Dado su excelente y nutrido currículum, las funciones de Joglars siempre merecen un público crítico y presto a disfrutar de la sátira, género al que está adscrita esta compañía desde su fundación hace más de cincuenta años. Eso es lo que esperaba el público que llenó por dos días consecutivos este pasado fin de semana el aforo del Teatro Liceo de Salamanca.
El espectáculo (“Zenit: la realidad a su medida”) se prestaba a una crítica a fondo a esos medios de comunicación al uso y abuso, concebidos como máquinas voraces de éxito y poder, y reconvertidos en periodismo/espectáculo, donde la ética es una mala consejera profesional –tal como sostiene en la obra la presidenta del grupo mediático-, y lo que importa es el negocio por el negocio. Este tiende a satisfacer la avidez y glotonería de una masa hambrienta de exclusivas noticiosas –rosas, amarillas, negras-, con la consiguiente repercusión en unas mayores cuotas de audiencia y mercado. Todo vale con tal de que el circo mediático se renueve y brinde al respetable carnaza que se venda y revenda por todos los canales y formatos.
Con un asunto de tal calado y la dimensión crítica que podría tener para un público adulto, defrauda un poco que el resultado global de la dramaturgia se quede en el nivel superficial de un comic para espectadores no tan adultos. Es una lástima que el texto no vaya mucho más allá de simbolizar esa adulteración profesional con el vuelo de un moscardón o el sonido de las goteras en el edificio del periódico. El desenlace se perfila desde ese momento tal cual finalmente es, sin que la música un tanto apocalíptica lo subraye especialmente, ni tampoco llegue a impactar en el espectador con el efecto que sería deseable para perseguir el aplauso con el oscuro final.
A la función, pese al buen trabajo de los actores, le sobran reiteraciones en el libreto y algunos minutos al comienzo, con esa larga introducción musical y sin palabras que nos asoma a los orígenes del periodismo como profesión concebida para hacer una crónica veraz de los hechos. Destacable la actuación de Ramón Fontseré en la interpretación del viejo profesional, quemado por el sistema pero aún un poco crítico, y que no podrá sustraerse a ser devorado por el fango en que se asienta el oficio.
Al salir de la función se tiene la impresión de que Joglars no ha aprovechado la enjundia satírica que habría tenido un espectáculo con más calado crítico. Las goteras y la mierda de ese periodismo/basura que se denuncia no tienen así el vigor teatral que cabría esperar de tan reputada compañía.