Hay naciones sin Estado, cuya supervivencia depende de los caprichos o los intereses directos de los grandes de este mundo. Los kurdos, que viven a caballo entre cuatro países – Irán, Turquía, Irak y Siria – han sido sometidos a lo largo de la historia a las presiones o la represión política de los Estados cuyo territorio comparten.
Discriminados en Irán, reprimidos en Turquía, tolerados por el Partido Baas iraquí, esquivados por el régimen laico de Damasco, fueron considerados siempre el cuerpo extraño que altera la unidad de la nación. Sin embargo, en la mayoría de los casos los ciudadanos de origen kurdo permanecieron leales a las instituciones estatales.
No fue este el caso de Turquía, donde los enfrentamientos entre la guerrilla marxista del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) y el Gobierno de Ankara, iniciado en la década de los 80, arroja un saldo de 40.000 muertos. Kurdos y turcos se acusan mutuamente de las matanzas. Los hasta ahora tímidos intentos de dialogo, destinados a negociar el final del conflicto, tropiezan estos días con el aparente inmovilismo de Ankara a la hora de apoyar militarmente a los milicianos kurdos que defienden la ciudad fronteriza siria de Kobané, sitiada desde hace tres semanas por los efectivos del Estado Islámico.
La postura del Gobierno turco, poco propenso a sumarse a los esfuerzos bélicos de la coalición liderada por el presidente Obama, generó serios roces entre Washington y Ankara. Mientras la Administración estadounidense exige la intervención de la artillería turca, ubicada a un kilómetro de la ciudad, Turquía reclama la creación de una zona de seguridad, destinada a “proteger” a las decenas de miles de refugiados que tratan de cruzar la frontera del país otomano. Aparentemente, se trata de un mero problema jurídico, que podría solucionarse en menos de 24 horas. Pero hay más; mucho más…
Por una parte, las autoridades de Ankara temen que el apoyo a los milicianos kurdos de Siria podría desencadenar una oleada de protestas entre los familiares de las víctimas del conflicto interno. No se trata, reconozcámoslo, de una simple coartada. La cuestión kurda sigue levantando ampollas en el país otomano. Mas a ello se suma otro factor: el deseo jamás oculto de los gobernantes turcos de aprovechar la ofensiva armada de los occidentales para acabar con su archienemigo: el presidente sirio Bashar el Assad.
De hecho, durante las conversaciones con Salih Muslim, vicepresidente del Partido de Unión Democrática de Siria, agrupación política creada por la minoría kurda, Ankara supeditó la ayuda turca a tres condiciones sine qua non: que la Unión Democrática rompa sus relaciones con el PKK, retire su apoyo al presidente Al Assad y se comprometa a abandonar los proyectos independentistas o autonomistas. Exigencias éstas que los kurdos acogieron con suma cautela.
Ante la presencia de más de 9000 combatientes del Estado Islámico en los suburbios de Kobané, los milicianos kurdos reclaman una acción terrestre de la coalición liderada por Obama. En eso, coinciden con Turquía, cuyos estrategas aseguran que los bombardeos aéreos no garantizan la superioridad de la alianza.
Hay otro factor que irrita sobremanera a los turcos; lo que Ankara llama el favoritismo de Occidente. De hecho, los kurdos fueron, según los otomanos, los principales beneficiarios de la regionalización del conflicto de Oriente Medio. Un ejemplo: la región autónoma del Kurdistán iraquí, que Norteamérica e Israel convirtieron en una especie de Estado tampón entre el fanatismo chiita y el mal llamado belicismo turco. De hecho, Turquía tuvo que ceder ante las presiones de Washington, limitando al mínimo indispensable los operativos de castigo contra la guerrilla del PKK, que había encontrado refugio en las montañas de Irak.
Detalle interesante: esa misma regionalización opone los kurdos a los combatientes del Estado Islámico. En ambos casos, lo que se pretende es acabar con las fronteras artificiales diseñadas en 1916 por las potencias coloniales de la época: Francia y el Reino Unido.
En resumidas cuentas, lo que se está jugando en Kobané es el provenir de dos opciones geoestratégicas: el autodenominado Califato de Oriente Medio y el hipotético futuro Estado nacional kurdo. Dos espejismos que se contemplan en la misma luna, que combaten encarnizadamente por el control del mismo territorio.
Turquía tiene, pues, buenas razones para desconfiar. De ambos…