Las bibliotecas, una historia cultural

Un libro estudia la evolución de las bibliotecas desde la aparición de los pergaminos hasta el libro electrónico

Si usted es un lector medio seguramente tendrá en algún lugar de su casa una biblioteca con varias decenas o tal vez cientos de libros que ha ido acumulando a lo largo de su vida.

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Le sorprenderá saber que, a su muerte en 1536, la biblioteca de Erasmo de Rotterdam apenas alcanzaba los quinientos ejemplares, y era una de las más nutridas de su época.

Tener libros fue durante mucho tiempo un lujo al alcance de muy pocas personas y las bibliotecas públicas tardaron en aparecer.

Un libro de Andrew Pettegree y Arthur der Weduwen («Bibliotecas». Capitán Swing) recoge la fascinante historia de estas instituciones, fundamentales para el progreso de la cultura en todas las civilizaciones.

Hubo bibliotecas de tablillas cuneiformes en Mesopotamia, y de pergaminos y papiros en Grecia. Algunos filósofos, como Aristóteles, se habían hecho con un buen número de ellos.

Imperios poderosos como el de la antigua Roma no estuvieron interesados en crear bibliotecas de uso público. Sólo los emperadores disponían de libros guardados en templos y palacios para las élites, aunque algunos médicos y filósofos como Galeno y los Plinio disponían de pequeñas bibliotecas privadas.

Por el contrario, los califas de Bagdad, Córdoba, Damasco y El Cairo ya crearon grandes bibliotecas de uso público. La de Alejandría, impulsada por la dinastía de los Ptolomeo, alcanzó un tamaño que no volvería a repetirse hasta el siglo diecinueve. Su destrucción en el año 272 fue una tragedia cultural sin precedentes.

Tras el derrumbamiento del imperio romano fueron los monasterios los que se encargaron de guardar y copiar los manuscritos, que se almacenaban en cofres y armarios en sus salas capitulares y refectorios.

Estos lugares evolucionaron hacia espacios con atriles y bancos, y preservaban los libros del hurto y el maltrato anclándolos con cadenas a los atriles y a las estanterías.

El códice, precedente del actual formato del libro, se impuso como soporte y modelo. Desde entonces los libros se convirtieron en objetos ostentosos presentes en las residencias de los nobles, como las obras de arte.

Los príncipes viajaban con cargamentos de baúles de libros de sus studium durante los frecuentes traslados de residencia. Los primeros cristianos tenían también bibliotecas personales con textos del Antiguo y el Nuevo Testamento.

Un impulso fundamental para las bibliotecas fue la aparición de la imprenta, simultánea a la invención del papel, la alfabetización de una parte importante de la sociedad y el ansia de saber.

Mientras un copista necesitaba un año para producir dos manuscritos, la imprenta podía hacer mil copias en sólo diez meses, lo que impulsó el comercio y provocó el abaratamiento de los libros.

A los cien años de la invención de la imprenta Europa ya estaba inundada de libros. Fue a partir de entonces cuando aparecieron los grandes coleccionistas. Tener libros se convirtió en signo de riqueza personal y de credenciales intelectuales, por lo que sus dueños comenzaron a mostrarlos a la vista sobre mesas y estanterías.

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En 1506 el abad Tritenio reunió una biblioteca de más de dos mil libros, y Hernando Colón, hijo del descubridor de América, tenía en su biblioteca de Sevilla más de quince mil libros en 1536. La de Juan Vicente Pinelli era en 1601 la mayor privada de Europa.

Tanto la de Colón como la de Pinelli fueron desbaratadas por sus herederos, que las malvendieron a los mejores postores y a veces ni eso.

Según los autores del libro, la Reforma protestante resultó ser una calamidad para las bibliotecas europeas, purgadas cuidadosamente de textos y autores que no tenían sitio en las nuevas instituciones reformadas, condenados a la hoguera, saqueadas las bibliotecas que los almacenaban y quemados los monasterios que los albergaban.

Por su parte, el catolicismo se defendía operando con los mismos métodos. Carlos V ordenó que todos los libros luteranos de los Países Bajos fueran reducidos a cenizas, mientras la Iglesia publicaba índices de libros prohibidos y se editaban otros especialmente expurgados.

La posesión de libros se consolidó como un signo de distinción, y las subastas de ejemplares de coleccionistas fallecidos fueron durante los siglos diecisiete y dieciocho tan frecuentes como los intercambios y los préstamos. Algunas de las grandes bibliotecas se formaron gracias a las donaciones de benefactores que antes de que se subastaran sus libros preferían que tras su muerte fuesen útiles a universidades e instituciones.

El origen de las bibliotecas públicas se sitúa en los siglos catorce y quince, cuando se consideró que las bibliotecas debían de ser para uso de la comunidad, aunque la medida suponía dificultades a veces insuperables.

Las primeras se instalaron en escuelas y en parroquias, por lo que sus contenidos estaban bajo el control de profesores y clérigos. El crecimiento del número de libros en estas bibliotecas públicas hizo que los gobiernos planteasen la construcción de edificios prominentes para albergarlos, así como su ubicación práctica, con el lomo hacia afuera en estanterías accesibles para su localización.

Otra gran tragedia para el mundo de los libros fue la Revolución Francesa de 1789, que supuso la confiscación de las propiedades monacales cuyas bibliotecas fueron sometidas a vandalismo y sus libros destruidos o malvendidos a compradores sobre todo extranjeros, por lo que sus fondos supervivientes se esparcieron por toda Europa.

En el siglo diecinueve las bibliotecas ambulantes, las sociedades de lectores y los clubes de ventas de libros mantuvieron el interés por los libros y las bibliotecas, que en el veinte han resistido la competencia de la radio, el cine y la televisión.

Instituciones internacionales como la Unesco promovieron la creación de bibliotecas públicas en países del Tercer Mundo.

La industria editorial aprovechó el auge de la sociedad de consumo produciendo géneros de ventas masivas como la novela romántica y los best-seller, y el fomento de la lectura en nuevos consumidores como los niños.

En la actualidad, el libro y las bibliotecas van resistiendo la invasión de su espacio de ocio por las tecnologías digitales y los libros electrónicos.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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