Desde siempre, la fotografía de moda es uno de los fenómenos que mejor han reflejado los cambios sociales. Alexander Liberman, quien desarrolló diversos cargos en las publicaciones de Condé Nast, entre ellas el de editor de Vogue, definió la fotografía de moda como «una sutil y compleja operación en la que se ven implicados el arte, el talento, la técnica, la psicología y el comercio». Edna Woolman, directora de la revista en 1938, dictó a sus fotógrafos una consigna innovadora: “enseñad el vestido”.
Orígenes de un género incierto
Hacia 1850, las señoras de la alta sociedad se hacían retratar vestidas con sus mejores galas en los estudios de fotógrafos como Karl Reutlinger y Camille Silvy. Antes, Charles Frederick Worth ya fotografiaba los diseños de sus vestidos utilizando a su propia esposa como modelo. Otro importante antecedente fueron los retratos de la condesa de Castiglione, Virginia Oldoini, retratada por Pierre-Louis Pierson en 1896 luciendo sus numerosos vestidos en la corte de Napoleón III. Ya en estas primeras manifestaciones los fotógrafos buscaban un efecto pictórico en sus fotografías, a veces incluso retocando los negativos y pintando sobre las imágenes positivadas.
Uno de los primeros grandes fotógrafos de moda fue Adolph de Meyer, nombrado barón gracias a los contactos que su esposa Donna Olga Alberta Caracciolo tenía en la corte del rey Eduardo VII. Sus imágenes pictorialistas, influenciadas por los cuadros de Whistler y con frecuencia retocadas, retrataban a mujeres luciendo prendas Worth o Paquin de la década de 1910 en decorados que transmitían naturalidad.
Pero el género no se explica sin la existencia de las revistas. Entre las primeras destacaron La Mode Practique (1892), dirigida por Mme. Caroline de Broutelles, y Les Modes (1900). Publicaban fotografías de actrices y personajes del mundo del espectáculo luciendo los últimos modelos. En 1911, otra de estas revistas, Art et Décoration, encargó a Edward Steichen fotografías de vestidos de la belle époque del diseñador Paul Poiret, que aparecieron en Vogue y Vanity Fair ininterrumpidamente durante 15 años. La consolidación se produjo durante los años entre las dos guerras mundiales, un periodo que contempló el auge de las revistas ilustradas de Condé Nast Vogue y Vanity Fair, y la de William Randolph Hearst Harper’s Bazaar.
Después de la Gran Guerra comenzaron a aparecer en las revistas las modelos profesionales, que sustituyeron a las mujeres de la alta burguesía y a las aristócratas como portadoras de los vestidos de actualidad. También artistas e intelectuales se fotografiaban para estas revistas, sirviendo inconscientemente como modelos de su forma de vida y de su vestimenta. En los años veinte se acercaron a este mundo entre el arte y el comercio grandes fotógrafos como Edward Steichen (su modelo preferida era Marion Morehouse), André Kertész o Alfred Stieglitz. Antes de la Segunda Guerra Mundial la fotografía de moda tenía su capital en París, la ciudad escenario del glamour y el lujo.
A ella se dedicaron fotógrafos como Man Ray (antiguo fotógrafo de la firma de Paul Poiret), quien trabajó para Vogue y Harper’s Bazaar, y el alemán Erwin Blumenfeld, quien aportó al género una visión vanguardista, mezclando el collage con experiencias de laboratorio para conseguir lo que él mismo denominó «proposiciones inequívocas». Blumenfeld aplicó, con Man Ray, el dadaísmo a la fotografía de moda. Ambos contaron con las aportaciones de la modelo Lisa Fonssagrives. Por su parte, George Hoyningen-Huene, un visionario de la fotografía de moda, anticipó una nueva clase de imaginería en la que los cuerpos posaban de manera informal y las formas eran fluidas, consiguiendo una perfecta relación entre calor, elegancia y sexualidad (véase Saltadores de trampolín, 1930). Su más famosa foto es Bañistas, para la que posa su compañero, el fotógrafo Horst P. Horst. La holandesa Emmy Andriesse se trasladó a París para especializarse en fotografía de moda, para la que utilizó como modelos a numerosas personalidades de Saint-Germain-des-Prés, como Juliette Gréco.
