Los tres días últimos del fin de semana anterior en dos puntos geográficos del Continente, Jamaica, la antigua colonia inglesa y Panamá, exterritorio imperial, se produjo lo impensable que por ende resultó histórico, tras 56 años de toda clase de agravios que estuvieron a punto de provocar un conflicto bélico internacional de proporciones mayúsculas, al fin la sensatez, la civilidad y la política de altura se impusieron para que dialogaran, se estrecharan las manos y se tomaran la foto los presidentes de Cuba, Raúl Castro y de Estados Unidos, Barack Obama.
Más allá de ese hecho histórico, impensable hasta antes del pasado diciembre, cuando ambos mandatarios anunciaron la disposición de que sus naciones reanudarían relaciones, rotas en 1951, porque el gobierno de la potencia del aquel entonces no podía tolerar que a 200 millas de su territorio y en su llamada zona de influencia se instalara un régimen contrario al que imponía en la región y en el mundo su concepción colonialista, fue lo que se ha considerado, la inauguración de una nueva era en las relaciones continentales.
Y más allá del lenguaje diplomático que imponen estas reuniones cimeras, que a veces se transgreden como el vergonzoso “comes y te vas”, las frases de los mandatarios asistentes, en especial las de Obama y de Castro, hacen vislumbrar esa nueva etapa de armonía hemisférica, donde en base al respeto mutuo, las naciones puedan convivir de igual a igual.
Desde luego, que estamos ciertos que todo dependerá de los gobiernos que sucedan a Obama en la Casa Blanca, sin embargo, los precedentes marcan inevitablemente el camino de la historia. A partir de ahora, a Estados Unidos le será más y más difícil usar de la política del garrote, que con toda impunidad impuso por décadas al que consideró como su “patio trasero”.
Raúl Castro Ruz, convalidó su propuesta a Barack Obama para que Washington y La Habana finquen una “convivencia civilizada”, con diálogo “respetuoso” y sin olvidar “nuestras profundas diferencias”, además de asegurar en su discurso en la Cumbre, que su homólogo “es un hombre honesto” y “no tiene ninguna responsabilidad” en las políticas de acoso de Estados Unidos a Cuba desplegadas por los anteriores 10 gobernantes estadounidenses -de 1959 a 2009-, “y todos tienen deudas con nosotros, menos el presidente Obama”, enfatizó.
Por su parte Obama, en una actitud de sinceridad, reconoció un historial de incongruencias de su país en derechos humanos, en su discurso en la Cumbre, dijo ser “el primero en reconocer que la aplicación” en el pasado por parte de su país respecto de políticas de derechos humanos en países latinoamericanos y caribeños, “no fue congruente ni consistente” y que hubo “capítulos oscuros de nuestra historia”.
El deshielo con Cuba, agregó, es un “punto de inflexión” en las relaciones de Washington con el resto del continente, al destacar que “la Guerra Fría acabó hace mucho tiempo. Francamente no estoy interesado en tener batallas que empezaron antes de que yo naciera” por lo que mi gobierno, acentuó, “está enfocado en el futuro”, ya que “no estamos atrapados por la ideología, al menos yo no lo estoy”.
Además se produjo el encuentro más esperado, durante más de 80 minutos en un salón del centro de convenciones Atlapa, sede de la Cumbre, dialogaron en privado Castro y Obama; según el canciller cubano, Bruno Rodríguez, se desarrolló “en un ambiente respetuoso y constructivo”.
Que todo sea el inicio para que “Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba creen nuevas oportunidades para la cooperación a lo largo de la región para la seguridad, la prosperidad, la salud y la dignidad”, como lo afirmó el propio Obama ante los 35 gobernantes o sus representantes presentes en la histórica VII Cumbre de las Américas.