La educación universitaria en Brasil no cumple las metas sociales

Brasil cuadruplicó sus graduados universitarios en los primeros veintidós años de este siglo, una hazaña que no contribuyó en la misma proporción al desarrollo económico y a la reducción de las desigualdades que marcan al mayor y más poblado país latinoamericano, informa Estrella Gutiérrez (IPS) desde Río de Janeiro.

Los 5,8 millones de habitantes con educación superior completada en 2000 saltaron a 24,5 millones en 2022, según los censos nacionales hechos en esos años. En términos proporcionales, el avance fue de 6,8 a 18,4 por ciento de la población adulta, es decir se multiplicó por 2,7.

Para esos datos, el estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística ((Ibge), considera adultas las personas con veinticinco años o más.

«El avance fue importante, pero no en la velocidad necesaria y esperada. El primer Plan Nacional de Educación, de 2001-2010, fijó una meta de 33 por ciento, repetida y tampoco cumplida en el plan de 2014-2025», resumió Mozart Ramos, ingeniero químico experto en educación, exprofesor y rector de la Universidad Federal de Pernambuco, en el noreste del país.

La cantidad de graduados es muy baja en Brasil, comparada a la de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) -a la que el país no pertenece formalmente pero sigue sus políticas-, corroboró Claudia Costin, exdirectora principal de Educación del Banco Mundial y profesora visitante de la estadounidense Universidad de Stanford.

Datos de la OCDE, que consideran a la población de 25 a 34 años, indican que 22 por ciento de la población de Brasil es graduada universitaria, frente a casi 50 por ciento en los miembros de la OCDE, comparó Costin, que estudió administración pública, se especializó en políticas educacativas y fue secretaria de Educación en Río de Janeiro.

La enseñanza superior depende del avance en la educación básica que depende de la escolaridad de las madres, recordó. Todo se retardó en Brasil, que solo universalizó la primaria en la primera década de este siglo, abriendo entonces el camino a la expansión universitaria, acotó.

Sucesivos gobiernos crearon en Brasil mecanismos y políticas que ampliaron el acceso a las universidades. Las cuotas, por ejemplo, estimularon el ingreso de estudiantes negros, indígenas, pobres e discapacitados.

Un sistema de selección unificada permitió a todos disputar y elegir facultades, especialmente las públicas, en todo el país.

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Brasil protesta estudiantil en Curitiba contra la privatización de sus escuelas ©Valdir Amaral : Alep

Financiar estudiantes

Eso multiplicó los alumnos que estudian fuera de sus ciudades de residencia, ampliando las exigencias financieras para que puedan seguir los estudios. La expansión basada principalmente en universidades privadas, ante el agotamiento de la capacidad estatal de ampliar sus ofertas en las universidades públicas, agravó esa necesidad.

El Fondo de Financiamiento al Estudiante de la Enseñanza Superior (Fies), creado en 1999, fue uno de los principales factores del acceso incrementado a las universidades, pero no se sostuvo, ante la gran insolvencia.

«El Fies se basaba en la premisa de que el alumno se emplearía y pagaría el crédito, pero sin crecimiento económico ni empleos disponibles, el sueño se hizo pesadilla», apuntó Ramos a IPS, por teléfono desde Recife, una capital de la región del Nordeste brasileño. El fondo sigue vigente, pero los estudiantes lo evitan por temer la deuda.

Sin facilidades financieras, la enseñanza a distancia, más barata y accesible, ayudó a mantener la expansión del flujo de estudiantes, especialmente durante la pandemia covid-19, en general con deterioro de la calidad, recordó el actual titular de una cátedra del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo, en Ribeirão Preto.

Las universidades brasileñas atraen crecientes cantidades de estudiantes, pero «el sistema se mostró ineficiente», acotó.

Un estudio del Instituto Nacional de Estudios e Investigaciones Educacionales (Inep), vinculado al Ministerio de Educación, monitoreó estudiantes en 2013-2022 y constató que 59 por ciento de ellos abandonaron la universidad.

Una mayor eficiencia en el aprendizaje exige nuevas formas de financiar los estudiantes. Ramos sugiere tres mecanismos.

El primero es un nuevo Fies de calidad, con fondos estatales que apoyen carreras estratégicas para el desarrollo del país, como programadores para operar la inteligencia artificial, en instituciones de calidad reconocida, públicas o privadas.

Sería una especie de beca como continuación del programa «Pé de meia» (literalmente pie de calcetines, en portugués, pero referido al ahorro), que dona pequeñas sumas mensuales a los estudiantes pobres de secundaria, de forma que durante tres años acumulan un ahorro equivalente a 1600 dólares como estímulo a su permanencia en la escuela.

