Aprendí el término “unionist” muy joven (casi mediante la quiebra de mi pescuezo), a raíz de mi primer viaje a Irlanda del Norte cuando era poco más que un adolescente viajero y con ganas de acción. Con cierto despiste, y algunas lecturas de aquel conflicto (en 1978), viajé solo a Belfast (Irlanda del Norte) desde Dublín (República de Irlanda). Llegué por la tarde en un tren gris, sucio y lentísimo. Así iba yo también –inseguro y lento- aquel día de otoño muy sombrío; allá, donde había una de esas guerras que no quieren –no quería- decir su nombre.
La prensa británica utilizaba el término reductor de “the troubles”, algo así como ‘los disturbios’. De aquel enfrentamiento armado, y de los terrorismos entonces generados de manera múltiple y opuesta, la prensa mundial -bajo influencia de la terminología generada en Londres- apenas retenía unas siglas: IRA (Irish Republican Army).
El IRA, que ha tenido diversas reencarnaciones, surgió en el primer cuarto del siglo XX para independizar Irlanda del Reino Unido utilizando las armas y los atentados. Respondió al terror con el terror. Hundía sus raíces en organizaciones anteriores: Irish Volunteers, United Irishmen, etcétera. Todas ellas fueron brazos armados del nacionalismo católico-irlandés; aunque destacados angloirlandeses y protestantes de origen inglés y escocés estuvieran también en su origen.
En cualquier caso, la línea de las rebeliones irlandesas (así como de sus facciones políticas y armadas) es secular y muy compleja. Además de su componente católica, el movimiento republicano irlandés ha tenido siempre su lado puramente laico y político. En la época de la Revolución Francesa, ya hubo multitudes que se manifestaron en Belfast para celebrar los siguientes aniversarios de la toma de la Bastilla. Así que quienes unen -sin más- lo católico a todo lo irlandés olvidan el resto, que es también muy importante. Ignoran las huelgas generales y los movimientos revolucionarios que generaron figuras como James Connolly o Jim Larkin.
Paradoja: el secesionismo norirlandés es “unionista”
Y esa historia es paralela a la sus antagonistas, descendientes de las sucesivas fases colonizadoras (the plantations) impulsadas desde Londres, espacialmente entre los siglos XVI y XVII. Hubo episodios similares ya desde el siglo XII. Oliver Cronwell encabezó alguno de los capítulos más duros de la última fase bélica relacionada con las “plantaciones”. Se trataba de erradicar a una población (católica y con mayor componente celta) para sustituirla por otra (sajona y protestante) utilizando las armas, las prédicas religiosas virulentas, el sectarismo, la violencia y el terror. Colonizar Irlanda, para Cronwell, equivalía a erradicar el catolicismo y a unir la isla a la Gran Bretaña. Ese es el origen de los “unionistas” de Irlanda.
Desde el primer cuarto del siglo XX, y anteriormente, esos llamados ‘unionistas’ han sido –verdaderamente- los auténticos secesionistas que sirvieron de pretexto a Londres para quebrar la unidad de Irlanda. De modo que el adjetivo, que hace referencia (para el campo pro-británico) a la voluntad de mantener a cualquier precio la unión política de Gran Bretaña e Irlanda es –desde mayor distancia- un término que sirvió –y sirve aún- para imponer la ruptura o el bloqueo de la posibilidad de una Irlanda unida. Fueron la Corona y el Imperio Británico quienes impusieron la secesión de Irlanda del Norte del resto de Irlanda.
Para la historiografía irlandesa, el campo unionista es heredero del poder que llegó de Gran Bretaña. Porque durante siglos, y periódicamente, se reprodujeron rebeliones, masacres y expulsiones masivas, incendios de poblaciones enteras y confiscación de tierras en favor de los planters (colonizadores). Entre una quinta parte y un 40 por ciento de los habitantes de la isla pereció víctima de la guerra y de una de las hambrunas históricas que sufrió Irlanda. Eso se repitió varias veces, durante décadas, durante siglos.
La Gran Hambruna (1846-1851) fue la más mortífera. Se atribuyó a una enfermedad de la patata causada por el hongo phytophtora infestans. Pero cabe atribuir una responsabilidad mayor a los errores y perversiones de la administración de Londres. Las autoridades apenas aceptaron modificar la exportación cerealística, únicamente dieron amparo a una parte de los amenazados de inanición. Y los políticos británicos –al menos, los más extremistas- consideraron aquella hambruna generalizada, prolongada y terrible, como una plaga divina que castigaba la indolencia y al nacionalismo irlandés también “por sus errores religiosos” (cito a Peter Grey, The Irish Famine, 1995). Esa Gran Hambruna (¿alguien quiere llamarla ‘unionista’?) mató a un millón (aproximado) de pobres. Empujó a la emigración a otros tantos. El golpe fue tan brutal que el conjunto de Irlanda (aún hoy) tiene menos población que en 1840.
