Primera hora

Isabel Hernández Madrigal[1]

Todos los lunes y miércoles tenemos Lengua a primera hora. Los martes y los jueves nos toca Mates y el viernes para finalizar la semana Luisa, la de Historia, nos cuenta su rollo. A mí no me parece normal. No entiendo que alguien que sepa lo que realmente significa “primera hora”, pueda poner en el calendario las asignaturas más difíciles. Yo lo propuse cuando presenté mi candidatura para delegada de clase, “quitar primera hora”. No me tomaron en serio. El listo de Luis me dijo que eso de quitar primera hora era imposible y que si yo no lo veía es que literalmente era tonta.

Tú eres tonta, Eva, primera hora no se puede quitar. Si quitas primera hora, segunda hora pasa a ser primera, por lo que también habría que quitarla y luego tercera sería primera, y cuarta y todas. Habría que quitar todas.

¿Y qué? Le contesté. Pues quitamos todas.

De los veintiocho que somos en clase, solo obtuve cinco votos y uno fue el mío. Los demás me miraban raro, cuchicheaban y se reían a mi paso. Por eso, por la culpa de veintitrés, seguimos teniendo primera hora y por tener primera hora y ser hoy lunes tenemos Lengua. ¿De verdad, alguien se piensa que un lunes a primera hora nos vamos a enterar de algo? Yo tardo en despertar, bueno prácticamente todos dormitamos en Lengua. Si al menos alguno de los profesores, o de los directores, o de quien haga los horarios tuviese aún memoria, recordaría sus quince años y sus primeras horas y ya que las hay, pues pondría Educación física o Música o Informática, no sé, algo que ayude a despertar en plan bien, pero se olvidan. Las neuronas de los adultos deben morir más rápidamente de lo que se piensan y se olvidan enseguida de todo.

Paula entra en la clase apurada. Se ve que ha llegado tarde y ha venido al aula directamente con todo: libros, bolso, y un montón de papeles que tienen toda la pinta de ser trabajos de otro curso.

Quiero que os levantéis de la silla y os sentéis en la mesa mirándome, nos dice.

Nos miramos unos a otros, encogiendo los hombros, levantando las cejas, arrugando el entrecejo. Obedecemos.

Paula coloca los papeles en la mesa. Hace varios montones frente a ella. Los libros los coloca en el extremo superior izquierdo de la mesa. “No parece que vaya a utilizarlos, pienso”, pero me equivoco.

¿Alguno de vosotros ha escrito alguna vez un diario, un relato, una poesía?, nos pregunta con uno de los libros en la mano.

Todos nos quedamos mudos y muchos, también, bajamos mazo la cabeza, para no darle opción a que nos mire y nos diga, “tú misma, ven aquí y léenos el primer relato”, por lo menos, así, el azar puede salvarnos.

¡Qué silencio!, dice. Al entrar os escuchaba desde el pasillo. Bien. Si alguno ha escrito algo alguna vez y se atreve a leerlo que siga sentado en la mesa. Los demás podéis volver a las sillas.

No puedo con estos momentos. Estos momentos de primera hora te despiertan, sí, pero te despiertan mal. A mí el estómago se me encoge y aunque no se me note me tiemblan las piernas. Sentí alivio verdadero cuando me senté en mi silla y dejé de sentirlo al instante cuando miré a mí alrededor y todo el mundo se había sentado. Ni siquiera los empollones de la clase que muchas veces nos libran de estos malestares, se quedaron esta vez sentados en la mesa. Y es que es mazo fuerte. Nadie con dos dedos de frente y que haya tenido quince años alguna vez, puede pedir tal cosa.

Ya veo que no estáis dispuestos a colaborar, señaló Paula. Bien, continuó, ahora quiero que todos escribáis no menos de 7 líneas sobre el siguiente tema: La importancia de las palabras. Tenéis quince minutos.

Paula, la profe moderna, la que va en plan rapera, con ese pelito rizado y corto y esa camisa de cuadros rojos y negros, es la peor de todos los profesores. Al menos con los otros sabes a qué atenerte. Si copias apuntes, copias y si no pues a tu bola. Si atiendes en clase bien y si no, pues a mirar por la ventana o escribir mensajes en el whatsapp con cuidado de que no te pillen. Si te duermes, mejor, así pasa antes la mañana. Pero con Paula no se puede, siempre viene con alguna de sus cosas. Ella será la responsable de que termine con una úlcera de estómago como mi madre. Miro a mi alrededor y veo a todos mis compañeros ante su cuaderno en blanco y me dan ganas de decirles “¿Lo veis? ¿Veis como sí que había que quitar la primera hora?, pues ahora que sufran, pienso, por no votarme, por burlarse de mi”.

Yo también sufro. Miro mi hoja del cuaderno en blanco, sudo y me enfado. “Palabras, pienso, y ¿Yo qué escribo ahora?, me pregunto”. La página en blanco me parece un abismo, es como si tuviera que lanzarme desde lo alto de un precipicio, solo y únicamente,  porque a la moderna de Paula le ha dado por enseñarnos algo que tiene que ver con las palabras y que yo soy absolutamente incapaz de adivinar qué puede ser. Al borde del precipicio solo me entran ganas de llorar, pero no puedo porque estoy en medio de la clase y todos se reirían otra vez de mí. También me dan ganas de levantarme de la mesa y largarme dando un portazo, pero no lo hago. Desahogo la rabia contra la mesa y con la punta del bolígrafo aprieto y aprieto para arañarla y marcarla, de la misma manera que esta profe, en plan progre, me araña y me marca a mí.

Escribo en el papel en blanco, al inicio de la hoja, en el centro, como si fuera el título, el tema sobre el que hay que escribir, y después me lanzo al vacío con lo que se me viene a la cabeza.

La importancia de las palabras

La vida de estudiante es lo peor y a mí no me renta nada. Las únicas palabras que me importan son aprobado o suspenso y sinceramente no sé qué hacer para que esta profe de nueva ola me apruebe algún ejercicio. Va de moderna Paula, pero yo cuando la miro solo veo a otra “bruja progre” dispuesta a amargarme la vida con sus ejercicios “ingeniosos”. La importancia de las palabras. ¿A quién se le ocurre? Hay que tener mala baba. Pero ¿De qué palabras habla? ¿De todas? ¿De todo el diccionario? Si no conozco ni una parte. ¡Qué calentón de cabeza! ¡Menuda primera hora! ¡Si cuando yo decía que había que quitarla! En este momento las únicas palabras importantes que me vienen a la cabeza son: desaparece Paula, esfúmate, desintégrate.

Miro la hoja de papel y cuento las líneas. Son ocho y con siete era suficiente. “Lo he alargado, pienso”.

Ahora solo queda que el azar reparta suerte y que la new wave de Paula no diga mi nombre y me libre, así, de leer en clase lo que acabo de escribir. Suspenso, es la palabra del diccionario que más me acompaña y un suspenso, a primera hora, por muy acostumbrada que estés, te raya el día.

  1. Relatos de Isabel Hernández Madrigal

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