Cuatro días después de que Lai Ching-te, presidente de Taiwán, celebrara la fiesta nacional de ese país (que se denomina a sí mismo República de China), las fuerzas armadas de la República Popular China (RPC) han llevado a cabo unas intensas maniobras militares en torno a esa isla. Se trata de un territorio de soberanía discutida, una disputa que –con distintos protagonistas– existe incluso desde antes de la proclamación inicial de la RPC el uno de octubre de 1949.
En otras ocasiones, ese tipo de maniobras de cerco de Taiwán han durado más tiempo. Esta vez se han limitado a una jornada (el lunes 14 de octubre), aunque su intensidad y la retórica utilizada han reavivado la alarma del régimen taiwanés y de su apoyo mayor, Estados Unidos.
Lai Ching-Te ha matizado su discurso radical antichino de años previos, cuando aún no era presidente, pero desde su toma de posesión a mediados de mayo insiste en que Pekín debe « afrontar la realidad» de la independencia taiwanesa.
La autodenominada República de China (Taiwán) tiene una extensión de apenas 36.000 kilómetros cuadrados (menor que varias regiones españolas), pero una población de 24 millones de habitantes (la mitad que España). Taipei y Madrid fueron capitales en las que Chiang Kai-shek y Francisco Franco establecieron relaciones de mutuo reconocimiento y admiración, bajo la mirada estratégica de Estados Unidos como protector de regímenes y generales anticomunistas. Tras la muerte de ambos dictadores en 1975, los dos países evolucionaron hacia capítulos más democráticos, desde su mutuo reconocimiento diplomático inicial en 1953.
Veinte años después, España –aún con Franco, en 1973– dejó de reconocer a Taiwán como representante de toda China, tras el éxito de la diplomacia del ping pong de Henry Kissinger y Richard Nixon.
Desde hace un cuarto de siglo, la RPC multiplica los gestos políticos y los ejercicios militares para dejar claro que –según su perspectiva– Taiwán sigue siendo una provincia de la China continental. Esta vez, las defensas taiwanesas dicen haber detectado 153 incursiones aéreas en las cercanías de la isla disidente.
Xi Jinping, presidente de la RPC, asegura periódicamente que Pekín debe recuperar la soberanía del territorio taiwanés, preferentemente por medios políticos y diplomáticos, aunque China no descarte la opción militar.
La continuidad del apoyo de Washington a los sucesivos gobiernos taiwaneses y el discurso crecientemente soberanista de Xi Jinping han contribuido a reforzar el nacionalismo de la isla separada-separatista. La mayoría de los taiwaneses rechaza toda eventual unificación con la República Popular China, incluso si llegara a concretarse mediante una reunificación laxa, con mayor contenido cultural y económico que político. Quizá la figura del fundador Chiang Kai-shek queda lejos, aunque ese personaje histórico fuera clave en el origen del conflicto entre las dos Chinas.
Buena parte de los taiwaneses han dejado de considerarse plenamente chinos y rechazan determinadas explicaciones históricas sobre su origen e identidad nacional, tal como les llegan desde el continente.
En la actualidad, lo que se llamó el consenso de 1992 parece moribundo. Sugería aplicar a Taiwán el invento estratégico «un país-dos sistemas», que sirvió para que China terminara con el poder colonial del Reino Unido en Hong-Kong.
Ese acuerdo de 1992, que no existió entre gobiernos sino sólo entre los partidos políticos de ambas orillas del estrecho común, impulsó las relaciones comerciales y culturales –a un lado y otro, entre la isla y el continente– sin entrar a fondo en la cuestión de la soberanía; aunque reconociendo ambas partes la existencia de «una sola China».
La RPC estima que el gobierno taiwanés debe seguir aceptando plenamente ese último principio, como condición previa para el relajamiento de las tensiones actuales.
Tanto el presidente actual como su antecesora Tsai Ing-wen se han opuesto a cualquier opción unificadora (o reunificadora). Siempre han reclamado negociaciones de gobierno a gobierno, lo que resulta inaceptable para Pekín. Los últimos procesos electorales que han tenido lugar en Taiwán han favorecido las opciones separatistas contrarias al frágil consenso extragubernamental de 1992, nunca aceptado como acuerdo oficial por ninguna de las partes.
Quizá aquel diálogo fue temporalmente útil y funcional, aunque no resolviera diferencias fundamentales que sus mismos promotores aceptaron –por escrito– como parte de un «conflicto insoluble».
Hoy, la RPC quiere probar que ya no es el gigante débil del pasado y que aislar, bloquear, asfixiar a Taiwán, es posible.
¿Hasta el punto de forzar una respuesta militar de Estados Unidos para defender Taiwán y romper su aislamiento en varios sentidos, como el energético?
¿Quizá solo para resucitar un diálogo que establezca definitivamente el principio de que China es un solo país?
La opción militar es casi imposible sin que haya un choque chino-estadounidense. El politólogo francés Pascale Boniface cita a su colega norteamericano Graham Allison que lo explica en términos clásicos mediante una especie de silogismo geopolítico: la trampa de Tucídides. Durante las guerras del Peloponeso, el citado historiador griego «señaló que la guerra entre Esparta y Atenas era inevitable desde el momento en el que Esparta, potencia dominante pero en declive, quiso impedir ser sobrepasada por Atenas, potencia [hasta entonces] dominada pero en plena expansión» (La Géopolitique, Pascale Boniface, Éditions Eyrolles, Paris, 2023).
Desde la RPC, los objetivos marcados por estas últimas maniobras militares son explícitos: «La preparación para combates tierra-aire, el bloqueo de puertos y zonas [marítimas], la toma de objetivos marítimos y terrestres», aseguró el lunes el mando del Ejército Popular de Liberación, las fuerzas armadas chinas.
China responde habitualmente con declaraciones firmes y maniobras militares a la confirmación reiterada de la confianza de los separatistas en el paraguas de la protección estadounidense sobre Taiwán.
Sucede en estos tiempos, tras las visitas de Anthony Blinken, y sucedió en agosto de 2022, cuando Nancy Pelosi, entonces presidenta del Congreso en Washington, encabezó una delegación que viajó de manera ruidosa a Taipei.
The Guardian cita «analistas militares que advierten de que cada nueva serie de maniobras muestra una escalada estratégica por parte de las fuerzas armadas de China en su aproximación a Taiwán».
Recientemente, Rusia y China han organizado maniobras militares conjuntas y el mes pasado, Pekín probó un misil balístico intercontinental por vez primera desde1980.
Mientras arden Ucrania y Oriente Medio, los países del Sahel y Sudán, es fácil constatar también que la nueva guerra fría del siglo XXI resulta claramente multipolar.
Y cada día más inquietante, desde luego.