Condenado por corrupto y abuso de poder, era el “príncipe rojo” de la nueva China
64 años para ascender y un solo día caer. El tribunal popular superior de la provincia de Shandong confirmó el 25 de octubre de 2013 la condena de prisión perpetua dictada en junio por el tribunal de primera instancia de Pekín para Bo Xilai, el “príncipe rojo” de la Nueva China, el “Kennedy chino” según algunos medios internacionales, autoproclamado seguidor y heredero de Mao y aspirante a ocupar un día no muy lejano la secretaría general del Partido Comunista Chino (PCC), lo que equivale a la presidencia de la nación.
Tenía todo un brillante futuro por delante pero la confirmación de la condena –que « es definitiva » según la sentencia leída por el vicepresidente del tribunal, Hou Jianjun, ante la prensa extranjera, y decidida al más alto nivel del PCC, al que está sometida la justicia china- ha cambiado la suerte de Bo Xilai.
En las imágenes de la televisión china CCTV difundidas por Internet, Bo Xilai -quien, hasta hace unos meses, era el “valor más en alza” del comunismo chino- escuchaba el veredicto esposado, con traje oscuro sin corbata y escoltado por dos policías. “Con una sonrisa vagamente irónica, escuchó la sentencia antes de ser conducido hacia la salida ante la mirada de cientos de personas, entre las que había cuatro miembros de su familia. Varios cientos de policías se habían apostado en los alrededores del edificio del tribunal; a los comerciantes de la zona les obligaron a cerrar sus establecimientos”.
En 2010, su campaña anticriminalidad, auténtico “revival de los modos de Mao”, fue aplaudida como una “victoria indiscutible” para el actual presidente Xi Jinping, escribe Philippe Grangereau, corresponsal en Pekín del diario Libération. La prensa alabó sin parar el “modelo de Chongqing, compuesto de retórica neomaoísta, canciones revolucionarias, reducción de desigualdades, desarrollo desenfrenado y construcción de viviendas sociales». Su caída fue uno de los escándalos políticos más importantes” después de la masacre de Tiananmen en 1989.
La banda de los tres
La fulgurante carrera de este exsecretario general del PCC de Chongqing, megalópolis de cerca de veinte millones de habitantes en el Sudoeste del país, se truncó un día de 2011 con el escándalo generado por el asesinato del empresario británico y amigo de la familia, Neil Heywood, por el que está encarcelada y condenada a muerte Gu Kailai, abogada y esposa del político y condenado a cadena perpetua el abogado y jefe de policía local Wang Lijun quien, según el dirigente, actuó “devorado por la pasión” que sentía por Gu Kailai, cuyo crimen intentó encubrir por todos los medios. El tribunal, que le ha considerado también culpable de haber recibido el equivalente de más de dos millones y medio de euros en sobornos, ya había ordenado la confiscación de todos sus bienes, y entre ellos una villa en Cannes, en la Costa Azul francesa, adquirida ilegalmente, según la sentencia, gracias a los buenos oficios del difunto Neil Heywood y el empresario y arquitecto francés Patrick Devillers.
El tribunal ha rechazado todas las razones invocadas por la defensa y la costumbre dice que Bo Xilai cumplirá la condena; que si no cambian mucho las cosas morirá entre rejas en la cárcel de Qencheng, al norte de Pekín, donde permanecen detenidos los antiguos miembros de la élite comunista caídos en desgracia. Una “cárcel dorada” en comparación con otros establecimientos penitenciarios del país cuya huésped más ilustre fue, hasta que murió en 1991, Jiang Qing, la viuda de Mao. Bo Xilai es el dirigente chino de mayor rango enviado a esta cárcel desde la condena, en 2008, del exalcalde de Shanghai, Chen Liangyu, también por corrupción.