El tercero sería el mantenimiento del Programa Universidad para Todos (Prouni), un sistema de becas para que alumnos pobres puedan frecuentar universidades privadas.

Desigualdades

Las variadas políticas educativas lograron reducir la desigualdad en el acceso a las universidades, pero de forma limitada.

En relación a la desigualdad étnica, mientras 25,8 por ciento de los adultos blancos tenían graduación universitaria en 2022, solo 11,7 por ciento de los negros y 12,3 por ciento de los mestizos alcanzaron ese nivel de enseñanza, es decir poco menos de la mitad de la población blanca.

En el año 2000 era menos de una cuarta parte (9,9 por ciento contra 2,1 por ciento y 2,4 por ciento respectivamente). Eso se refleja en la gran desigualdad racial en Brasil, en el mundo del trabajo y en la vida social en general, pese a una legislación que pune fuertemente el racismo.

El censo de 2022 estableció una población total de 203 mllones de personas e identificó 10,2 por ciento de negros y 45,3 por ciento de pardos, que por primera vez superan a los 43,5 por ciento de blancos.

Para el movimiento negro brasileño, negros y mestizos (pardos en la definición de Ibge) componen la población negra, concepto acogido por gran parte del mundo académico y periodístico.

En términos de género, las mujeres ampliaron su mayor escolaridad en relación a los hombres. Entre las adultas 20,7 por ciento completaron sus cursos superiores, contra 15,8 por ciento de los varones, según el censo de 2022.

Pero las discrepancias de género siguen en los sueldos, en las carreras profesionales, en la representación política y en las ciencias, especialmente las exactas. Las mujeres suman solo 17 por ciento de los representantes en la Cámara de Diputados y el Senado, siguen ganando menos que los hombres aunque cumplan las mismas funciones y son pocas en las jerarquías científicas.

Baja productividad

El aumento de la escolaridad de los brasileños tampoco se refleja en la productividad del trabajo, prácticamente estancada desde la década de los 80, según muchos estudios económicos, en contraste con un fuerte crecimiento en las dos décadas anteriores.

«La productividad no crece porque nuestra enseñanza superior está más volcada a servicios que a los sectores productivos, como industria, agricultura y ganadería», destacó Maria Helena Guimarães, socióloga especializada en educación que tuvo un papel importante en el boom educacional desde los años noventa.

De hecho, el censo de 2022 apunta que administración, formación de profesores y derecho concentran la mayor parte de los profesionales con enseñanza superior. Graduados en derecho sumaban 2,46 millones, mientras ingeniería de construcción solo 518.252 e informática 374.765.

Para Costin, «la universidad sin diálogo con el sector productivo, teórica y sin experimentación, alejada de la realidad», afecta su aporte a la productividad del trabajo en el país, observó en una entrevista telefónica con IPS, desde São Paulo.

Además en Brasil es muy baja la oferta de cursos técnicos, alcanzan solo 13 por ciento del total de los estudiantes secundarios, un tercio del porcentaje en los países más desarrollados de la OCDE, señaló Guimarães que actualmente preside el Consejo de Educación del Estado de São Paulo.

Sin embargo, una encuesta de 2022 apuntó que 48 por ciento de los estudiantes de secundaria preferían la enseñanza técnica, acotó a IPS por teléfono desde São Paulo.

La enseñanza secundaria sigue, sin embargo, más volcada a la preparación para la universidad. El gran aumento de los adolescentes que concluyen esa etapa de estudios regulares es uno de los factores de la multiplicación de universitarios en el país.

Otro es que muchos adultos, mayores de veinticuatro años que habían interrumpido sus estudios, vuelven a la escuela, para buscar mejores empleos, incluso en el sector público, observó Guimarães.

Y es una tendencia mundial que elijan cursos en las áreas de servicios, negocios, administración y pedagogía. Las mujeres eligen, en su mayoría, carreras vinculadas al cuidado, como enfermería y otras funciones de salud.

Una singularidad brasileña es que muchas mujeres más pobres, de bajos ingresos y en general negras, están buscando la universidad, en busca de empleos de mejor remuneración y que les ofrezcan autonomía, realzó Guimarães.

Pese a todo, Costin se mostró optimista en relación a la educación en Brasil, al destacar que evaluaciones periódicas constataron mejoras en los años iniciales de la enseñanza básica y también en los finales de la secundaria, antes de la pandemia de covid-19.

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