La migración, el comercio, la defensa de la democracia, la confrontación con China y el hundimiento del multilateralismo, son temas que bañan con más dudas que certezas las expectativas de América Latina ante la inminente elección del presidente o presidenta en Estados Unidos, informa Humberto Márquez (IPS) desde Caracas.
La atención y la tensión han crecido porque decenas de sondeos y casas de apuestas muestran parejas posibilidades de triunfo para la demócrata Kamala Harris y el republicano Donald Trump, en particular en unos pocos estados que serán decisivos.
Más allá del lugar común de que la prioridad internacional de Estados Unidos no está en América Latina, «no hay que subestimar los aspectos en los que demócratas y republicanos son distintos», advirtió Tullo Vigevani, quien ha sido profesor de relaciones internacionales en la brasileña Universidad Estatal Paulista.
Desde São Paulo, Vigevani dijo a IPS que «por ejemplo, sus propuestas y políticas son muy distintas en medio ambiente, en general y en relación con América Latina; en energías renovables y biocombustibles –particularmente en el caso de Brasil-, y en relación con los derechos humanos y algunas tendencias autoritarias en la región».
Por otra parte, aunque algunos gobiernos simpaticen más con Harris o con Trump, Vigevani considera que tanto desde Washington como desde las capitales de la región se buscarán entendimientos y una relación lo más normal posible, una vez cumplida la elección del 5 de noviembre.
La migración, dominante
Entre los temas de la campaña, como la economía y el empleo, los impuestos, la salud, las guerras en Europa del Este o el Medio Oriente, y las tan opuestas personalidades de los candidatos, descolló el de la migración, con los países latinoamericanos como primeros emisores de migrantes hacia Estados Unidos.
«Es un tema sensible para los estadounidenses, sean demócratas, republicanos o independientes. Toca a la población inmigrante, a los millones de refugiados, y por eso a los países de América Latina», dijo a IPS la venezolana Vilma Petrash, profesora de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en la estadounidense universidad Miami Dade College.
De los 336 millones de habitantes de Estados Unidos, 46,2 millones eran de origen extranjero en 2022 según el no gubernamental Centro de Investigación Pew; 49 por ciento ya son ciudadanos estadounidenses, 24 por ciento residentes permanentes legales, y el resto, más de once millones de personas, son inmigrantes no autorizados, de los que ocho millones proceden de países latinoamericanos y caribeños.
De hecho, en Estados Unidos viven actualmente 65 millones de «hispanos», como se llaman en el país a los latinoameridanos, según coinciden diferentes informes.
Trump, quien impulsó la construcción de un muro en la frontera sur durante su presidencia (2017-2021), ofrece ahora deportaciones masivas de ilegales -un millón inmediatamente, según su candidato a la vicepresidencia, James Vance-, y contener la inmigración irregular fronteriza incluso con el uso del ejército.
«Es el enemigo interno», ha dicho Trump, y ha estigmatizado a los migrantes: dijo que los criminales de Venezuela han dejado su país para irse a Estados Unidos, «dejando así a Caracas como una de las ciudades más seguras del mundo», o que los haitianos «se comen hasta las mascotas» en el norteño e industrial estado de Ohio.
Harris, emplazada después de conducir programas con los que el actual presidente, Joe Biden -de quien es su vicepresidenta-, trató de atender también causas de la migración, como la pobreza en América Central, ha dicho que el sistema migratorio «necesita reformas», sin descender demasiado hasta los detalles.
Gane una u otro, lo previsible es que se incrementen los controles, de lo que fue un aviso el anuncio de Washington de que no renovará en 2025 los permisos de permanencia temporal (parole), con la que venezolanos, haitianos, cubanos y nicaragüenses pueden ingresar y permanecer en Estados Unidos por dos años.
Estados Unidos se aísla
El tema de la migración muestra así la voluntad de Estados Unidos de aislarse, encerrarse en sí mismo, en vez de acudir de modo propositivo, como gran potencia global, a la solución de problemas en la región y en el resto del mundo.
Según Petrash, «después del repliegue de Washington de las guerras en las que se metió en el Medio Oriente, hay resistencia en la población a involucrarse en los problemas del mundo, lo que debilita el orden liberal democrático. Una muestra fueron las políticas de ‘América primero’ de Donald Trump».
La experta dijo desde Miami, en el sudoriental estado de Florida, que además falta consenso para una política exterior, y en general para la gestión de gobierno, al punto de que una parte de la población todavía, en contra de la evidencia, respalda la versión de que fue Trump y no Biden quien ganó la elección hace cuatro años.
Si Biden ha apoyado de manera sostenida a Ucrania en la guerra contra Rusia, y la actual ofensiva militar de Israel en Medio Oriente, su acción política en favor de la democracia en América Latina ha sido más débil, y de ella Harris, aún revisándola, sería la continuadora, según Petrash.
