Joaquín Roy [1]
Hace años circulaban unos anuncios en los que un hombre aducía que había logrado su empleo a través de las páginas de ofertas laborales de The New York Times. Era una buena estrategia: anunciantes y buscadores de puestos de trabajo pagaban espacios en la sección de «clasificados» y los que deseaban empleo las consultaban.
Además, la seriedad del diario neoyorquino daba garantías de que la información era seria y correcta. Años después comenzaron a aparecer unos posters, de las decenas que presumían de las ventajas de los rascacielos donde aparecía un Fidel Castro sonriente haciendo el mismo mérito. «I got my job through the NY Times (logré mi empleo gracias al NY Times)».
Solamente los lectores más avezados y conocedores de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y las hazañas de la Revolución Castrista, interpretaban correctamente la irónica afirmación. Se refería a un detalle histórico poco conocido acerca de cómo Castro capturó la atención de los medios norteamericanos y el poder de Washington.
Al parecer, Herbert Mathews, un experimentado periodista del diario, famoso tempranamente por haber informado de acontecimientos mundiales importantes, como la Guerra Civil de España, plasmó una entrevista con Castro en Sierra Maestra en 1957.
El texto tuvo tal impacto que en Washington se consideró que debía ser en interés de Estados Unidos apoyar a la incipiente revolución que terminaría por derribar la dictadura de Fulgencio Batista, quien había reclamado la muerte de Castro.
El resto es historia: Mathews ha quedado señalado por los anticastristas como un cómplice del sistema comunista, mientras que Castro y los suyos lo consideran a la altura de Ernesto Che Guevara.
Ahora, si la decisión de los editorialistas de The New York Times (NYT), al recomendar al gobierno español que pacte con el catalán y autorice la celebración del referéndum anunciado para el 1 de octubre, tiene éxito, los impresores de carteles y suvenires se apresurarán a diseñar uno con una efigie de aire «castrista».
Si el resultado de la consulta deriva en un voto positivo y Catalunya se convierte en un estado independiente, y republicano (según la especificación de las boletas provisionales), el nuevo presidente catalán podrá ser deudo de un sincero agradecimiento.
Quizá entonces el mismo presidente catalán Carles Puigdemont se arrepienta de haber renunciado a repetir el cargo. Quizá la foto sea de Oriol Junqueras, el líder republicano que según las encuestas se apunta como vencedor de unas elecciones, constituyentes o transicionales. «I got my job through the NY Times», en catalán, seguro sería un «best seller», objeto de deseo de coleccionistas.
Lo que el editorial del diario estadounidense, el mejor y más influyente rotativo no solamente de Estados Unidos, sino del mundo, habrá conseguido es atraer la atención sobre un dilema que sigue pesando sobre la cabeza del presidente del gobierno español, Mariano Rajoy.
Como bien dice el editorial, su tozudez no ha conseguido más que el aumento de las huestes independentistas. Al negarse en redondo tan siquiera a hablar sobre el referéndum, aduciendo (correctamente) que la Constitución española no lo permite, pues la soberanía nacional no está troceada, sigue regalando argumentos a los que, al parecer y por ahora, no tienen intención de frenar la carrera hacia el enfrentamiento.
Tampoco sirve de mucho que el NYT sepa bien que el propio ordenamiento constitucional de Estados Unidos no permite el ejercicio de consultas para estados individuales o en conjunto (como sucedió con la secesión del Sur). Entonces, el presidente Abraham Lincoln no se fue por las ramas y aplastó la rebelión, aunque simultáneamente evitó la represión. De la misma forma, la posterior doctrina del presidente Woodrow Wilson de la libre determinación se ofrecía para los casos, numerosos entonces, de colonialismo, y no es aplicable ahora.
El NYT, con sentido práctico liberal, aduce que sería mejor para el gobierno español autorizar el referéndum, sin rubor de disimulo de calcular que sería negativo para los independentistas, como revelan ciertas encuestas.
En otras palabras, tanto la democracia liberal como del propio interés de Estados Unidos ganarían, ya que Washington y Wall Street le tienen pánico a la fragmentación de los estados. Ya lo dijo Barack Obama: Estados Unidos no se entromete en los asuntos internos de sus aliados, pero prefiere una España «unificada» (fue un lapsus, pues quiso decir modestamente «unida»).
Pero los observadores estadounidenses se preguntan qué quieren decir los partidos (como el Partido Socialista Obrero Español, el PSOE) que interpretan España como una «nación de naciones», sin reparar que hace ya tiempo que sigue pendiente una definición aproximada y clara de la identidad nacional que se decante por la variante norteamericana de opción (es norteamericano que quiere serlo) o la étnica-cultural, la antigua germana, eterna y primordial.
Quizá el editorialista del NYT intuye que la interpretación de la Constitución, al distinguir «nacionalidades» y «regiones», requiere sutiliza y flexibilidad. Pero quizá su corresponsal en Madrid (el autor en la sombra del editorial) no se da cuenta de que una mayoría notable de los españoles no están dispuestos a aceptar mayores ventajas para algunas «nacionalidades». Ya se tiene bastante con el convenio vasco, del que nadie habla.
- Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami.
- Columna distribuida por IPS