Amnistía Internacional afirma en un informe publicado hoy (11 de mayo de 2015) que, en Libia, las personas refugiadas y migrantes son víctimas de violaciones sexuales, torturas y secuestros a manos de traficantes y contrabandistas, a la vez que sufren la explotación sistemática de sus empleadores, persecución religiosa y otros abusos de grupos armados y bandas de delincuentes.
En el documento, titulado ‘Libya is full of cruelty’: Stories of abduction, sexual violence and abuse from migrants and refugees‘, se describe todo el horror y el padecimiento al que se enfrentan estas personas en Libia, muchas de las cuales se ven impulsadas a embarcarse en una peligrosa travesía marítima, poniendo así en riesgo sus vidas, en un intento desesperado por refugiarse en Europa.
“Las terroríficas condiciones en las que viven las personas migrantes, unidas a la cada vez mayor anarquía reinante y a los conflictos armados que asolan el país, ponen claramente de manifiesto hasta qué punto es peligroso vivir hoy día en Libia. Al no tener a su alcance vías legales que les permitan escapar y buscar seguridad, estas personas no tienen más remedio que ponerse en manos de traficantes, que las extorsionan, las someten a abusos y las agreden sin piedad”, explica Philip Luther, director del Programa Regional para Oriente Medio y el Norte de África de Amnistía Internacional.
“La comunidad internacional ha visto, impasible, cómo Libia se ha ido sumergiendo en el caos desde que terminó la campaña militar de la OTAN, en 2011, y ha permitido, de hecho, que las milicias y los grupos armados actúen sin cortapisas. Los líderes mundiales son responsables y deben estar preparados para afrontar las consecuencias, incluido el mayor flujo de refugiados y migrantes que huyen del conflicto y de los abusos incontrolados de Libia. Los solicitantes de asilo y los migrantes están entre las personas más vulnerables de Libia, y no debemos olvidar su difícil situación”.
Durante años, Libia ha sido un país tanto de destino como de tránsito para personas refugiadas y migrantes del África subsahariana y de Oriente Medio que huyen de la pobreza, de los conflictos o de la persecución. Muchas de ellas se dirigían a Libia con la esperanza de llegar a Europa. Sin embargo, el recrudecimiento de la anarquía y de las amenazas de los grupos armados ha agravado los riesgos a los que se exponen, y ha empujado a huir en barco a Europa incluso a comunidades estables de migrantes que llevaban años viviendo y trabajando en Libia.
Otra de las razones por las que muchas de estas personas tratan de huir son los abusos que sufren en los centros de detención para inmigrantes, donde miles de refugiados y migrantes, incluidos niños y niñas, permanecen recluidos indefinidamente, en condiciones deplorables. Uno de los grupos de personas que viajan a Libia para intentar embarcarse en peligrosas travesías con destino a Europa, son los refugiados sirios, que tienen acceso a pocas rutas transitables para llegar al continente.
En una cumbre especial celebrada en Bruselas el mes pasado, el Consejo Europeo anunció su intención de destinar más recursos a las operaciones de búsqueda y rescate en el Mediterráneo.
“Acogemos con satisfacción el compromiso asumido por los líderes de la UE de destinar más recursos a las tareas de búsqueda y rescate, pero aun así, la gente seguirá muriendo ahogada en el Mediterráneo a menos que se faciliten sin demora embarcaciones de rescate, las envíen a los lugares donde más se necesitan, es decir, a aquéllos donde se registran más peticiones de socorro, y permanezcan disponibles mientras siga habiendo tantos refugiados y migrantes que abandonan Libia”, declaró Philip Luther.
Asimismo, el Consejo Europeo comunicó su intención de redoblar esfuerzos para identificar, capturar y destruir embarcaciones antes de que los traficantes puedan utilizarlas. De aplicarse estas medidas, miles de personas migrantes y refugiadas podrían verse atrapadas en una zona de conflicto.