Un penal de cinco estrellas
“Construida en 1958 bajo la dirección de expertos soviéticos, -escribe Philippe Grangereaux en Liberación del 23 de septiembre de 2013- Qincheng se distingue porque es la única cárcel del país que no depende del ministerio de Justicia, sino del de la Seguridad Pública”. Según artículo publicado hace algunos años en el diario nacional Shenzen Daily, las 204 celdas están enmoquetadas y en algunas hay un sofá. Las camas tienen “colchones auténticos, mantas y bonitas sábanas», recuerda Bao Tong –antiguo secretario del número uno del partido Zhao Ziyang (purgado tras la sangrienta represión de la Plaza de Tiananmen en 1989)- quien estuvo encerrado en Qincheng de 1989 a 1996 por “propaganda contrarrevolucionaria”. La disidente Dai Qing, hija adoptiva de un expresidente del Parlamento chino, también pasó por allí en 1989 y en sus memorias ha contado que la celda le ”sorprendió agradablemente”: “Tenía 20 metros cuadrados, la acababan de pintar y disponía de un cuarto de baño separado”. Los presos de Qincheng pueden ver la televisión y no tienen que llevar el uniforme naranja de los demás presidios. En el interior impera el mismo sistema de privilegios que rige en la jerarquía comunista, y hay zonas mejor acondicionadas que otras, lo mismo que la calidad de las comidas depende del rango que los detenidos ocupaban antes. “Un huevo de más o de menos – asegura el periodista de Libération- puede marcar la diferencia». Según el artículo del Shenzhen Daily, el jefe de cocinas sería “un chef de clase B, en su día empleado en el Hotel Pekín, el más lujoso de la capital”. También existen otros privilegios como el acceso a algunos periódicos o a los canales de televisión por satélite.
Según manifestaciones efectuadas en 2012 por la experta en China del Instituto Francés de Relaciones Internacionales Alice Eckman al canal internacional France 24, la apelación presentada por la defensa de Bo Xilai nunca tuvo opciones de cambiar una sentencia ya dictada de antemano. Desde mucho tiempo antes, “los dirigentes del PCCC habían decidido du culpabilidad, y su suerte. Las verdaderas razones serán durante mucho tiempo un misterio, en un partido donde la opacidad es ley”. Por lo visto era elegante, carismático, los medios le perseguían y él se prestaba con frecuencia a aparecer en ellos, “es decir –aseguraba Eckman- todo lo que detestan las instancias dirigentes chinas. Se había vuelto cada vez más popular, entusiasmaba a las multitudes y cuestionaba los códigos de conducta clásicos del PCC”.
La estrella ascendente de la nomenklatura
Ambicioso y carismático, considerado a veces rival del actual presidente Xi Jinping, Bo Xilai –heredero de uno de los clanes más poderosos de la nobleza roja y autoproclamado hijo espiritual de Mao- fue ministro de Comercio a partir de 2004 hasta que, en 2007, ascendió a la jefatura del partido comunista de la ciudad-provincia de Chongqing, a la que consiguió transformar en un gran centro de actividades económicas. Se hizo popular al orquestar y dirigir una campaña que, con el pretexto de luchar contra las mafias locales, rehabilitó los valores maoístas y puso en marcha una violenta represión paralela que se saldó con cerca de 5.000 personas encarceladas, entre ellas varios empresarios privados y alguno altos funcionarios, policías y magistrados. Trece de ellos, entre los que se encontraba el número dos de la policía local, fueron condenados a muerte, sobre la base de confesiones obtenidas bajo tortura. Al mismo tiempo, a decenas de prósperos empresarios les despojó de sus bienes. Uno llamado Li Jun, refugiado posteriormente en Hongkong, relató las torturas sufridas durante varios días en el “banco del tigre”, los golpes, las descargas eléctricas, la privación de sueño… habló de las “cárceles secretas”, a veces en cuarteles, repletas de empresarios sometidos a interrogatorios, a quienes extorsionaban dinero. En 2010, Li Jun pagó una “multa” de 4 millones de euros a la policía, para que le dejara en libertad. Sus torturadores recibieron una gratificación de 10.000 euros.
No contento con ser el dirigente autócrata de varios pequeños feudos que luchaban entre sí, el «camarada Bo Xilai» fundó una corriente política a la que llamaba “nueva izquierda”. Educado en el catecismo de la dictadura del proletariado, estratega y fiel a su pasado de guardia roja, el hijo del veterano Bo Yibo se atrevió a utilizar la figura y el estilo del padre de la patria, Mao Zendong.
En 1966 Bo Xilai tenía 17 años cuando Mao puso en marcha la purga ideológica bautizada como Revolución cultural. Su padre, el héroe de la revolución Bo Yibo fue golpeado y humillado por los guardias rojos, que le llamaron “traidor revisionista”. Su madre acabó sus días torturada hasta la muerte por “esos adolescentes fanáticos de Mao”. Un año después, y a pesar de formar parte de esos fundamentalistas, Bo Xilai fue enviado a un gulag, donde permaneció durante cinco años. Tres años después de la muerte de Mao (ocurrida el 9 de septiembre de 1976), la familia Bo fue rehabilitada y su padre nombrado vice-primer ministro mientras él entraba en la universidad para estudiar periodismo. Allí conoció a Gu Kilai, con quien se caso tras el divorcio de su primera mujer. En ese momento comienza el irresistible ascenso del hijo de la aristocracia roja, cuyo primer cargo es una alcaldía, y a ese momento también corresponden los primeros casos de corrupción de los que ahora le acusan.
