas.
(Hay que precisar que, de momento, no es lo que está ocurriendo en Siria, Yemen o algunos países africanos, donde sigue habiendo guerras “antiguas”, con técnicas obsoletas como el cuerpo a cuerpo y el uso de granadas y toda suerte de explosivos).
Un montaje, pero un beso en fin de cuentas, que conserva la magia del momento. El joven marinero Mendonsa y la asistente dental de 21 años Greta Zimmer Friedman se encontraban en la plaza neoyorquina celebrando la victoria. No se conocían antes del beso y es probable que nunca volvieran a verse después.
Greta falleció en 2016, a los 92 años, después de confiar en 2005, en una entrevista archivada por el “Proyecto histórico de los veteranos” (Veterans History Project” de la Biblioteca del Congreso estadounidense), que no vio la foto hasta los años 60, y fue por azar: la descubrió hojeando un álbum de Eisenstaedt en una librería.