La capilla del Cristo de las Angustias del Real Monasterio de Santo Tomás, en Ávila, es un lugar teresiano de primera magnitud, teniendo una gran importancia no solo religiosa sino también artística, escribe Virtudes Jiménez Torrubia[1], quien explica la profunda devoción de religiosos y seglares hacia la imagen del Crucificado que ha presidido esta capilla desde finales del siglo XV.
Virtudes Jiménez Torrubia
Cristo de las Angustias del Real Monasterio de Santo Tomás en ÁvilaEn el transcurso de las últimas restauraciones efectuadas en la capilla del Santo Cristo, llevadas a cabo por la empresa Édolo Conservación Restauración S.L., se estudia la autoría del Cristo que preside la capilla, debido a la excelente calidad que se aprecia no solo en la talla, sino también en la policromía. La autoría de una obra de dichas características merecía ser encontrada y lo que fue un presentimiento se hizo realidad, ya que resultó corresponder al insigne maestro Gil de Siloé y su extraordinario policromador, Diego de la Cruz. Pudo ser el último Crucificado que realizó Gil de Siloé.
Escribía el padre Cienfuegos en el siglo XIX, que el Santo Cristo de las Angustias es un Cristo de gran devoción pero de poco nivel artístico.
Efectivamente, siempre fue un Cristo de mucha devoción, pero nada más lejos de la realidad cuando se refiere a la calidad de esta imagen, que presenta unas calidades técnicas y de material extraordinarias. Tanto el escultor, Gil de Siloé, como el policromador, Diego de la Cruz, hicieron uso no solamente de técnicas desarrolladas únicamente por grandes maestros, sino que tuvieron la capacidad de imprimir en la obra la expresión de unos sentimientos que solamente pueden ser apreciados al tacto o viéndose muy de cerca, distancia para la que no fue creada la obra por sus grandes dimensiones (221 cm de alto, 195 cm de ancho en brazos). Ello lo consiguen a través de unas bien desarrolladas técnicas y un gran conocimiento de una anatomía tras el sufrimiento infringido, por ejemplo la hinchazón que producen los latigazos en la carne, las finas fisuras por donde escapa la sangre con el rasgado de la piel, etc.
Se utiliza para la talla madera de nogal, madera que por aquel entonces y a pesar de estar tan cerca del descubrimiento del Nuevo Mundo, ya importaban de allí. A pesar de su gran tamaño, el Cristo se ha tallado en una sola pieza, menos los brazos y el nudo del perizoma (taparrabo).
La utilización de materiales excelentes por grandes maestros garantizó una gran obra
La corona de espinas está tallada también en el mismo bloque de nogal, quedando maciza en relieve en la parte posterior, y tallada separada de la cabeza y solamente fijada a ésta por las espinas que quedan clavadas.
El brocado que presenta el perizoma, dorado con oro fino, solamente se hacía por encargo de grandes personajes.
Realmente, los materiales eran excelentes, y la utilización de estos materiales por grandes maestros garantizaba una gran obra. Pero en este caso, ese refinamiento técnico que poseían lo utilizaron para ir más allá, al mundo de las sensaciones que desprenden el tocar la obra. No es necesario mirarla para comprender la grandeza que posee, solo basta tocarla.
Efectivamente, me resultó sorprendente el hecho de que al cerrar los ojos y pasar la mano iba sintiendo cada músculo, cada hueso, cada detalle de la anatomía, pero lo más sorprendente es que sentía perfectamente cada herida, cada latigazo, cómo se hinchaba la carne, cómo se rasgaba la piel dejando fluir la sangre. Y todas estas sensaciones no se pueden apreciar con la mirada, no se pueden percibir con las cámaras. Es necesario cerrar los ojos y pasar la mano para sentir el sobrecogimiento de un ser herido.
Realmente, este Santo Cristo no es un cristo solo para verlo y admirarlo, es un Cristo para sentirlo, es una verdadera joya en la escultura española, concretamente de la escultura desarrollada a finales del siglo XV del arte castellano.
El Santo Cristo alcanzó una enorme importancia como lugar de peregrinación, cuando en 1501, apenas unos años después de colocarse la imagen, ya se ofrecían indulgencias a todo aquel que visitara esta capilla. Estas indulgencias siguen vigentes al día de hoy.
Teresa de Jesús buscaba el recogimiento ante el Santo Cristo de esta capilla y en ella recibía consejo y se confesaba con los padres predicadores. En el manuscrito del siglo XVIII conservado en el archivo de Santo Tomás se afirma lo siguiente:
“La capilla inmediata al cruzero de la capilla mayor que es la primera de el costado de la Epistola, es la que llaman de el Santo Cristo, por aver en ella un crucifijo muy deboto. En esta capilla se confesaba y tenía su acostumbrada oración la gloriosa Santa Teresa de Jesús y consultaba con el maestro Fray Domingo Bañez ….y la piedra donde la Santa se ponía de rodillas a orar y confesarse regularmente está oy erigida en un altarito en su nombre con un cuadro que representa el caso maravilloso que estando el dia de la Asunpcion de Nuestra Señora del año de 1561 pidiendo a Dios la Santa delante del Cruzifijo la perdonase todas sus culpas pasadas::” … vínome un arrobamiento tan grande, que casi me sacó de mi. Senteme , y aun parezeme que no pude ver alzar, ni oir misa, que después quedé con escrúpulo de esto. Parecióme estando así, que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad; y al principio no veía quien me la vestía; después vi a Nuestra Señora al lado derecho y a mi padre san Joseph al izquierdo, que me vestían aquella ropa; dióseme a entender que estaba ya limpia de mis pecados’.
Ademas de aver recibido Santa Teresa tan singular favor de Dios en esta capilla por la intercesión de su gloriosa Madre y del glorioso Patriarca san Joseph; es tradición común la hablo dicho Santo Crucifijo muchas veces a la Santa”.
- Virtudes Jiménez Torrubia es licenciada en Bellas Artes en las especialidades de Restauración y Escultura. Desde el año 2011 trabaja con su equipo en la recuperación y restauración de las capillas del Real Monasterio de Santo Tomás en Ávila.