Ello a pesar de la certeza de que por ejemplo entre las alternativas para contener la migración regional –en la que destaca el éxodo de más de siete millones de venezolanos en la última década- está promover una solución a la crisis democrática en Venezuela.
Como resultado de sus políticas y omisiones, de su polarizada confrontación política y las dudas arrojadas sobre su sistema electoral, y del auge del aislacionismo, Estados Unidos «tendría que recuperar la estatura moral necesaria para ayudar a frenar los retrocesos democráticos en la región», dice Petrash.
Esos retrocesos se expresan en gobiernos de origen izquierdista y tendencia autoritaria, como los de Nicaragua y Venezuela, pero también en corrientes que han respaldado presidencias derechistas como las de Jair Bolsonaro (2019-2022) en Brasil y las actuales de Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador.
Tanto Bolsonaro como los dos gobernantes en activo se han identificado abiertamente con Trump, en cuyo movimiento anida una corriente conservadora de extrema derecha. Para Petrash eso puede favorecer un acercamiento con países de América Latina donde hay retroceso democrático.
China avanza
Petrash apunta que el repliegue internacional estadounidense se acentuó en América Latina «su zona estratégica natural», después de que en 2005 fracasó la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca). «Abandonó su visón de libre comercio sobre la región y dejó que China avanzase con sus enclaves», puntualizó.
China, «rival económico, político e ideológico, se ha vendido como un autoritarismo exitoso, y ha aprovechado las ausencias de Washington en América Latina para avanzar con su diplomacia silenciosa y pragmática», dice Petrash.
El comercio entre China y América Latina alcanzó a 480.000 millones de dólares en 2023 tras multiplicarse por 35 en el período 2000-2022, mientras que el comercio total de la región con el mundo se multiplicó por cuatro, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Ello aunque el comercio con el gigante asiático esté aún lejos del de la región con Estados Unidos, que ese mismo año totalizó 1.140.000 millones de dólares.
Las relaciones entre América Latina y China «han crecido y se han reforzado incluso en temas estratégicos como los nuevos materiales para la producción de energía, las baterías de litio –Sudamérica tiene grandes reservas del mineral-, o la inteligencia artificial», subraya Vigevani.
Brasil y México
Por otra parte, Brasil ve con preocupación el desdén estadounidense -expreso si gana Trump- por las instituciones multilaterales, comenzando con las Naciones Unidas y la planteada renovación, para hacerlo eficaz, de su Consejo de Seguridad
Para Vigevani, este alejamiento del multilateralismo lo ilustra el bloqueo, que Washington sostiene desde 2020, para nombrar nuevos miembros del órgano de solución de controversias en la Organización Mundial de Comercio (OMC), iniciado por Trump y continuado por Biden.
«Aunque las relaciones con Brasil y en general con América Latina se vean normales, esta negativa estadounidense plantea dudas para el futuro, porque está diciendo que los organismos multilaterales no le interesan», dijo Vigevani.
En el caso de una victoria de Trump se abren además incógnitas por lo que serán sus políticas de guerra y paz, apunta el catedrático brasileño.
Pone como ejemplo que en el caso del conflicto entre Ucrania y Rusia, Trump ha dicho que «terminar esta guerra rápido va en el mejor interés de Estados Unidos» y que puede conseguir «un acuerdo de paz en un día», sin ofrecer mayores detalles.
«Es importante porque, a pesar de la guerra, Brasil tiene una relación fuerte con Rusia, y una participación muy activa en el grupo Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)», recordó Vigevani.
Según Petrash, con la política internacional de Trump «la gran potencia puede ser el elefante en la cristalería, y todavía más, el elefante aislándose en la cristalería».
En el otro extremo de la región está México, socio de Canadá y Estados Unidos en el tratado comercial conocido como T-MEC, que reemplazó desde 2020 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte que existía desde 1994.
Junto con sostener la frontera sur de Estados Unidos –de 3150 kilómetros, meta de cientos de miles de migrantes que cruzan la región cada año-, México encara la oferta a los electores, tanto de Harris como de Trump, de que se proponen revisar el T-MEC en cuanto lleguen a la Casa Blanca.
De Trump se esperan aranceles y barreras proteccionistas, por ejemplo sobre la producción mexicana en la que intervengan partes o tecnologías chinas, y de Harris aumento de exigencias ambientales y laborales que favorezcan a las industrias que dan empleo a mano de obra estadounidense.
Gane una u otro, «con la nueva política norteamericana de traer de vuelta las empresas a Estados Unidos o a sus socios en el T-MEC, posiblemente el tema mayor sea ahora el fin de la globalización y la vuelta a un nacionalismo desarrollista», resumió Vigevani.