Dos bustos de mujer que representan la castidad y la lujuria, muestran el universo de la obra de uno de los pintores menos conocido del Renacimiento
Giuseppe Arcimboldo (1526-1593) no es uno de los pintores más conocidos del Renacimiento y sin embargo ha conseguido algo de lo que muy pocos artistas han sido capaces: que sus pinturas sean identificadas en una primera mirada.
El secreto está en haber creado un estilo que supo plasmar en las denominadas teste composte (cabezas compuestas), una serie de bustos elaborados minuciosamente con flores, frutos, animales y elementos dispersos que, combinados, trasladan al espectador de sus cuadros una sensación de figuración realista.
Su obra más conocida, Las Cuatro Estaciones, con representaciones de la Primavera (en la colección permanente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid), el Verano, el Otoño y el Invierno (Museo del Louvre, Paris), ilustra a la perfección este estilo original.
Tras su muerte, Arcimboldo fue ignorado por la historia del arte hasta que en los años 30 del siglo XX Alfred H. Barr Jr., fundador y director del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), lo sacó del olvido incluyendo algunas de sus obras en la exposición “Fantastic Art, Dada, Surrealism (1936-1937)”, proponiéndolo como uno de los precursores de dadaístas y surrealistas. Después de este descubrimiento, Venecia en 1987, París en 2008 y Washington en 2010 se rindieron a las excelencias de la obra de Arcimboldo.
Una exposición de sólo dos cuadros
Estos días pueden verse en Madrid, en la sala de exposiciones de la Fundación Juan March, dos obras de Arcimboldo que nunca antes habían sido expuestas al público, aunque se incluyen en todos los catálogos y biografías del pintor. Se trata de Las Floras, dos bustos de mujer que representan sendos motivos mitológicos de la Antigüedad. Una de ellas, La ninfa Flora, alegoría de la primavera y la fecundidad virtuosa y casta, alude a Cloris, esposa de Céfiro, hijo de Eolo y Aurora, dios del viento poniente, que sopla con suavidad y da vida a los árboles y los frutos. Fruto de su matrimonio, Flora alumbró al mundo la extensa variedad cromática de las flores.
La otra figura, su antagonista, es la Flora meretrix, mundana y sensual, presentada mostrando un seno desnudo. Representa a una legendaria prostituta romana que al morir legó su fortuna para que se celebrasen en su honor juegos sexuales.
En la Edad Media ambos mitos se fundieron en uno solo (Boccaccio habla de Flora la prostituta, diosa de las flores y mujer de Céfiro), aunque posteriormente se ha tratado de restablecer la diferencia original entre ambas: en un opúsculo de Giovanni Filippo Gherardini publicado en Milán en 1591, Flora se queja de que la identifiquen con la legendaria meretriz romana de igual nombre.
Los cuadros fueron pintados por Arcimboldo en los últimos años de su vida, habiendo regresado ya a Milán, su ciudad de origen, tras haber realizado su carrera de pintor en el Sacro Imperio Romano Germánico, en la corte de los emperadores Francisco I, Maximiliano II y Rodolfo II. Las Floras estuvieron colgadas durante años en el palacio de la reina Cristina de Suecia después de haber sido tomadas como botín en Praga en 1648 durante la Guerra de los 30 años. Más tarde pasaron a manos particulares hasta que en 1965 Sotheby’s las adjudicó en subasta a los actuales propietarios.
Las cabezas compuestas combinan la seriedad y el humor en una mezcla que sugiere nociones poéticas, políticas y filosóficas. Al mismo tiempo evocan reminiscencias de lo grotesco presente en las máscaras del carnaval y en las fiestas campesinas.
Uno de los elementos más atractivos de las Floras es el doble aspecto que se observa contemplándolas desde dejos y desde cerca, que añade a las obras una dimensión lúdica adicional.
Al aproximar la vista a los cuadros se aprecia que toda la imagen está completamente elaborada con minuciosos pétalos de flores y plantas, de manera que la piel del busto y de la cara, la cabeza, los ojos, los labios… están confeccionados con miniaturas que evidencian el virtuosismo del artista. En Flora meretrix hay, además, hasta 11 minúsculos animales camuflados, que no se aprecian a simple vista, y que simbolizan los valores y los vicios de la época, según diversas interpretaciones. Las trenzas del cabello de la mujer son brazos de pulpo, que unas culturas identifican con la lujuria y otras con la esperanza en Dios. La hormiga instalada en el pezón de su seno puede representar a Zeus, que se metamorfoseó en este animal para seducir a Eurimedusa. La lagartija es la maldad humana, mientras el caracol puede ser símbolo de paciencia o herejía.
La exhibición del propio seno de la meretriz se ha interpretado unas veces con connotaciones eróticas y otras como la expresión de mostrar el corazón abierto. Mariposas, saltamontes, gusanos, orugas… simbolizan también valores contradictorios según las diversas interpretaciones. Una pantalla de grandes dimensiones muestra en la sala los fragmentos ampliados de ambos cuadros para que el visitante pueda apreciar con detalle todos los elementos que los componen.
En el artículo no se dice hasta cuándo estarán expuestas. Para las personas que viajamos desde fuera de Madrid a ver estas cosas esa información resulta muy importante.
Solo dos cuadros… ¿y para qué se necesitan más si en dos cuadros se cuenta todo?
Bravo, Paco!
HERMOSO!