Ante la celebración del VII Congreso de la Lengua Española que tendrá lugar en San Juan de Puerto Rico durante los días 15 al 18 de marzo, deseo aportar mi granito de arena en defensa, no apasionada, de nuestro idioma común, en un momento en que según el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, el uso de nuestra lengua resulta zarrapastroso. Y tanto.
extranjerismos y nuevas denominacionesY además, soy de la opinión de que nuestro rico idioma, un español que hablamos hoy en día unos 500 millones de personas en diferentes partes del mundo, está siendo no ya penetrado, sino invadido por anglicismos al uso, de tal manera que si Cervantes levantara hoy la cabeza le iba resultar difícil entenderse con sus paisanos hasta para pedir cualquier vianda. No quiere decir esto que uno esté en contra de un idioma, el inglés, que se ha convertido en el latín de nuestros días, sino de poner las cosas en su sitio sin quitar ni poner rey, pero defendiendo un hablar que forma parte de nuestro ADN como pertenecientes a una comunidad lingüística tan rica como la nuestra.
A las pruebas me remito con unos ejemplos que he vivido directamente en los últimos meses, y que son solamente la punta de un iceberg que crece día a día bajo el sustrato de nuestra sociedad. Yendo como he ido por Navidad a cambiar un regalo a una tienda Sfera de Madrid, ya que a este cuerpo que me acompaña resulta difícil acoplarle cualquier prenda, resulta que las distintas plantas no están dedicadas a Hombres y Mujeres, sino a Men y Women.
Así, de un plumazo, ha desaparecido la definición de los dos sexos en español, precisamente en el corazón de Madrid. Bien está que se facilite la comprensión a los turistas que nos dejan los cuartos, pero es que a esta Villa y Corte arriban gentes de miles de pueblos de España, desde Torralba de Calatrava a Torrejoncillo, que son los pueblos manchego y extremeño de mi santa y del que suscribe, gentes estupendas que no tienen por qué conocer el inglés para comprarse un tanga o unos calzoncillos, digo yo.
Más fuerte ha sido lo que vi y presencié en un hospital de Madrid cuando, acompañando a un familiar, compruebo que a las salas de consulta no se las denomina como tal salas, sino como boxes. “Señorita Montse, pase usted al box cuatro”. Dicho en román paladino, “Pase usted a la sala cuatro”. Box o boxes significan en inglése caja o cajas, y servidor había oído tales palabras relativas a las carreras de caballos o en los circuitos de Fórmula 1, lugares donde caballos y bólidos se meten en las cajas o boxes. Pero ahora resulta que a las personas también se las meten en “cajas”, y encima en un hospital… ¿Se imaginan a un paciente que llegue a urgencias con una pierna hecha unos zorros y le digan: “Señor Ibáñez, pase usted al box (a la caja) siete…”. Podría darle un pasmo, porque de ahí al camposanto hay solo un paso.
Siguiendo con los hallazgos lingüísticos, en el aeropuerto de Barajas, T-1, no se andan por las ramas, y en este sentido en una cafetería tienen unos letreros para que nos enteremos todos de lo que hay que hacer, naturalmente… en inglés. Así, en una parte del local está escrita la palabra Meet, que es para la gente que quiere quedar allí para encontrarse, y en otra parte la palabra Eat, que es el lugar adecuado para comer. ¿Y los que hablan solamente español, dónde quedan y comen?, ¿cómo se les indica el lugar? Porque por dicho aeropuerto transitan muchísimos españoles que también necesitan un lugar donde quedar o comer, aunque sea un simple bocadillo, que este caso sería sanwich, claro.
Para poner el broche a este desaguisado de idioma o ensalada de mil sabores en que algunos están convirtiendo el idioma español, hay uno que me ha llamado la atención, y que fotografié en su momento. Como todas las personas tenemos unas necesidades perentorias, desde el rey al funcionario, pasando por el recogepelotas hasta llegar al periodista ligero de próstata, a los evacuatorios de dichas necesidades las denominamos de diferentes maneras, todas ellas entendibles… pero según y cómo. Conocidas son las palabras servicios, lavabos, wáteres, toilettes, a las que también se pueden añadir, hablando correctamente, otras cono urinarios, mingitorio, meadero, excusado, baño, inodoro, nefrítico y varias más.
Pero me he encontrado con dos símbolos respecto a este tema que me han llamado la atención, uno porque creo que se han pasado de cultos, y el otro porque o no sabemos dónde estamos o es que en esto del idioma somos demasiados graciosos. El primero ha sido en un bar de la localidad en que vivo, que para definir el lugar donde deben ir a evacuar hombres y mujeres designan a tales habitáculos con dos XX, si se trata de mujeres, y con XY si se refiere a los hombres. Y todo por la unión de espermatozoide y óvulo. ¿Pero en qué cabeza cabe que cualquier persona que vaya ligera al excusado, ya sea hombre o mujer, se va a fijar en las dichosas equis o y griega? Lo suyo es soltar cuanto antes la larga y cálida meada para volver a la mesa a hacer méritos.
Y ya rizando el rizo, ahora resulta que para algunos, idiomáticamente hablando, a hombres y mujeres no se nos denomina como tales, sino como Pishas y Shohos. Así, como suena. Como verán, por una parte nos entran los anglicismos, y por otra no necesitamos de extranjerismos para arreglar la casa. Es de imaginar que, ante semejante panorama, los defensores del idioma somos una especie en extinción a corto plazo.
«Especie en extinción» desde los orígenes de la palabra; que es buena si se entiende, e inútil si perdemos el tiempo en fijar si es «nuestra» o ajena.