“Rico empresario con maneras mafiosas Bo Xilai despreciaba tanto al estado de derecho democrático como la nomenklatura pequeño burguesa del partido”. En un intento de que se le acercaran los excluidos del milagro económico que ha transformado el imperio chino en las últimas décadas, se fue rodeando de intelectuales brillantes formados, como él, en la lucha política durante Revolución cultural, deseosos de formular una alternativa a “las tonterías de la sociedad armoniosa” que reivindica la conservadora corriente mayoritaria del PCC. El muy oficial Diario del Pueblo le nombró hombre del año en 2009. Una canción compuesta en su honor poco después, cuando aún era el jefe de todo en Chongqing, decía: “Tus ojos son como dos cuchillas en la luz fría/ erguido frente al mal/ combates la corrupción/ solamente evocando tu nombre/ a los prevaricadores les tiembla todo el cuerpo…”.
El “modelo de Chongqing” creado por Bo Xilai intentaba poner freno a las derivas de la “economía socialista de mercado, desigualdades, corrupción…” practicando purgas radicales. No es por tanto sorprendente que, después de su exclusión del Partido, el diario oficial Claridad acusara a Bo Xilai de haber recurrido a “un modelo político viciado (se refiere naturalmente a la Revolución Cultural) que llevó a China a una catástrofe sin precedente”.
Su caída en picado en 2012, auténtico golpe de teatro, estuvo provocada por la defección del jefe de policía Wang Lijun, quien solicitó asilo político en el consulado estadounidense de Chengdu sin conseguirlo, en un intento de escapar a la condena por encubrimiento del asesinato de Heywood. Popular en su feudo de Chongqing y en los sectores nostálgicos del maoísmo, Bo Xilai, hijo de una de las figuras de la revolución comunista, apareció libre por última vez en marzo de 2012 en la Asamblea, donde ante algunos periodistas aireó los rumores de que le perseguían y podían detenerle. Poco después “desapareció entre las manos de la policía interna del PCC, y permaneció detenido en secreto” hasta la celebración del juicio.
Inercias y similitudes
En una tribuna libre publicada en el diario le Monde por la sinóloga e investigadora del CERI (centro de análisis sobre el mundo contemporáneo y la política internacional) Stéphanie Balme, escribe que los procesos de esta “Banda de los Tres” (Bo Xilai, su mujer y su brazo derecho Wang Lijun) “ofrecen un acceso excepcional al funcionamiento del corazón del sistema político chino”. Para empezar, y a pesar de que el juicio ha sido “una de las parodias de justicia habituales”, Bo Xilai se ha declarado “no culpable” en contra de la costumbre, por lo que “la sentencia ha sido más severa de lo previsto: Podemos sacar la consecuencia de que a pesar de las reformas de modernización y profesionalización del sistema judicial, efectuadas desde hace treinta años, sigue dominando una justicia política, la del PCC”. Al final, este juicio ha resultado “revelador de los estigmas ocultos en la memoria colectiva china, los profundos cambios que ha experimentado esa sociedad y las también profundas divisiones existentes en el seno del partido”.
La experta establece un primer elemento en común con la trayectoria de la China comunista: el proceso de Bo Xilai forma parte de la última purga política organizada por el propio PCC, mediante una campaña de lucha contra la corrupción (“campañas recurrentes desde 1949”). Los estudiantes chinos estudian todavía las ejecuciones públicas, en febrero de 1952 por “corrupción grave”, de Liu Qingshan y Zhang Zishan, héroes revolucionarios que habían llegado a dirigentes de la prefectura de Tianjin. “Sólo ejecutando a esos dos podremos impedir que veinte, doscientos, dos mil o veinte mil cuadros corruptos cometan otros delitos”, dicen que dijo Mao Zedong en aquel momento, cuando a las vistas del tribunal asistieron en total más de 120.000 personas.
Un segundo elemento en común con la historia ha sido el hecho de que la policía del partido mantuviera incomunicado “en espera de juicio” a Bo Xilai, durante meses. La confesión escrita de sus delitos, obtenida mediante presiones psicológicas según el propio acusado, fue una de las pruebas de cargo contra él en el juicio. “El recurso al sistema judicial formal para avalar la decisión política previa de eliminar a un rival temible -escribe Balme- era indispensable para que el presidente Xi Jinping, recién ascendido al cargo, pueda imponer su legitimidad, más allá del marco estricto del partido, en cuestiones que afectan a la gobernabilidad del estado chino en su conjunto”.
