No hay en esta fotografía de Adrian Donoghue alusión –figura no solo literaria, sino también en este caso plástica, o sea, figura expresiva mediante la cual el autor se refiere a un tema en concreto a través de una referencia del pasado–, sino amplificación –práctica en este caso fotográfica en la que el autor embellece o refuerza el asunto de su mensaje por la vía de añadir más información o más elementos repetitivos a fin de aumentar su valor y su comprensión–.
Así, la metáfora se convierte en una interpretación tan soberbia y espectacular como certera y clavada de la realidad. Todo el glorioso esplendor de la era digital cual ansiado Eldorado tecnológico en el que los pajaritos (iconos animados) cantan y las nubes (virtuales) se levantan es plasmado con lapidaria crudeza como retrato social de una generación alienada, tristemente adicta al uso y abuso –sobre todo este último– del dichoso móvil del que tantos no se desprenden ni a tiros las 24 horas del día.
Cambiadas las tornas del uso normal de la tecnología al servicio del hombre a la dependencia tecnológica –el hombre al servicio de la tecnología–, ahora es traspasada la delgada línea roja que separa la tecnolatría –la dependencia tecnológica- de lo que no cabe sino denominar abiertamente tecnoadicción, la esclavitud tecnológica.
Obviamente, no es una foto directa, sino construida. Ante el fondo de una pared de arquitectura con pretensiones de modernidad que el fotógrafo presenta como neutra, impersonal, van desfilando móviles en ristre en ambas direcciones una serie de personas jóvenes, excepto un hombre de edad madura (el segundo por la izquierda) y un niño en el centro mismo de la imagen.
Ambos están quietos. El hombre, enfrascado en el manejo de su móvil; el niño, libre como el viento de dependencia tecnológica alguna. Las doce figuras restantes caminan como autómatas hipnotizados por las pantallas de sus móviles, a los que más que conectados diríase que están enganchados. El sentido de la dirección –en este caso, sinsentido de la dirección– hacia ambos lados del encuadre es la impresión visual más destacada de la foto de Donoghue.
Con todo, el fotógrafo no desiste de perseguir la belleza. Para ello ha ido ensamblando una a una las figuras en su composición de tal manera que la imagen final irradia la impresión de ritmo –“Repetición o sucesión, natural o inducida, de uno o varios elementos similares que se alternan en un determinado orden o cadencia (líneas, masas, colores, formas o motivos)”–. [1]
—– Adrian Donoghue es un psicólogo y fotógrafo australiano que vive en Melbourne y que manipula digitalmente sus fotos. Esta imagen es una de las seleccionadas en el concurso The Al Thani Award de Catar 2013, incluida en The Collection of Masterpieces 2013 del citado concurso.