Mientras el llamado «primer mundo» se está mirando el ombligo -mala costumbre adquirida durante siglos de autocomplacencia– en la otra punta del continente europeo se está gestando un singular combate estratégico. Se trata de la respuesta del Kremlin a los variopintos ataques de las Cancillerías occidentales, que acusan al presidente de la Federación rusa de atentar contra la soberanía de Ucrania al concentrar tropas y blindados en los confines con la secesionista región del Dombás, de violar el ya inexistente statu quo de Crimea, la península ruso-turco-tártara anexionada por Moscú en 2014, de atentar contra la vida del opositor ruso Alexei Navalny, detenido en una cárcel de alta seguridad desde su regreso –en enero de este año– de Alemania, de intentos de influir en los resultados de la campaña presidencial estadounidense del pasado mes de noviembre, utilizando el espionaje electrónico, de…
La lista de acusaciones formuladas por el actual inquilino de la Casa Blanca y su ejército de asesores es excesivamente larga. De hecho, Biden amenazó a Putin con una nueva tanda de sanciones; otra más. Pero esta vez, el ruso dijo basta; ¡sanción con sanción se paga!
Siguiendo el mal ejemplo anglosajón, que consiste en designar cuando no infamar al enemigo, Moscú elaboró a su vez una lista negra de Estados hostiles, que no tardó en filtrar a sus amigos occidentales. Según las ONG europeas que promueven la democracia y defienden los derechos de los ciudadanos de la ex Unión Soviética, la famosa lista incluye los siguientes países: Estados Unidos, Polonia, República Checa, Lituania, Letonia, Estonia, Gran Bretaña, Canadá, Ucrania y Australia.
Detalle interesante: Alemania, principal beneficiario de las ventas de hidrocarburos rusos, no figura en la lista de Moscú. Tampoco aparecen dos países conflictivos ubicados en la orilla del Mar Negro –Bulgaria y Rumanía– miembros de la Alianza Atlántica, cuya reciente agresividad verbal podría implicar un deterioro, ficticio o real, de sus relaciones con la Federación Rusa. De hecho, tanto Bucarest como Sofía expulsaron últimamente a agregados militares rusos acusados de espionaje. Si bien en el caso de Rumanía la enemistad es abierta y declarada, al igual que las llamadas de socorro dirigidas a la OTAN y el gran amigo norteamericano, la postura de Bulgaria, defensora a ultranza del paneslavismo, sorprendió a muchos observadores occidentales. Hasta ahora, los sucesivos gobiernos de Sofía se negaron a contemplar acciones dirigidas contra los hermanos rusos. Al parecer, la era Biden se parecerá más, por su agresividad y crispación, a la agitada presidencia de Barack Obama, el Premio Nobel de la Paz que se dedicó a cultivar un sinfín de conflictos bélicos.
Entre las medidas de retorsión adoptadas por Moscú figura también la prohibición de viajar a Rusia de ocho altos cargos de la UE, lo que provocó la explicable ira del establishment de Bruselas. La UE castiga, pero descarta el principio de reciprocidad.
Fiel a su trayectoria antirrusa, el Alto Representante para Asuntos Exteriores de la Unión, Josep Borrell, volvió a atacar al Kremlin. Pero sus amenazas cayeron en saco roto; Moscú ya no teme al jefe de la diplomacia comunitaria. La retórica de míster Europa es poco convincente.