En tercer lugar se han reproducido de nuevo las campañas de lucha contra la corrupción orquestadas por el propio PCC “en posición constante de juez y parte”, constitutivas de los engranajes clásicos de las sucesiones políticas: “Las luchas entre facciones incluyen el poder sobre los ‘carteles económicos’, auténticos estados dentro del estado”. Como ejemplo práctico: en junio de 2013, la detención del ministro de los ferrocarriles Liu Zhijun, fue la excusa para una reestructuración del poderoso sector industrial, “hasta entonces cooptado por algunas de las facciones”.
Del período «sovietizante» del maoísmo, China conserva la existencia de una nomenklatura roja dividida en clanes familiares “que intercambian informaciones de primera mano a cambio de capital y negocian imperios industriales…” en esa “economía capitalista de Estado” en que se ha convertido China. “El uso del poder es absoluto; la pérdida del poder también… En esos casos, se trata sin piedad a los familiares de los caídos del partido. Eso es lo que ha pasado con el clan de Bo Xilai. En el pasado, también él actuó de la misma manera con sus rivales”. Según la autora de este esclarecedor artículo, el único período de la historia de la República Popular China en que las reglas implícitas de la sucesión política funcionaron de manera relativamente pacífica, fue la década que siguió a la muerte de Deng Xiaoping, de1997 a 2007.
¿Un proceso para pasar la página de Mao?
Es, en todo caso, lo que se pregunta Stéphane Lagarde, de Radio France Internationale (RFI) viendo como las autoridades chinas “presentan las cosas”. En la conferencia de prensa de clausura de la sesión parlamentaria de marzo de 2012, el ex Primer ministro Wen Jiabao se refirió al peligro de un regreso a la Revolución cultural. “Bo Xilai ha terminado por dar miedo a otros dirigentes, estima el historiador Zhang Lifan, no ha respetado las reglas del partido y por eso no gusta a los demás. Ha jugado al populismo, es un Mao en potencia y ahora nadie quiere un segundo Mao”. “Carismático, telegénico, Bo Xilai disfrutaba de una enorme popularidad. El anuncio de su cese provocó en menos de dos horas más de un millón de comentarios en weibo (el twitter chino), y en algunos se pedía al poder que explicara los motivos de su caída en desgracia”, escribía Régis Soubrouillard en el mensual Marianne. “Descrito como arribista y demagogo, Bo era uno de los pretendientes al Comité Permanente del Politburó, que consta solo de nueve miembros”.
Siete personajes para un Dallas post-maoísta
A finales de agosto de 2013, Pierre Haski, periodista fundador del digital de izquierda Rue 89 y excorresponsal de Libération en Pekin, titulaba así un artículo que comenzaba diciendo que “durante cinco días, los chinos han asistido fascinados al ‘proceso del siglo’, el de la superstar del Partido Comunista Bo Xilai, hijo de un antiguo compañero de Mao Zedong, acusado de corrupción y abuso de poder”. Un proceso que ha permitido “echar una ojeada al mundo secreto de los dirigentes del último gran partido comunista del mundo, con todo el aspecto de un Dallas post-maoísta”. En su repaso a “siete personajes clave” de este extraordinario guión, Haski ha encontrado “una mujer fatal, un asesinato, mucho dinero, un poco de sexo e incluso una French-connection” que ha tenido gran peso en la acusación”.
De Bo Xilai, el actor principal del drama, ya hemos contado casi todo: de su irresistible ascensión a su irremediable caída, de las maniobras de rivales inquietos y de sus excesos y contradicciones: “El sistema Bo Xilai ha sido desmantelado y él ha aparecido como lo que era: un jefe de clan con sus redes de fieles, sus colaboradores a quienes distribuía favores, sus secuaces, sus amantes y su estilo de vida, poco compatible con el ‘revival rojo’ que impulsó para utilizar el maoísmo en su propio beneficio”.