“La introducción de medidas para luchar contra el tráfico de personas, sin facilitar al mismo tiempo rutas seguras para aquellas personas desesperadas por huir del conflicto en Libia, no resolverá la angustiosa situación de la población migrante y refugiada”, arguyó Philip Luther.
Egipto y Túnez han endurecido también los controles fronterizos por temor a que se extienda a sus territorios el conflicto de Libia, con lo que han dejado a los migrantes y refugiados –cuyos pasaportes han sido con frecuencia robados o confiscados por traficantes, bandas de delincuentes o empleadores libios– sin otra opción, para salir del país, que embarcarse en una peligrosa travesía con destino a Europa.
“El mundo no puede seguir incumpliendo su obligación de ofrecer protección a cualquier persona que huya de estos atroces abusos. Los países vecinos, como Túnez y Egipto, deben mantener abiertas las fronteras para garantizar que cualquier persona que huya de la violencia y de la persecución en Libia tenga a su disposición un refugio seguro”, enfatizó Philip Luther.
Además, Amnistía Internacional pide a los países ricos que ofrezcan más plazas de reasentamiento para personas refugiadas vulnerables, y a la comunidad internacional, que tome medidas efectivas para combatir con urgencia los abusos contra los derechos humanos y las violaciones graves del derecho internacional humanitario que están perpetrando en Libia ambas partes en conflicto.
Persecución religiosa
La población refugiada y migrante de religión cristiana corre especial peligro en Libia de sufrir abusos de grupos armados que pretenden imponer su interpretación de la Ley Islámica. Así, por motivos de religión, han hostigado, secuestrado, torturado o matado de forma ilegítima a personas de Nigeria, Eritrea, Etiopía y Egipto. Hace poco, un mínimo de 49 cristianos, en su mayoría de egipcios y etíopes, fueron decapitados y abatidos a tiros en tres ejecuciones sumarias masivas reivindicadas por el grupo autodenominado Estado Islámico (EI).
Además, la población migrante y refugiada es también, habitualmente, víctima de secuestros, torturas, robos y agresiones físicas a manos de bandas de delincuentes y de traficantes de personas, con frecuencia en la frontera meridional de Libia y a lo largo de las rutas que recorren los traficantes en dirección a la costa libia.
Charles, nigeriano de 30 años, relató a Amnistía Internacional que, el mes anterior, había decidido huir en barco a Europa, tras haber sido secuestrado y agredido varias veces por miembros de una banda de delincuentes en la ciudad costera de Zuwara, a la que se había trasladado para huir de los bombardeos indiscriminados y los combates de Trípoli.
“Venían, nos robaban el dinero y nos azotaban. No puedo denunciar a la policía lo del cristianismo, porque no les gustamos […]. En octubre de 2014, cuatro hombres me secuestraron […] porque llevaba una biblia”, concluye. Se llevaron su dinero y su teléfono, lo mantuvieron dos días recluido, torturándolo y golpeándolo, hasta que, por fin, una noche consiguió escapar por la ventana.
“Estas terribles historias sobre los peligros que impulsan a las personas migrantes y refugiadas a huir de Libia ponen en evidencia la necesidad constante y urgente de salvar vidas en el Mediterráneo. Los líderes europeos deben garantizar que no se devuelva a Libia a refugiados y migrantes que huyen del conflicto y de abusos contra los derechos humanos”, declaró Philip Luther.
Secuestro, extorsión y violencia sexual
La población migrante y refugiada sufre abusos a lo largo de las rutas que siguen los traficantes, y que van del este y el oeste de África hasta la costa libia. A lo largo de estas rutas que conducen a la costa libia, han sido secuestrados subsaharianos migrantes y refugiados, incluidos niños y niñas que viajaban solos. Durante su cautiverio, han sido torturados y sometidos a malos tratos para obligarlos, a ellos y a sus familias, a pagar un rescate. Quienes no pueden pagar son explotados y, con frecuencia, retenidos como esclavos: se los obliga a trabajar sin pagarlos, se los agrede físicamente y se los despoja de sus posesiones.