La época contemporanea
En la década de 1940 Cecil Beaton retrató a reinas, princesas y modelos posando sobre las ruinas de los bombardeos que destruyeron Londres. Utilizaba trucos, como espejos y elementos de artificio, para conseguir imágenes seductoras. Beaton hizo también importantes fotografías de los diseños del modisto británico Charles James Martin. Por su parte, el húngaro Munkácsi cambió la fotografía deportiva por la de moda, donde destacó por su capacidad para captar el movimiento. Munkácsi trabajó para Harper’s Bazaar a su llegada a Nueva York tras huir de la Alemania nazi, y más tarde el editor Carmel Snow le hizo un contrato para Vogue, donde sustituyó al Barón Adolf de Meyer. Después de la Segunda Guerra Mundial el color se impuso en este género y la capital de la moda pasó de París a Nueva York. Nacía una nueva imagen de mujer exuberante, elegante, cosmopolita.
En los años 50 Alexis Brodovitch, al cargo de la dirección de Bazaar y Vogue, contrató los servicios de Irving Penn y Richard Avedon, con lo que dio un impulso definitivo al género. Penn y Avedon explotaron las posibilidades de modelos-estrella como Dovima, Suzy Parker, China Machado y Lisa Fonssagrives. En los 60 la moda es en gran medida el escaparate de la nueva cultura: la implantación del prêt-à-porter, la liberación de la mujer, el culto a la juventud y el pop art.
Londres se convierte en la capital de la moda con lugares como Carnaby Street y con modelos como Mary Quant y Twiggy, y aquí surgieron los fotógrafos del Terrible Three, grupo formado por David Bailey, Terence Donovan y Brian Duffy, cuyos modelos se inspiraban en los movimientos juveniles de los mods y los rockers. Presentaban la moda como algo más cercano al ciudadano de a pie e incorporaban a sus imágenes el sexo y el erotismo. Otras modelos adoptaban la estética revolucionaria de Mayo del 68, el feminismo y el movimiento hippie: Marisa Berenson, Edie Sedgwick, Talitha Getty. En Nueva York, Andy Warhol y Avedon trabajaban con las modelos Candy Darling, Ultra Violet, Edie Sedgwick, Donna Jordan, Jane Forth y Nico.
En la década de 1970 fueron los fotógrafos Bill King y Chris von Wangenheim quienes monopolizaron las pasarelas de Nueva York, mientras en París Yves Saint Laurent y Karl Lagerfeld decidían el futuro del prêt-à-porter con las modelos Loulou de la Falaise (pareja del escritor Thadée Klossowski), Marina Schiano, Betty Catroux y Clara Saint, con dos fotógrafos clave en la historia del género: Helmut Newton y Guy Bourdin. Newton mezcla en sus fotografías de moda el sexo y el dinero. Sus mujeres son una mezcla de agresividad y sumisión en actitudes que tocan la fibra sensible de los movimientos feministas. En Estados Unidos, Calvin Klein imponía el diseño del futuro con la ayuda inestimable de los fotógrafos Bruce Weber y Herb Ritts, con polémicas campañas con modelos adolescentes de cuerpos frágiles, mientras en otras tendencias se imponían Patrick Demarchelier, Arthur Elgort y Peter Knapp.
Pero la moda vuelve nuevamente los ojos hacia el viejo continente cuando su orientación se hace más pragmática. Vogue y Elle son las revistas que mejor registran este giro. Es destacable el caso de un diseñador, Jean-Paul Gaultier, que se encarga de fotografiar sus propias creaciones.
En los 80, Peter Lindbergh, Paolo Roversi y Nick Knight son los triunfadores del periodismo europeo de moda, junto al citado Bruce Weber, también documentalista (Let’s Get Lost, Broken Noses), mientras en Nueva York triunfaba el japonés Hiro (Yasuhiro Wakabayashi) combinando la publicidad con la abstracción.
