El teatro Lope de Vega presenta en el marco de una controvertida Bienal, con suspensiones inexplicadas de espectáculos, a dos grandes de la generación joven del flamenco más puro y tradicional, que es lo que gusta en Sevilla. El cantaor chiclanero Antonio Reyes y el guitarrista jerezano de tercera generación Diego del Morao, hijo del inolvidable Moraíto Chico y nieto de Manuel Morao quien fue discípulo de un guitarrista mítico, Javier Molina. Ambos dieron testimonio de su gran virtuosismo con las cuerdas, bien acompañados por el compás de tres grandes, Chicharito de Jerez, Diego Montoya y Tate Núñez. La percusión a cargo de Juan Grande. Aplauso cerrado por sevillanas al final, la forma indiscutible de demostrar apoyo a los artistas en esta ciudad de color muy especial.
Y es que hay que hablar con sevillanos para darse cuenta de por donde van los tiros por aquí. En Madrid sin ir más lejos, las fusiones, innovaciones y coreografías contemporáneas triunfan; aquí en Sevilla, en una Bienal de Flamenco, no tanto. Estamos en el corazón del flamenco puro, que tiene ya muy demostrado por todo el mundo que es capaz de rendir a públicos de lo más heterogéneo. Que es algo único de España, en altísimo porcentaje de Andalucía, que no hay nada igual fuera de aquí, que es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde 2010. Que estamos a dos pasos de la Bahía de Cádiz, cuna histórica de flamencos que han asombrado al mundo. Y se los entiende.
He oído críticas a las fusiones de Rocío Márquez, a la inauguración de la Bienal con una versión de Lisístrata, La guerra de las mujeres, cantada por Estrella Morente, que aquí en Sevilla es considerada como cantante, pero no como cantaora. No hablemos del Yu Yu de Israel Galván e Isabel Bayón que casi causa un motín en el Maestranza; es que ayer en el estreno del nuevo espectáculo de Pastora Galván, Mírame en el Lope de Vega, me comentaba un importante personaje del mundo de las peñas flamencas con mucho peso aquí en Sevilla, que él y más gente se salieron. Y eso que los proyectos artísticos de Pastora están muy lejos de los de su hermano Israel. Se ve que en el contexto de una Bienal de Flamenco cuesta la aceptación de lo nuevo, que sin duda tiene sus fans, como no podía ser de otra manera, pero…
Volvamos a Antonio Reyes, Diego el Morao y acompañantes. El concierto que ofrecieron la noche del 27 de septiembre, presentación del trabajo discográfico llamado Directo, porque se gestó el 7 de mayo de 2015 en el tablao madrileño Las Tablas, de forma espontánea e improvisada, con ambos artistas trabajando juntos por primera vez, grabado en directo en la ocasión y editado posteriormente por el Círculo Flamenco de Madrid. Su primer recital juntos va a pasar a la historia como testimonio del gran momento que viven ambos intérpretes y de su complicidad espontánea. La propuesta de esta noche es la consecuencia de aquella experiencia tan feliz.
La motivación y complicidad de los dos artistas en el recital fue insuperable. Voz y guitarra de auténticos virtuosos. En un programa con dedicatorias a los grandes maestros, sin olvidar a los desaparecidos este año. El timbre lírico de la voz de Reyes, acaricia los largos sostenidos, los mima, los acompaña de la expresividad de sus manos y su cuerpo para expresar al máximo emociones y sentimientos, sobre todo cuando se levanta y acerca al borde del escenario para sentirse más cercano a su público. Cuando se sienta, él y El Morao se entienden con la mirada, la sonrisa sutil, son compadres, felices compañeros de aventura y eso se siente, da corporeidad al recital que provoca silencios sepulcrales de máxima concentración, admiración y gozo en la sala, seguido de aplausos para premiar la actuación al final de cada palo, cuando Reyes se levanta haciendo un desplante. Y esto, flamenco puro grande y jondo, sí que lo premian los sevillanos y… los japoneses, tan presentes en los espectáculos de la Bienal, que las presentaciones también se hacen en japonés.
Empieza Diego con una introducción solista por bulerías, para crear ambiente. Arranca a la guitarra esas sonantas profundas, arpegios clásicos de la bulería que ya hacen respirar hondo al personal. Preparados para recibir a Antonio Reyes que recibe su primer aplauso al pisar el escenario. Entona una Liviana-Toná recordando a Antonio Mairena, pero en la soleá que sigue, Recuerdos de Charamusco, hace mairenismo puro, el que marcó la transición del flamenco desde las ventas a los festivales; soleá con historia. Mairena había escuchado una madrugá en Jerez, en compañía del padre del Morao, en una taberna, a un gitano jornalero conocido como Charamusco que estaba entonando un cante. Y ese cante se le quedó en la cabeza y le cantó por primera vez en una reunión en Madrid en casa del guitarrista Juan Antonio Muñoz. Y luego fue disco, recordando al gitano. Y esta noche, Antonio Reyes, como el maestro, empieza bajito, recreándose, susurrando, para luego salir con un cante que estremece el corazón.
Y el Camarón, modelo de y para siempre del de Chiclana, sale a relucir con esa Canastera que se inventaron él y Paco de Lucía en tiempos gloriosos y que ya es raro escuchar. Toda una resurrección de ese cante, al que Antonio Reyes y Diego el Morao imprimen la profundidad del recuerdo, de algo que no se olvida, trayéndolo al presente. Y se agradece.
Ya se estaban echando de menos las Alegrías con dos gaditanos protagonistas de la noche. Con el compás extraordinario de Chicharito, Montoya y Tate Núñez, la mejor percusión del mundo, la más difícil, la de las palmas y pie y la más hermosa. Alegrías que van dedicadas al maestro cantaor Aurelio Sellés, del barrio de Santa María de Cádiz y con calle a su nombre desde 1964.
El Caracol tiene también su recuerdo en este concierto de flamenco por tangos, bulerías y fandangos. Algo especial, el timbre lírico, genuino, con carácter personal de este chiclanero de oro. Cuida y mima la melodía, cuida y mima las pausas, pausas con las que hace parar el tiempo, con las que hace olvidar que hay que seguir respirando, pero la belleza de las falsetas de la guitarra del Morao están ahí para recordarlo.
Lo mejor de la noche, hacia la mitad del recital, la seguiriya; cante y toque, cantaor y guitarrista mano a mano, combinando sonidos y silencios increíbles, con un recuerdo que no podía faltar para Moraíto Chico, recuerdo de su hijo, jugando con el virtuosismo de su guitarra, regalando la mayor belleza que puede salir de las seis cuerdas, la emoción contagiosa; el público interactuando con su silencio respetuoso, admirativo, solemne, total. Seguiriyas para la historia, esto si que es algo grande, que queda grabado en el alma para siempre. Cómplices al máximo, cantaor y guitarrista, los dos jugando con la solemnidad de este cante, mimando cada nota, cada acorde. Se salen.
Este es el flamenco que hace vibrar al mundo; el flamenco que no necesita de adornos, que es eterno, sencillamente porque hace vivir lo más genuino del ser humano, el idioma universal de la emoción y el sentimiento. A quienes lo conservan hay que agradecérselo.
