Putin y Ucrania: no todo es nostalgia de la URSS

En el juego diplomático y de la geopolítica, se puede ganar o ceder; pero nunca conviene dar la impresión de que se busca la humillación del otro. La historia prueba lo peligroso que es. Y justificada o injustificadamente, eso es lo que parece percibir Vladimir Putin ante un Occidente que lo culpa (al cien por cien) del conflicto que desgarra Ucrania y Europa. Vale la pena reflexionar sobre ello a la hora de la iniciativa Merkel-Hollande.

El conflicto de Ucrania, según el Kremlin, es el resultado de la actitud “de EUU y sus aliados occidentales, que se consideran vencedores de la guerra fría”. La interpretación de esa supuesta victoria es contestada desde Moscú. Hace pocos días leí una explicación rusa sobre la (famosa) frase de Putin en la que concluía que “la desaparición de la URSS fue la mayor catástrofe del siglo XX”.  Muchos lo interpretamos sin más como ‘nostalgia del régimen soviético’.

Sin embargo, en el diario Pravda de 15 de enero de 2015 la interpretación era otra: “No es por nostalgia del comunismo, sino para que se restituya el honor de Rusia”. Puede entenderse también que en Moscú se alarmen por las voces de quienes -en Washington- quieren entregar más armas a Ucrania. En este sentido, quizá hay un desfase evitable en las perspectivas de unos y otros. Si no lo podemos evitar, es que ya han ganado los extremistas en ambas capitales.

Según Josh Cohen, antiguo funcionario del Departamento de Estado, la clara escalada militar que empuja al Kremlin a enviar material y ayuda a los separatistas prorrusos no debe conducir al error de considerar que Putin ha cambiado de objetivo desde el estallido de las protestas de Kiev, que Occidente animó.  En The Moscow Times de 5 de febrero de 2015, Cohen cita a Dimitri Trenin, del Centro Carnegie de Moscú, quien afirma: “Putin no está interesado en una hipotética desmembración de Ucrania para anexionar sus pedazos a la Federación Rusa. Tampoco busca la inestabilidad por la inestabilidad”.

Según este análisis, su primer objetivo, compartido por una mayoría de sus compatriotas, es que Ucrania quede descartado como posible nuevo miembro de la OTAN. Lo contrario, representaría “una amenaza existencial” para Rusia. De modo que Josh Cohen resume así el detalle de los objetivos de Moscú: estatus especial (financiero y político) para Donetsk y Lugansk, dentro de una Ucrania federal; autonomía cultural y lingüística para esas zonas rusoparlantes; el este de Ucrania quedaría habilitado para participar en proyectos de cooperación económica transfronteriza; Ucrania debería asumir el mantenimiento de su carácter neutral; y todos esos puntos deberían plasmarse en la constitución ucraniana.

Putin no es Bashar Al-asad, ni Rusia es Siria. Y en lo que leemos de la prensa rusa, es descrito más bien como un yudoka que trata de anticiparse al movimiento de su oponente. Se le compara también a un jugador de ajedrez, se habla de su carácter “precavido” como “su característica alemana”. Y aquí no debemos olvidar que Angela Merkel es el único dirigente occidental que mantiene un hilo muy personal (y bilingüe) con Putin, quien –como estadista- quiere parecerse más a Catalina la Grande, alemana de origen, reformadora e ilustrada, que a los dirigentes de la Unión Soviética. Quiere ser otro restaurador de una cierta grandeur, no necesariamente en términos de ampliación territorial.

El autoritarismo del gobierno de Rusia y de su presidente, el sometimiento de los periodistas y los medios de comunicación, el trato paralegal y brutal a determinados oponentes o disidentes políticos, no deben olvidarse. Hay que denunciarlos. Pero tampoco se debería aceptar sin más la perspectiva de Kiev o la visión enloquecida de quienes en Estados Unidos, Polonia o  Lituania, creen tener una nueva misión como “nuevos guerreros de la guerra fría” (Política Exterior). El pragmatismo es de rigor en este caso. En Bruselas y en Moscú, para enfriar un choque en el que algunos minusvaloran el potencial y la realidad de Rusia. No hace falta ser Napoleón para darse cuenta de ello.

Hace tres meses estaba en Moscú. Una noche, ante el televisor, intentaba hacerme una idea de la programación de las cadenas rusas. Y aunque no sé ruso, me paré ante un debate televisivo sobre Ucrania, porque se ilustraba con imágenes nuevas (para mí) del conflicto armado. Miré en un diccionario algunas palabras que se repetían en los rótulos de resumen que aparecían en la parte inferior de la pantalla. No logré entender mucho, pero  hubo una palabra que se repitió una veintena de veces. Y recordé que ya había leído esa palabra hacía pocos días, también referida a la idea de Putin sobre lo que requiere Rusia.

Fue en una cita de Sylvie Kauffmann en el diario Le Monde de 10 de noviembre de 2014, que a su vez remitía a Serge Schmemann, especialista de The New York Times en temas rusos. La cita  ilustra bien ese concepto que se repetía y que parece arraigado en la cabeza que dirige el Kremlin: “Lo que el señor Putin visiblemente cree, lo que alimenta su ira, es que los Estados Unidos rechazan mostrarle el respeto que cree se le debe como dirigente principal de Rusia. Y que se le debe también a Rusia por su poder, extensión e historia. En lo relativo a Ucrania, Siria y otras crisis, ha insistido (Putin), el único interés de Rusia es que ‘nuestra posición se tenga en cuenta, que nos traten con respeto’. Varias veces más, surgió la palabra “Uvazhaiemiye”, según escribieron Schmemann y Kauffmann separadamente. Respeto, que es la antítesis de la humillación.

Puede que no sea tan difícil hacer entender en Washington que -para los rusos- Ucrania es históricamente más importante que Canadá para Estados Unidos, lo cual no es poco.  Quizá la paz pueda alcanzarse y negociarse mejor teniendo en cuenta la percepción del otro lado. Teniendo cuidado en que nadie se sienta humillado.

A finales de noviembre, cuando entré por última vez en el metro de Moscú para ir hacia el tren que me llevaría de vuelta al aeropuerto de Sheremetyevo, escuché con atención la voz que anunciaba las estaciones sucesivas. Me sorprendió que la misma palabra volviera a aparecer, al principio de la frase. Pensé: “Uf, parece bien arraigado en el vocabulario ruso”. Un amigo bilingüe me lo confirmó después. Aquella voz decía: Уважаемые пассажиры  (Uvazhaiemiye pasazhiri): “respetables pasajeros”.

Merkel, quien creció en Alemania del Este y habla bien ruso, seguro que sabe interpretarlo mucho mejor que quienes insisten en rearmar a las fuerzas que manda Kiev. De modo que sin bendecir todo lo que se le ocurra al presidente de Rusia, ni a los más abstrusos de Bruselas, o Washington, le deseo suerte a Merkel para que ella y Hollande logren propiciar el silencio de las armas. Nos interesa a todos, especialmente a los europeos. En este caso preciso (no en el de Grecia), le deseo suerte, señora Merkel. Mis respetos, canciller.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

1 COMENTARIO

  1. Por correo electrónico recibo un mensaje crítico de un lector. Lo hago constar:

    «Si Merkel no hubiera apoyado antes la inestabilidad en Ucrania, no tendría ahora que andar de “moderada”. Que no lo es. Para mi es una de las principales causas de la posible desestabilización de Europa». JAV

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