Décimo sexto día del sexto mes de 2024. Cuando quise incorporarme a la Flota Estelar me encontré con el problema que tenían la mayoría de mis paisanos, que no era otro que hablar otro idioma. Ahora ya no es así, incluso el actual presidente del Gobierno se maneja con soltura en inglés. Decidí aprender francés contra la opinión mayoritaria que me aconsejaba, bien, optar por el inglés. Pero siempre fui un afrancesado, qué le vamos a hacer.
El objetivo era aprender bien la lengua de Molière, con un idioma me podría incorporar a la nave, y el otro ya lo iría aprendiendo.
Decidido como estaba me apunté a la Escuela Oficial de Lengua de mi ciudad y empecé el largo recorrido de cinco años que se convirtieron en siete debido a algún tropiezo. Al principio pensé que sería fácil, ya que era la lengua que también había estudiado en el colegio y en el instituto pero el nivel adquirido fue tan bajo que tuve que empezar de cero.
Con la excusa del francés empezamos a visitar Francia, en las primeras visitas mi sentido del ridículo y la falta de base del idioma me impedían dar el paso de hablarles en su lengua, y mi cuñado Fernando tenía que venir al rescate con su inglés internacional.
No arrancaba a hablar en francés, así que a mi amiga Carmen Díaz, quien estaba en la Escuela por lo mismo y que también se incorporó a la Flota llevando las responsabilidades de la Comunicación, se le ocurrió que para despegar del francés tendríamos que hacer primero una inmersión.
Así que terminado tercero nos apuntamos a un curso de francés para extranjeros en la Universidad de Montpellier. Fue un acierto.
El primer día conocimos a Ellen Brook, estadounidense, y a partir de ese momento fuimos las tres mosqueteras, ellas eran dos y yo uno, inseparables. Nuestra amistad ha durado hasta hoy, procuramos no descuidarla.
Ellen ha seguido el camino de su vocación artística y se ha convertido en una excelente pintora de telas de seda, crea unas composiciones que son verdaderas poesías visuales.
Hace unos años, al morir su padre, descubrió una maleta con unas cien cartas de su abuelo, al que no conoció, escritas mientras estaba en el frente en la Primera Guerra Mundial. Este descubrimiento lo ha convertido en un proyecto que combina esos textos con cuadros de pintura para crear una metáfora atemporal que ha llamado «Messages in a bottles». Un hermoso homenaje.
Todo esto viene a cuento para decir que es un gustazo hablar otro idioma, que nos encanta viajar por Francia y hablar con la gente que la habita, que admiré su revolución y que espero que de nuevo sean capaces de frenar la ola reaccionaria que se cierne sobre Europa.
Que la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad sigan grabadas eternamente en los frontispicios de sus edificios públicos.