Una de las pocas pero significativas diferencias entre el proceso de lectura de un texto manuscrito o impreso y el de una imagen es el sentido de la dirección. En la lectura de un texto estamos obligados a seguir en la lectura el mismo sentido con que ha sido escrita, esto es, horizontalmente de izquierda a derecha, en zigzag, empezando por la línea superior. (Bueno, eso en el sentido occidental; en el oriental, puede ser o bien a la inversa, horizontalmente derecha-izquierda -árabe, hebreo- , o en sentido vertical –chino, japonés-).
Así, la lectura de la firma de Federico García Lora empieza por la inconfundible F mayúscula de la singular caligrafía del poeta y acaba en la a de Lorca. Elemental.
La célebre foto de retrato de Federico, en cambio, está libre del corsé del sentido de la dirección del ‘escaneo’ lineal izquierda-derecha. Cierto que en la primera lectura de una imagen exploramos la imagen de izquierda a derecha en zigzag y de arriba abajo, como si de un texto se tratara, pero este proceso previo de lectura dura apenas unos milisegundos. Luego la lectura la abordamos directamente según el ‘punctum’ que más haya impresionado a cada uno -en este caso los ojos, pero puede ser también la mano, el gesto serio de la boca o el pelo negro brillante, ensortijado-.
En la archifamosa portada de Abbey Road, los Beatles van de ida.
Si invertimos la foto en sentido horizontal, aparte de que la foto se hace más creíble en nuestro entorno, pues los coches circulan por la derecha, los Beatles vienen de vuelta.
Lo mismo ocurre con la foto de Gerardo Vielba Veraneo 1960 que vimos el domingo pasado:
En la imagen original, el camarero “va” de ida. Al invertirla, ”viene” de vuelta.
El sentido de la dirección de la imagen condiciona la lectura y, por consiguiente, la opinión que nos formamos de una imagen en el proceso de elaboración de nuestro criterio visual.
Una fotografía de un coro cantando a pleno pulmón en la que sus integrantes están con la cabeza alta mirando arriba nos transmite ipso facto la idea de elevación de espíritu. Por el contrario, la fotografía de una personalidad influyente pillada en un caso de corrupción meditando su dimisión cruzada de brazos y con la cabeza agachada despertará nuestra comprensión y hasta un punto de simpatía, mientras que si mira desafiante a la cámara, esa mirada penetrante sin dirección la leemos como un gesto de “sostenella y no enmendalla”, si se quiere incluso una provocación.
El sentido de la dirección importa. En ocasiones dos imágenes con sentidos de la dirección contrapuestos nos pueden generar lecturas no solo conceptuales sino también hasta ideológicas diametralmente opuestas.
¿España va bien o España capea la crisis con el viento en contra? Decida el lector.
Si además del volteo en sentido horizontal que hemos hecho en la imagen de la bandera de la derecha realizamos volteos en sentido vertical, cada par de imágenes sugiere a buen seguro lecturas bien distintas, pues así manipuladas van sugiriendo en cada caso matices de cómo de bien le va a España, o cómo de dura está siendo la crisis que nos azota a los españoles…
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Efectivamente, todo depende como se mire al hacer ¡click!, pues aunque la imagen en sí misma la creemos una cresta de objetividad («ver para creer»), el verdadero significado de lo icónico se construye en nuestra mente.
Parodiando a Eisenstein, que lo decía a propósito del montaje que daba vida a lo filmado, «las imágenes no son nada». En la misma idea del artículo, depende de cómo uno haga la toma de una escalera, el significado de la fotografía será de una escalera para subir o para bajar (aunque una escalera esencialmente es para ambas acciones).
Y si uno fotografía una gran llanura, con un gran árbol en primer plano, cargado al costado izquierdo de la observación, lo que en realidad está fotografiado es un árbol y no una llanura inmensa donde hay un árbol. Esa es la conclusión a que nos lleva la fotografía, en el proceso mental nuestro en que le damos su significación.
¡Sonría!