Además de publicar cada año ocho volúmenes de la colección de clásicos de la literatura española, la Real Academia de la lengua, cumpliendo con la función de «dar esplendor», ha tomado a su cargo la labor de divulgar grandes obras literarias en ediciones conmemorativas, muchas de autores iberoamericanos.
Lo hizo con «Cien años de soledad» de Gabriel García Márquez, también con «La ciudad y los perros» de Vargas Llosa, «La región más transparente» de Carlos Fuentes, «Rayuela» de Julio Cortázar.… y ahora con «El Señor Presidente», la gran novela del Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974).
Como en los volúmenes anteriores, la novela se completa con estudios críticos de escritores que conocen bien al autor y la obra, en este caso Arturo Uslar Pietri, Vargas Llosa, Darío Villanueva, Sergio Ramírez, Luis Mateo Díez y Gerald Martin entre otros.
La novela de dictador
En una reunión en 1967 algunos escritores iberoamericanos se conjuraron para escribir las biografías de varios dictadores de América Latina. El proyecto no llegó a culminar, pero algunos escribieron novelas que dedicaron a esos caudillos. El cubano Alejo Carpentier escribió «El recurso del método», el venezolano Augusto Roa Bastos «Yo el Supremo», el colombiano García Márquez «El otoño del patriarca», y el peruano Vargas Llosa «La fiesta del chivo».
Mucho antes, en 1946, hace ahora 75 años, el guatemalteco Miguel Ángel Asturias había iniciado esta serie de «novelas de dictador» con «El Señor Presidente», aunque el verdadero origen del género ya estaba en «Tirano Banderas» de Valle-Inclán.
Radiografía de una dictadura
«El Señor Presidente» es la radiografía de una dictadura y de las consecuencias que provoca en las víctimas un sistema que funciona sin respeto a la justicia ni a ningún otro poder y que ignora los derechos más fundamentales, empezando por el de la vida de las personas.
Miguel Ángel Asturias sabía de lo que hablaba. Llegó a París en 1924 huyendo de la dictadura guatemalteca de Manuel Estrada Cabrera, en la que se inspira esta obra. Tenía a medio hacer una novela a la que había titulado «Los mendigos políticos», que terminó en 1932, aunque no pudo publicarla hasta 1946 con el título de «Señor Presidente». El título original aludía a la reata de pordioseros y miserables que en la novela se apiñan cada noche en el Portal del Señor y en las escalinatas de la catedral. Allí se cometió una noche el crimen que terminó con la vida del coronel Parrales Sonriente, un militar sádico fiel al Presidente de la República.
El escritor aborda la crítica a los sistemas dictatoriales desde el sufrimiento de las víctimas y desde el protagonismo de los victimarios que a veces, a capricho del dictador y sin que medie ninguna causa, se convierten también en víctimas caídas en desgracia, porque en una dictadura el destino, como dice uno de los personajes de la novela, es una lotería: «pog lotería cae ugté en la cágcel, pog lotería lo fugilan, pog lotería lo hagen diputado, diplomático, presidente de la Gepública, general, minigtro. ¿De qué vale egtudio aquí si todo eg pog lotería?».
En la trama, personas cercanas al dictador como el general Eusebio Canales y el licenciado Abel Carvajal, son acusados del crimen del coronel Parrales, que no cometieron, por testigos falsos sometidos a torturas. El Señor Presidente sospecha de su fidelidad y utiliza aquel crimen como coartada para eliminarlos. El sufrimiento alcanza a los allegados de los acusados, automáticamente rechazados por amigos y familiares que hasta entonces mantenían con ellos relaciones muy estrechas. El hecho de tener algún vínculo con alguien que se haya ganado la crítica o la desaprobación del Señor Presidente convierte en apestados a amigos y familiares de la víctima. Incluso alcanza a Cara de Ángel, el protagonista, un servidor fiel al Señor Presidente, «bello y malo como Satán», por haberse enamorado de Camila, la hija de Canales.
La huida del general Canales a través de un país sumido en la miseria y la pobreza más extremas le obliga a conocer por primera vez la realidad del sistema con el que había colaborado estrechamente, por lo que intenta redimirse uniéndose a los revolucionarios que luchaban contra la dictadura en la clandestinidad.
La narración profundiza en la instauración del estado de terror propio de las dictaduras a través de los delirios de una autoridad cuyo único objetivo es mantener el poder y los privilegios eliminando a opositores, enemigos y sospechosos. Las decisiones sobre las vidas y las haciendas de los súbditos son ejecutadas por funcionarios y militares cuya fidelidad al Señor Presidente obedece más al miedo que a cualquier tipo de identificación con el sistema, un miedo que se extiende a toda la población: «los vecinos… se despertaban con la buena nueva del día de fiesta y el humilde propósito de persignarse para que Dios les librara de los malos pensamientos, de las malas palabras y de las malas obras contra el Presidente de la República».
El estado policial creado por la dictadura alcanza a todos los ciudadanos y teje una red de espías, chivatos, soplones y vigilantes dispuestos a denunciar cualquier sospecha contra el orden oficial. El Señor Presidente mueve desde la invisibilidad los hilos de un sistema que protege su vida y sus posesiones a costa del sufrimiento del pueblo. Se sabe de la existencia del Señor Presidente y se le nombra con temeroso respeto con todos sus atributos: Presidente de la República, Benemérito de la Patria, Jefe del Gran Partido Liberal, Protector de la Juventud Estudiosa… pero nunca se deja ver en público y sus víctimas nunca saben si las violaciones y los desmanes cometidos por sus esbirros son fruto de sus decisiones o si, como piensan a veces, el Señor Presidente desconoce las acciones de terror y la violencia de sus militares. Es esta una peculiaridad de todas las dictaduras.
Además de las críticas a los sistemas dictatoriales, en «El Señor Presidente» Miguel Ángel Asturias plantea una exposición de la represión sufrida por su pueblo durante siglos. Para ello se acerca a la mitología maya-quiché y a su libro sagrado «Popol Vuh» para exponer a través de elementos mágicos, oníricos e irracionales, surrealistas, la persistencia de esa represión. Estos elementos conforman una nueva atmósfera literaria que está en los orígenes del realismo mágico.
Años después, Miguel Ángel Asturias incidiría en la críticas a los totalitarismos en «El papa verde», que recrea otra dictadura de su país, la de Jorge Ubico, apoyada por los Estados Unidos y la United Fruit Company.