Asimismo, los traficantes dejan a veces a estas personas migrantes y refugiadas en manos de grupos de delincuentes una vez que cruzan la frontera, en zonas desérticas o en importantes ciudades de tránsito que forman partes de la ruta migratoria, como Sabha, en el suroeste, o la ciudad costera de Ajdabya, en el este de Libia.
Los migrantes y refugiados entrevistados por Amnistía Internacional afirmaron que los traficantes los consideraban “esclavos” y los trataban “como animales”. Uno de ellos describió cómo los traficantes los habían encerrado en una habitación sucia y masificada, sin baño, ni mantas ni colchones, y les daban de comer sólo pan seco. “Sin duda, es un negocio. Te recluyen, y te hacen pagar […]. Si no contestas a sus preguntas, te pegan […] con tubos de goma”, dice un hombre.
Las mujeres, sobre todo las que viajan solas o sin hombres, corren grave riesgo de ser violadas o sometidas a abusos sexuales por los traficantes y por bandas de delincuentes. Las mujeres que son secuestradas a lo largo de la ruta de los traficantes y no pueden pagar el rescate son a veces forzadas a mantener relaciones sexuales a cambio de su liberación o para poder proseguir su viaje.
“Sé que [el traficante] abusó de tres mujeres eritreas. Las violó; ellas lloraban. Ocurrió al menos dos veces”, aseguró un testigo ocular a Amnistía Internacional. Otra mujer de Nigeria describió cómo, en cuanto llegó a Sabha, fue violada por 11 hombres de una banda armada. “Nos llevaron a un lugar fuera de la ciudad, en el desierto, ataron a mi marido de pies y manos a un poste y me violaron en grupo delante de él. Eran 11 hombres en total”, recuerda.
Abusos de los traficantes antes de la partida de las embarcaciones
Algunos migrantes y refugiados afirmaron que los traficantes los habían sometido a malos tratos mientras los mantenían recluidos en Libia, en viviendas a medio construir, durante periodos hasta tres meses, en espera de reclutar más pasajeros. En concreto, especificaron que les privaban de alimentos y agua, los pegaban con palos y les robaban sus posesiones.
Otros refugiados sirios afirmaron haber sido transportados en camiones cisterna con escasa ventilación. “Había dos niños que estaban empezando a asfixiarse y dejaron de respirar. Sus padres les daban palmadas en la cara para reavivarlos. Dieron puñetazos en las paredes, pero el conductor no paró”, aseguran. Posteriormente, los niños fueron reanimados.
Abusos en los centros de detención para inmigrantes de Libia
La población migrante y refugiada de Libia se enfrenta también a reclusión indefinida en los centros de detención para inmigrantes, en duras condiciones, donde sufren torturas y malos tratos sin control. La mayoría ha sido recluida por haber entrado de forma irregular en el país o por delitos similares. También se detiene en esos centros a quienes son capturados en barcos con destino a Europa interceptados por la guardia costera libia.
Las mujeres recluidas en estos centros han denunciado también actos de acoso y de violencia sexual. Una mujer explicó a Amnistía Internacional cómo funcionarios de un centro para inmigrantes habían matado a golpes a una mujer embarazada detenida.
“Solían golpearnos con tubos por detrás de los muslos, incluso a las mujeres embarazadas. Por las noches, venían a nuestras habitaciones e intentaban dormir con nosotras. Algunas mujeres fueron violadas. Una mujer quedó embarazada […]. Por eso decidí ir a Europa. Sufrí demasiado en prisión”, rememora una testigo.
“Las autoridades libias deben poner de inmediato fin a su política de reclusión sistemática de personas refugiadas y migrantes exclusivamente por su condición migratoria, y garantizar que sean recluidas sólo cuando sea estrictamente necesario y durante el periodo más breve posible”, concluye Philip Luther.