La gran figura política francesa, Simone Veil, académica de la lengua y superviviente del campo de exterminio en Auschwitz, quien despenalizó el aborto en Francia, falleció la pasada semana.
Su autoridad moral hizo que fuera la gran dama respetada en el país galo al encajar los insultos de los que no pensaban como ella. Veil fue el símbolo de los valores más elevados de la República, como rezaba Macron en su despedida.
Nacida en Niza en 1927, sus padres la inculcaron el valor del esfuerzo y del conocimiento. Valores que adoptó como propios cuando fue llevada en la marcha de la muerte de Mauthasen a Bergen-Belsen. Su familia murió y ella sobrevivió junto a su hermana. Su número, 76.651, formó parte de su vida, y con esa identidad dignificó la vida de las mujeres. Su voracidad vital le hizo graduarse en la universidad Sciences-Po apostando por la carrera judicial que ejerció magistralmente desde el socialismo moderado al gaullismo. Luchadora implacable, combatió por los derechos humanos de los prisioneros argelinos y de las mujeres.
Su brillante discurso del 26 de noviembre de 1974, pronunciado mientras a las puertas de la cámara se manifestaba una multitud contra la reforma, decía:
«No podemos seguir cerrando los ojos ante los 300 000 abortos que, cada año, mutilan a las mujeres de este país, que ofenden nuestras leyes y humillan a aquellas que los padecen».
Fue presidenta de la cámara y posteriormente ministra de Justicia para, lentamente, abandonar la tarea política y dedicarse a la presidencia de la Fundación para la Memoria del Holocausto. Su memoria, su recuerdo y su lucha no se perderán. Francia pierde una mujer pero entrega a la historia su magnífico legado.