Hoyningen-Huene, George Platt-Lyne y Jean Morel desarrollaron una ingente labor durante esta década, en la que la fotografía de moda aborda los temas del consumo y da un nuevo paso en la explicitación del sexo, con la nueva obra de Helmut Newton, Naked and dresse (Desnuda y vestida) y Arthur Elgor. Steven Meisel contribuyó a la creación del mito top model a finales de los 80 y principios de los 90: Cindy Crawford, Claudia Schiffer, Kate Moss, Linda Evangelista, Naomi Campbell… deben mucho a las fotografías de Meisel y a las de Peter Lindbergh y Herb Ritts, que protagonizan un nuevo star system en el campo de la moda. Con el nuevo milenio aparecen nuevos fotógrafos como Tim Walker (fue ayudante de Avedon), quien juega con escenarios teatrales en los que coloca a sus modelos; Michael Thompson (hijo del retratista del mismo nombre y discípulo de Irving Penn); Miles Aldridge, que utiliza en sus fotografías los temas del sexo y la muerte a los que trata con colores ultranítidos; el sueco Mikael Jansson (también discípulo de Avedon); Steven Klein, que combina lo comercial con la transgresión y fotógrafos de moda que trabajan en pareja, como los holandeses Inez van Lamsweerde y Vinoodh Matadin ; el turco Mert Alas y el galés Marcus Piggott; los españoles Bèla Adler y Salvador Fresneda; los argentinos Sofía Sánchez y Mauro Mongiello.
La fotografía de moda en el museo
La Feria de Arte de Basilea de 2008 dedicó por primera vez un apartado a la Fotografía de Moda, aunque ya algunos museos habían acogido en exposiciones temporales la obra de algunos fotógrafos del género. El Victoria and Albert de Londres reunió la obra del británico Nick Knight y el Thyssen-Bornemisza de Madrid acogió en 2011 una exposición de fotografías de Mario Testino. Ahora, bajo el título genérico de “Vogue like a painting”, en este mismo museo se puede ver una gran exposición de fotografías de moda publicadas por la revista Vogue a lo largo de su historia, muchas de las cuales evocan o remiten a grandes obras pictóricas de la historia de arte, cuadros de Zurbarán, Sorolla, Gauguin, Dalí, Balthus, Botticelli, Degas, Magritte o Hopper.
En octubre de 2015, el Thyssen mostró 62 fotografías de gran formato seleccionadas, de entre las miles que la revista Vogue atesora en sus archivos, en función de su relación con importantes obras pictóricas de la historia del arte, del Renacimiento y el Rococó a los movimientos contemporáneos, y ordenadas en torno a grandes géneros como el retrato, el paisaje o los interiores. Así, Erwin Blumenfeld evoca a la “Joven de la perla” de Vermeer y Peter Lindbergh se inspira en Paul Gauguin, mientras otras fotografías lo hacen de bodegones (Grant Cornett de uno de los de Caravaggio), obras clásicas (“Santa Isabel de Zurbarán” por Michael Thompson), los retratos de grupo británicos del siglo XVIII o reproducen texturas pictóricas, como las impresiones artesanales de Nick Night.
Se reunían así algunas de las mejores obras de los grandes fotógrafos de moda, en las que han utilizado los procedimientos y los recursos de los grandes artistas de la pintura: los escenarios en los que sitúan a las modelos, sus poses, la composición de las imágenes, la estética. Aquí están también representados los grandes fotógrafos que dieron esplendor al género, como Irving Penn, Horst P. Horst (con sus fotografías del vestuario de Dalí para el ballet “Bacchanale”), Annie Leibovitz (con una selección de las del rodaje de “María Antonieta”), Mario Testino o Tim Walker (su obra “Árbol con vestidos-lámpara” es deslumbrante).
La exposición se cerraba con el espectacular vestido de 50 kilos “Queen Orchid” de la diseñadora Guo Pei (no es una fotografía, sino un vestido de verdad), valorado en 600.000 euros, enfrentado al retrato de Irving Penn a Cate Blanchet como Isabel I de Inglaterra. Asi, Irving Penn cierra esta exposición, que este mismo fotógrafo abre con “Miss Mouse”, una fotografía que es una obra de arte en sí misma.