Pero quienes descienden de aquellos ‘planters’ -sobre todo de escoceses de creencias presbiterianas- todavía recrean sus viejas victorias sobre los nacionalistas irlandeses. Lo hacen en una serie de marchas, manifestaciones y ritos políticos que aún cumplen su temporada anual en Irlanda del Norte. Hoy en día, la Orden de Orange (color del protestantismo holandés en sus inicios) sigue ocupando las calles a principios del verano para recordar la derrota de los irlandeses y del rey Jaime (James II, católico) en la batalla de Boyne (1690), frente a Guillermo (William) de Orange. La Orden de Orange tuvo su origen en los Peep O’ Day Boys, una de los muchos grupos, logias, clubes y sociedades (muchas secretas y violentas) surgidas en la Irlanda del siglo XVIII. Atrás quedaron los Hearts of Steel, Hearts of Oak, etcétera. En la actualidad, persisten social y simbólicamente por medio de otros grupos como ‘los aprendices’ (Apprentice Boys of Derry) o los Red Hand Defenders.
En esa temporada de marchas (the marching season), todos los símbolos de los “unionistas” (esos, los de verdad) salen a las calles para reiterar su memoria y sus rituales que recuerdan el origen del unionismo. Obligan así a muchos irlandeses a revivir siglos de discriminaciones, derrotas, hambrunas y emigraciones masivas. Y a su vez, la memoria irlandesa mantiene su tradición de signo rebelde y opuesto, de generación en generación. Esto confluye en el republicanismo irlandés que se sitúa como antagonista de cualquier tipo de “unión” política con la monarquía del Reino Unido (hoy con la inclusión de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte).
Primera lección unionista
Volveré al principio… No todo había concluido cuando llegué a Belfast por vez primera. Las alambradas rodeaban la estación y dentro dividían en filas a los viajeros en los andenes. Los soldados británicos estaban a un lado y otro. Nadie podía parar un segundo con sus bultos. “Carry on!”, nos gritaban.
Una hora después, y aunque la presencia omnipresente de tropas y fuerzas del orden era inquietante, tras instalarme en una pensión, entré en el primer pub que vi. Nada más traspasar la puerta, fui derribado y puesto contra la pared por unos matones (armados) que vigilaban el local. Mientras dos me retenían los brazos en cruz contra la pared, quien parecía el jefe me agarró del cuello ahogándome un poco. No lo sabía, pero entonces uno no podía entrar sin más en un pub. Al menos en Belfast. Había un casi perfecto apartheid y los barrios estaban divididos políticamente (casi étnicamente). Cada ciudadano sólo debía ir a sus pubs, llamar a taxis de su comunidad (más seguros). A cierta hora, nadie se movía en zonas ajenas.
A la pregunta de aquellos unionistas (sí, puedo llamarlos por su nombre) de quién era y de qué nacionalidad, tuve que contestar la verdad. Tenía mi pasaporte en el bolsillo y mi inglés de entonces no era el de hoy. Lo contrario habría sido muy sospechoso. Los tipos (unionistas, sí) estuvieron debatiendo cómo debían clasificarme. ¿Un insurgente “católico” (es decir, también republicano) a causa de mi pasaporte español? Mientras, me apretaban los brazos y el cuello, uno de los más estúpidos le dijo al jefe que no había ya turistas en Belfast. ¿Qué hacía yo allí? Quizá yo era un espía de los “papistas” (insulto de los unionistas a los republicanos irlandeses). Por fortuna, quien mandaba al grupo decidió dejarme ir, aunque me prohibió volver. Así recibí mi primera lección práctica de “unionismo”. Y así me hice más republicano (español y algo irlandés ahora) de lo que había llegado.
