Por Pilar Iglesias Aparicio
Si el rey Felipe II utilizaba esa expresión, para nombrar despectiva y vengativamente a Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, Kate O’Brien la resignificó al utilizarla como título de su séptima novela, publicada en 1947.
Bien podemos utilizarla ahora, en un sentido muy diferente, para referirnos a la escritora, por su calidad literaria, su amor por España; su interés en figuras literarias e históricas españolas (Teresa de Jesús, Ana de Mendoza, Jacinto Benavente y Miguel de Cervantes); su valentía al abordar temas que le valieron la prohibición de dos de sus novelas (Mary Lavelle (1936) y Land of spices (1941) en Irlanda por contradecir los rígidos parámetros de moral sexual impuestos por el gobierno de Eamon de Valera, y la prohibición de otra en España, por el gobierno franquista, Farewell Spain (1937), por su decidida defensa de los valores de la República y su condena del golpe militar; y el carácter feminista de su literatura, en que nos muestra mujeres independientes, capaces de tomar decisiones y defender aquello en lo que creen, como sucede en la novela que comentamos.
La aportación de Kate O’Brien a la literatura irlandesa ha comenzado a recibir el merecido reconocimiento en su país en los últimos años, siendo incluida entre las mejores escritoras irlandesas por el Irish Times en 2015, y habiéndose publicado diferentes estudios sobre su obra. Sin embargo, España, y quizás muy especialmente las ciudades de Pastrana, Ávila y Madrid, sigue teniendo una deuda pendiente con Kate O’Brien.
Afortunadamente, el tesón de José Antonio Sierra logró en 2007 que el municipio de Gotarrendura (Ávila) le dedicase una calle, y que, asimismo, desde 2011, una calle de la ciudad de Ávila lleve su nombre. Bastaría su novela, Teresa de Ávila (1951), en que la escritora pretende resaltar la genialidad de Teresa, su calidad literaria y, sobre todo, su capacidad de luchar por un ideal, sin entrar en juicios teológicos y místicos, para que la ciudad de Ávila aumente su reconocimiento a la autora, nombrándola ahora, a título póstumo, con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento, Hija adoptiva de la Ciudad, algo que Sierra ha solicitado a todos los partidos políticos del consistorio abulense. Sería también una buena ocasión para organizar nuevamente un ciclo de actividades culturales en torno a su obra, tal como se realizó asimismo en septiembre de 2011
Quisiera referirme en este artículo a su novela That Lady (Esa dama), que bien justificaría el homenaje a la escritora en Madrid y Pastrana, los dos lugares clave en que sucede la mayor parte de la historia de Ana de Mendoza. En esta novela, Kate O’Brien reivindica la figura de una mujer, encerrada y torturada psicológicamente por el rey Felipe II, sin juicio ni sentencia, para satisfacer un sentimiento vengativo, fruto de la retorcida lucha moral de un hombre que se debate entre la crueldad más extrema y la obsesiva búsqueda de una inalcanzable redención a través de la religión.
Ana de Mendoza, en la novela escrita por Kate O’Brien, es una mujer inteligente, capaz de gestionar productivamente su finca de Pastrana, incluida la industria de la seda; con perspicacia política y sentido de la amistad; exquisita conversadora no exenta de ironía y sentido del humor. Sobre Ana han pesado las numerosas limitaciones impuestas por una sociedad profundamente patriarcal: casarse siendo casi una niña con un hombre, Ruy Gómez, mucho mayor que ella; depender de su criterio y decisiones, como se esperaba de una esposa sumisa; cumplir con la inescapable obligación de proporcionar herederos al esposo, pariendo criaturas casi año tras año, aunque ella misma reconozca no ser muy maternal; vestir eternamente de negro tras la muerte del esposo y tener, como viuda de hombre respetable, muy limitada su independencia. El azar le ha deparado una dificultad añadida, un atentado a la belleza, único patrimonio de las mujeres, al perder su ojo derecho siendo muy joven, ya prometida, pero antes del matrimonio con Ruy Gómez.
Pese a todo ello, Ana de Mendoza aparece como una mujer capaz de disfrutar de la vida, de establecer una relación de cariño y comunicación con su hija Anichu y su hijo Fernando, y de sincera amistad con Bernardina, su ama de llaves. Una mujer que toma la libre decisión, a una edad en que en la época podía ser considerada vieja, de iniciar una relación sexual con Antonio Pérez, a sabiendas de que él está casado, y de que tal relación contradice sus propias creencias religiosas. Si con Ruy había conocido una relación afectuosa, bastante exenta de pasión, con Antonio disfrutará del placer y llegará a comprometerse con una historia de amor que le costará la libertad y la salud.
Lo que no aceptará en absoluto Ana de Mendoza es la imposición dominante y perversa del rey sobre su privacidad, pese a la amistad y buena relación que durante años había mantenido con él. No cederá a su chantaje, ni a las humillaciones y torturas impuestas con el encierro en la Torre de Pinto o en su propia casa de Pastrana, convertida durante el último periodo de su vida, en lúgubre prisión de ventanas tapiadas. Será fiel a la defensa de su libertad moral, del derecho a su vida privada, y protegerá a Antonio Pérez, facilitando que él pueda huir de España.
O’Brien destaca la vitalidad, la independencia, la claridad de juicio, la entereza, la dignidad de una mujer en el marco de profundas injusticias y discriminaciones del siglo XVI, víctima de los celos y contradicciones de un hombre que ejerce todo su poder sobre su reino y sobre ella. Al mismo tiempo, realiza una profunda crítica de la deriva absolutista del rey, frente a posiciones más liberales encarnadas en Ana de Mendoza, Ruy Gómez, Antonio Pérez y el propio Cardenal Quiroga, arzobispo de Toledo. Una vez más, la obra de Kate O’Brien, combina la visión política y social con la defensa de la libertad y la capacidad de decisión de las mujeres.