La segunda figura en el reparto de esta obra espectacular es “la Jackie Kennedy china”, su esposa Gu Kailai, hija de un general de los tiempos heroicos con una personalidad muy acusada: “tenía un despacho de abogados, hacía negocios, hablaba perfectamente inglés… se hizo célebre ganando el juicio de un cliente chino en Estados Unidos”. Hasta que en 2012 fue juzgada “por el asesinato del empresario británico Neil Heywood, quien fue su confidente y parece que su amante, y considerada culpable de asesinarle con cianuro en un salón privado de un hotel de Chongqing. A los 54 años, Gu Kailai era una mujer de poder y de dinero, y también la madre de un hijo único”, del que en el juicio dijo que “estaba amenazado por Heywood y ella quería defender a cualquier precio”… “Para salvar su cabeza aceptó testimoniar contra su marido”. Está condenada a muerte, con el cumplimiento de la pena en suspenso, de momento.
El tercero de los personajes es Bo Guagua, el hijo de la pareja, un chico de 25 años que continúa estudiando en Estados Unidos: “Forma parte de esos hijos privilegiados de los nuevos ricos chinos, a los que no se niega nada. Desde los 12 años estudia en el extranjero. Primero interno en escuelas británicas de élite, como la Haywood School, donde estudió Churchill y también el empresario asesinado por su madre”. Continuó después en la Universidad de Oxford y luego se trasladó a Harvard, en Estados Unidos. En el momento del juicio se encontraba haciendo un doctorado en la prestigiosa Calumbia Law School. “Una trayectoria de excelencia que cuesta cara, sobre todo cuando va acompañada de una forma de vida extravagante”: viajes en jet privado, ropa cara, apartamento de lujo y automóviles de alta gama. En las redes sociales chinas Bo Guagua se ha convertido “en la encarnación de una sociedad profundamente desigual, en la que los hijos de la nomenklatura político-financiera disfrutan de una corrupción que antes se reciclaba en China pero ahora cada vez se exporta más fuera”.
«En todo asunto de corrupción están el corrompido y el corruptor», dice Haski. Y así aparece en el drama Xu Ming, hasta ayer “octava fortuna de China con más de mil millones de dólares, según la lista de Forbes, y hoy testigo de cargo en el juicio de su amigo Bo Xilai… Es el ‘tio Xu” que regala un viaje a Africa en jet privado a Bo Guagua y sus amigos, es quien organiza las transferencias de dinero al extranjero y quien regala a Bo una villa de tres millones de dólares en la Costa Azul”. Tiene 42 años, empezó como cuadro comercial en una compañía de importación de gambas japonesas y en 1992 fundó el conglomerado Shide, uniendo su suerte a la de su protector, Bo Xilai, con quien acabaría cayendo. A los investigadores del PCC confesó que también había financiado “algunas citas amorosas de Bo Xilai con celebridades”. Se encuentra es espera de juicio por prácticas financieras ilegales.
En quinto lugar en la lista de Pierre Haski aparece Wang Lijun, quien durante muchos años fue el “hombre más temido de Chongqing”, el jefe de policía. Tenía a su cargo la lucha “con acentos neo-maoístas” propiciada por Bo Xilai contra las bandas mafiosas de la ciudad. En febrero de 2012 pidió asilo político en un consulado estadounidense; se lo negaron y Wang Lijun se entregó a las autoridades nacionales. En una confrontación durante el juicio, en la que apareció en silla de ruedas porque tuvo un ataque cerebral mientras estaba detenido, contó su ruptura con Bo cuando le comunicó que su mujer era sospechosa de asesinato. Parece ser que una bofetada acabó con la antigua amistad.
Neil Haywood –el sexto personaje de la saga-, era «el hombre que sabía demasiado”: “El destino de Neil Percival Heywood, asesinado en noviembre de 2011 a los 41 años, es sin duda el de un hombre que se aventuró demasiado en la zona gris del mundo político chino, convertido en peligroso porque sabía demasiado”. Consultor y empresario, pasó la mitad de su vida en China, se casó con una mujer de una gran familia de Dalian (la ciudad del noreste donde Bo Xilai inició su carrera política como alcalde) y tuvo dos hijos, amadrinados ambos por Gu Kailai. Llevaba una vida próspera, circulaba en un Jaguar, según la prensa británica era amante de Gu Kailai…”Por razones poco claras, las relaciones entre ambos se deterioraron hasta el punto de que ella pensó que amenazaba la seguridad de su hijo y decidió eliminarle… Otras fuentes hablan de desacuerdos financieros en las comisiones reclamadas por Heywood, en particular las relacionadas con la villa de Cannes comprada por Bo Xilai”. El 15 de noviembre de 2011 Gu Kailai le invitó a cenar en un salón privado del Hotel Lucky Holiday. “El certificado médico atribuye la muerte a exceso de alcohol, su esposa Wang Lu no exigió que se le hiciera la autopsia y el cuerpo se incineró inmediatamente”.