En 1989, estuve dos semanas en Irlanda del Norte durante los troubles. Fue para hacer un programa En Portada de TVE. Fueron unos días en los que asesinaron (el día 12 de febrero) al abogado y defensor de los derechos humanos Pat Finucane. Con el equipo de TVE, fuimos testigos de unos días de violencia en los que los unionistas de Castledergh amenazaron con atacar a los asistentes al entierro de un militante del IRA que había muerto al explotarle su propia bomba. El ejército rodeó el pueblo y llenó de blindados el recorrido del entierro para evitar que dispararan desde las casas protestantes. Acompañamos al cortejo fúnebre –entre música de gaitas- en un ambiente muy tenso. En el cementerio, con los helicópteros por encima, entrevisté a Gerry Adams, mientras cubrían de tierra al difunto. Castledergh (Casileán na Deirge, en gaélico) es un pueblo de menos de 3000 habitantes en el que murieron 25 personas durante aquella guerra sin nombre. Durante el rodaje, en dos ocasiones, las tropas nos apuntaron con sus armas para interrogarnos. Otro día, durante un funeral, una unidad del IRA golpeó a unos colegas de la BBC que se habían pegado a nosotros fuera de la iglesia.
Así que durante años, Irlanda me ha interesado. Y tengo unos pocos amigos irlandeses a los que siento cerca. Ninguno es unionista. Todos son republicanos. Entre ellos, mi querida amiga Anne, quien nació y vive en Belfast, hija de un obrero católico de Falls Road secuestrado y después bárbaramente asesinado (en 1982) por miembros del Protestant Action Force (PAF), una facción surgida de la Ulster Volonteer Force (UVF). Unionistas violentos y terroristas.
Frente a los republicanos y el IRA -en aquellos días- estaban los UVF, la UDF (Ulster Defence Association), los UFF (Ulster Freedom Fighters). Fueron los autores de numerosos asesinatos y actos de terror contra la población civil y la minoría católica, que sufrió décadas de un terrible apartheid legal, político y social. Esos grupos paramilitares protestantes se reivindicaron siempre como “loyalists” (leales) al Reino Unido y como “unionists”. En realidad, desde el punto de vista del nacionalismo irlandés son ellos los responsables del secesionismo norirlandés, de la división política de la isla (tras 1921).
Unionistas y Brexit
Aún hoy, la minoría parlamentaria del primer ministro británico Boris Johnson se sostiene en el parlamento con el apoyo de los diputados del DUP (Democratic Unionist Party). Son ellos quienes tienen la llave de los detalles finales y de las negociaciones del Bréxit que pueden afectar al Tratado de Viernes Santo que devolvió la paz a la isla de Irlanda y que –dentro de la Unión Europea- ha terminado convirtiendo la frontera República de Irlanda/Irlanda del Norte en algo etérea. El Bréxit amenaza esos avances hacia la reunificación de Irlanda, con el respaldo de los secesionistas norilandeses (de origen protestante) que se autodenominan “unionistas”.
Por todo ello, creo que introducir el término “unionista” en el debate sobre la independencia (o no) de Cataluña, es un despropósito absoluto. Sobre todo cuando se refiere a los españoles de ideología republicana (que no parecen ser pocos y entre los que me cuento). Llamarnos “unionistas” es insultarnos y demuestra un desconocimiento absoluto del origen del término. Hace pocos días, un amigo vasco me ha dicho por teléfono: “Hablar por aquí de unionistas es contradictorio y francamente molesto”.
Derechos de los irlandeses en España
Durante siglos, los irlandeses católicos se refugiaron en España. Hay casas, calles, lugares que lo recuerdan. Y desde luego, fueron las víctimas del unionismo protestante. “The Irish alone among non-nationals were automatically given all the rights of Spanish citizenship once they entered Spanish territory” (cito a Tim Pat Coogan en Whenever the green is worn). Algunas leyendas de aquí y de Irlanda sostenían que los irlandeses eran españoles extraviados durante sus navegaciones en los mares del Norte. Lo recogió Salvador de Madariaga.
A principios del siglo XIX, un poema que recreaba otros anteriores, decía “Upon the ocean Green / Spanish ale shall give you hope”.
Así que hablen de lo que quieran (españolistas, secesionistas, constitucionalistas, soberanistas, independentistas, etcétera); pero dejen de utilizar de manera absurda (no sé, si decir ignorante) eso de “unionistas”. Ian Gibson, quien se ha definido como “madrileño de Irlanda”, ¿puede ser unionista por defender una España progresista y republicana? Como él, soy partidario de situar la capital de la República Federal Ibérica en Lisboa. Quiero suponer, claro, que dentro de la Unión Europea. Hasta que lo consiga, y siempre, seguiré considerándome partícipe de aquella vieja tradición de asilo que abría las puertas de la Península Ibérica a los irlandeses. Voilà. Adelante, hacia próximo pub irlandés, hacia la reunificación de Irlanda y hacia la Replública Federal Ibérica. ¡He dicho! “A big pint of Guinness, please. Sláinte!”