Teresa Gurza¹
Cartógrafos, filósofos y exploradores especularon durante siglos, sobre la existencia de la Terra Australis Incognita, situada al sur del estrecho de Magallanes y la isla grande de Tierra del Fuego; que hoy conocemos como Antártica, Antártida o «continente blanco».
Con catorce millones de kilómetros cuadrados, es el cuarto continente más grande del mundo y el más frío, seco y ventoso.
Y por su belleza y riquezas marinas y minerales, uno de los lugares más anhelados del planeta.
No es de nadie, pero cuatro países cercanos -Argentina, Australia, Chile y Nueva Zelanda- y tres lejanos -Francia, Noruega y Reino Unido- han reclamado partes de su territorio.
Chile lo ha considerado siempre suyo, como heredero de los derechos del imperio español en base al Tratado de Tordesillas; avalado en 1506 por la bula pontificia Ea quae pro bono pacis que fue obligatoria para las naciones católicas, pero rechazada por Francia.
Argumenta también, que el poema La Araucana de Alonso de Ercilla (1569) lo pone dentro de sus límites; que crónicas y mapas antiguos lo señalan como parte de la Capitanía General de Chile y que, tras la independencia de las colonias de España en América, las nuevas repúblicas se reconocieron como límites los que tenían como colonias.
Pese al Tratado de Amistad que firmó con Chile en 1856 reconociendo esos límites, Argentina reclamó soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, aduciendo que son continuación de su provincia Tierra del Fuego; y en febrero de 1904, recibió de la Expedición Antártica Escocesa de William Speirs Bruce, la Base Orcadas; la más antigua en el continente blanco.
Siguieron décadas de desacuerdos y acuerdos con Chile, que Argentina incumplía y al conflicto se sumó Inglaterra en 1908, alegando tener bajo su control las islas reclamadas por Argentina.
Chile hizo su propio reclamo en 1940, instalando su base Antártica; superpuesta en partes, a lo exigido por Argentina y Reino Unido.
Francia reclamó, porque sostiene que la Antártida fue descubierta en 1840, por el comandante Jules Dumont D’Urville.
Noruega, porque Roald Amundsen fue el primer hombre en llegar al Polo Sur, en 1911.
Y Nueva Zelanda y Australia, porque James Clark Ross izó la bandera británica en territorios puestos bajo su administración, en 1923 y 1926.
Y han ido demandando que la ONU, reconozca derechos de propiedad sobre el lecho marino adyacente a los territorios reclamados.
Así las cosas, en 1953 India presentó en Naciones Unidas un proyecto para la internacionalización de la Antártida, al que se adhirieron países sin reclamos de soberanía y se opusieron los siete que los tenían.
Chile logró a través de su embajador en Nueva Delhi, Miguel Serrano, que el primer ministro Jawaharlal Nehru, bajara la propuesta.
Y el Reino Unido demandó a Argentina y Chile, ante la Corte Internacional de Justicia; pero ambos países rechazaron la jurisdicción de la Corte y las demandas fueron archivadas.
Existían estos antecedentes, cuando se celebró en Estados Unidos en 1957 el Año Geofísico Internacional (AGI); esfuerzo único en la historia, en el que treinta mil científicos y técnicos de 66 países hicieron observaciones sobre la Tierra y el cosmos; y en ese marco, se resolvió el asunto antártico.
Doce naciones, -las siete que tenían reclamos de soberanía más Japón, Estados Unidos, Unión Soviética, Sudáfrica y Bélgica que no los tenían- desarrollaron juntos programas de geofísica, geomagnetismo, glaciología, atmósfera superior y meteorología; y en un ejemplo de cooperación internacional, establecieron estaciones científicas.
Estaba en su apogeo la guerra fría, pero la situación no interfirió en el desarrollo de los programas; y fue tan satisfactorio que, para continuar después del AGI, formaron el Comité Especial de Investigación Antártica (SCAR), aún vigente.
Funcionaba todavía el Año Geofísico cuando, en abril de 1958, el presidente Eisenhower sugirió firmar un acuerdo para preservar la Antártida para la Ciencia.
Y el primero de diciembre de 1959, esos doce países firmaron en Washington el Tratado Antártico; que entró en vigor en 1961 reconociendo, pero congelando, las reclamaciones territoriales y declarándola, reserva científica internacional; con prohibición de pruebas nucleares y militares.
Con el tiempo lo firmaron otras 42 naciones, lo que les da derecho a instalar bases científicas; 35 las tienen, pero solo 29 que llevan a cabo «actividades de investigación sustanciales», pueden tomar decisiones sobre el presente y futuro de la Antártida.
Antes de la pandemia, se temía la explosión del turismo por el incremento de aviones y cruceros que salían de Punta Arenas en Chile y Ushuaia en Argentina; de modo, que algo bueno trajo el coronavirus.
El Territorio Chileno Antártico, mide un millón 250 mil 257,6 kilómetros cuadrados y a excepción de pequeñas zonas costeras, está cubierto por capas de hielo y nieve que pueden superar los mil doscientos metros de profundidad.
Actualmente tiene nueve bases antárticas activas; cuatro de ellas, permanentes y cinco de verano y en 1984 nació en su Villa Las Estrellas, el primero de tres chilenos antárticos.
Ese año se firmó el Tratado de Amistad y Paz entre Argentina y Chile, que dejaba resueltos los problemas fronterizos; pero Argentina publica de cuando en cuando, como sucedió hace pocos días, mapas y postales que extienden su territorio sobre parte del chileno.
Los analistas coinciden que eso no es grave y las diferencias limítrofes, serán resueltas en el marco de los tratados vigentes.
No soy analista, pero lo dudo; me gusta leer los comentarios de los lectores a las noticias periodísticas y cada vez que sale algo sobre la Patagonia o la Antártida, llueven reclamos de uno y otro lado.
Tanto interés de tantos, no lo inspira solo la belleza.
La Antártida es la mayor reserva de agua dulce, hielo y recursos marinos del planeta y tiene petróleo y gas, carbón, plomo, hierro, cromo, cobre, oro, níquel, platino, uranio y plata.
Por eso los geólogos tienen lugar destacado en las bases científicas, dice Matthew Teller, especialista de la BBC sobre la Antártida y autor de un artículo del que tomé varios datos.
Añade que las explotaciones petrolera y minera están prohibidas, pero se calcula que bajo su suelo hay unos doscientos mil millones de barriles de petróleo; «muchos más que en Kuwait o Abu Dhabi».
Que es imposible predecir lo que ocurrirá en 2048, momento de renovar protocolos del Tratado, porque «un mundo hambriento de energía podría estar desesperado».
Que los cielos antárticos, excepcionalmente claros y libres de interferencias, son ideales para la investigación del espacio y el seguimiento satelital; pero también, para el establecimiento de redes de vigilancia encubierta y control remoto de sistemas de armas de ataque.
Y que Australia ha alertado que China podría usar para eso, la base científica Taishan, construida en 2014 y su cuarta en la Antártida.
- Teresa Gurza es una periodista mexicana multipremiada que distribuye actualmente sus artículos de forma independiente
Enlaces:
La Antártida a doscientos años de incorporarse a la humanidad