De niños robados y monjas maravillosas

Un llamado TV movie de televisión ha traído recientemente a la palestra el tema de los niños robados que tuvo lugar en Madrid en la década de los años ochenta del pasado siglo, y con ello el descubrimiento de una mafia de ladrones de seres humanos que, comandada por una monja y teniendo de cómplice a un médico, entre otras alimañas, cometían esa monstruosidad que no tiene nombre.

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Esta truculenta historia ha podido influir sin duda en la creencia de que todas las monjas, o muchas de las que se han dedicado a través del tiempo a cuidar a los recién nacidos pudieran estar cortadas por el mismo patrón, y ante ello quiero romper una lanza en favor de muchas monjas que, antes bien al contrario, fueron seres maravillosos que hicieron las veces de madre para los que nunca tuvimos madre conocida o la perdimos en la infancia.

Quiero comenzar diciendo que yo fui un niño huérfano desde los primeros años de mi existencia, por lo que me tocó vivir de internado en internado hasta cumplir los 18 años. Es decir, que conozco de primera mano la vida de lugares como casa-cuna, orfanatos, hospicios o inclusa, términos con los que se denominaban los lugares donde nos recogían a los que tuvimos la desgracia de ser cristales rotos en la primera hechura de la vida, los niños huérfanos. Y allí, donde nadie llegaba porque solía ser una especie de apartado lugar en el que recoger a los restos del naufragio de la sociedad biempensante, allí estaban unas monjas que hacían las veces de madre para con nosotros, dando calor humano donde solo existía la frialdad de la orfandad.

Camino de los setenta años, todavía recuerdo hoy el cariño de sor Encarnación hacia un niño que, sacado de un pequeño pueblo de Extremadura fue llevado por un guardia municipal por orden del Ayuntamiento a un Preventorio Infantil de Alicante. Aquel niño era yo, y me asía día tras día a la mano de aquella monja mercedaria porque era el único calor humano que en aquel momento tenía en la vida. Y es que solamente un huérfano sabe lo que es ser huérfano, no poder pronunciar nunca la palabra padre, madre, porque no tiene sentido al estar llenas de un vacío. Sobre todo como en mi caso, cuando con un año escaso perdí a mi padre y con cinco a seis un día una mano caritativa se posa en tu espalda para decirte: “Tu madre ha muerto”. A partir de aquel momento sabes que nunca volverás a ser un niño como los demás, porque nunca tendrás padres, por lo que tendrás que ser un ser errante.

Después conocí a otros muchos huérfanos como yo en el Colegio San Francisco, de Cáceres, mi segundo internado. Éramos unos 100 chicos huérfanos de la Provincia, y dependíamos de la Diputación Provincial. Unos tenían padre, otros madre y otros a nadie, absolutamente a nadie, ya que no habían conocido a nadie en la vida que significase familia. La familia éramos nosotros, porque todos éramos hermanos en la vida, en el infortunio, aunque para la gente de la ciudad, extramuros, solíamos ser los hospicianos, los incluseros, los niños huérfanos o abandonados.

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En este colegio conocí a bastantes hermanos de infortunio cuyo itinerario en la vida era para escribir una historia con cada uno de ellos, y he conocido muchos: el primer “domicilio” era la casa-cuna, un lugar situado en los bajos del hospital provincial de Cáceres donde eran dejados por madres que por circunstancias diversas no podían mantenerlos. De ahí pasaban al Colegio de la Milagrosa. Ambos lugares dependían de la Diputación provincial y estaban regentados por monjas, unas personas que, entregadas, hacían todo lo que podían por cuidarles, hacerles la vida lo más llevadora posible. Monjas como sor María, Sor Felisa, Sor Encarnación y tantas otras, que venían a ser las madres postizas pero de cariño verdadero.

A la altura de este año de 2013 del Siglo XI habrá quien se escandalice por el hecho de que una madre pudiera llegar a dejar en la casa-cuna a un hijo, pero situando la historia en los años cincuenta del pasado Siglo XX la cosa era bien distinta. En primer lugar creo difícil, cuando no imposible, que una mujer pudiera abandonar a su hijo si no fuera por la imposibilidad de mantenerlo. Era aquella España de los años cincuenta un país de miseria y hambruna, donde una madre soltera era rechazada por la sociedad bienpensante de credo diario y misa dominical y, lo que es más terrible, rechazada incluso por los propios padres, que en algunos casos expulsaban a la chica de casa por haber “mancillado” a la familia, pasando a ser ignorada. También se daban los casos de que el señorito de la casa dejaba preñada a la criada de turno, y claro, el camino más práctico era expulsarla de la casa y aquí paz y después gloria. Tiempos aquellos en que una mujer no era nadie “sin permiso marital”, y tener un hijo siendo soltera era lo menos apropiado para buscar marido.

Conocí todo tipo de casos en mi vida de huérfano interno, en un tiempo en que éramos unos 100 chicos huérfanos, hermanos de destino, que a partir de los nueve años pasaban al último peldaño, al Colegio de San Francisco, regentando por los padres salesianos. De todo ello hablo en mi libro “Memorias de un internado”, trabajo al que dediqué varios años recopilando documentos, hablando con compañeros, haciendo entrevistas, volviendo al pasado. Hoy me quedo con el recuerdo y la defensa de aquellas monjas que hicieron para con nosotros las veces de madre, lo menos parecido a la monja de “los niños robados”. Frente a esa miserable, las monjas de nuestra infancia eran seres maravillosos, mujeres que nos entregaron el cariño de madres del que la vida nos privó.

Desde mi agnosticismo actual, solo me resta decir: que Dios la tenga en su gloria.

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha seis libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», y «Memoria Histórica. Para que no se olvide». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

1 COMENTARIO

  1. Impactante tu historia. Pienso que en un país como España, de grandes contrastes, hay cabida para todas las categorías posibles, monjas buenas y monjas malignas, médicos ejemplares y médicos indignos, gente buena y gente mala. Suerte que se impone la mayoría de casos y situaciones de buenhacer, de alegría, de felicidad y de final feliz como el tuyo. Yo misma tengo varios médicos honrados y honestos en mi familia, incluída mi segunda hija, quienes fueron y son ejemplo de vocación y cumplimiento de su deber. También cuento en mi familia y entre mis amistades con varios religiosos, monjas y hasta un monseñor, que en paz descanse. Sin embargo, te aseguro que el pueblo es sabio y a pesar de las noticias impactantes con las que nos saturan los medios de comunicación, sabemos, conocemos y suponemos que esas monjas y médicos incorruptibles que no llegamos a conocer son mayoría en la sociedad. Gracias por abrir tu corazón para contarnos esa parte importante de tu vida. Un abrazo.

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