Tres artistas en un solo concierto del ciclo Andalucía Flamenca en el Auditorio Nacional de Madrid. Tres cantaores que hoy por hoy figuran entre la flor y nata del cante, nada menos que el jerezano Jesús Méndez, el lebrijano José Valencia y el chiclanero Antonio Reyes, en un concierto de degustación de las mejores esencias, acompañados por sus guitarristas Manuel Valencia, Juan Requena y Diego Amaya. A las palmas y jaleos Tate Montoya y Manuel Salado.
Expectación máxima. Entradas agotadas desde un mes antes del concierto, el viernes 8 de abril 2016, que supo a poco, como siempre pasa con las degustaciones. Los llaman algunos los tres tenores del cante. Los tres pertenecen a distinguidas familias de músicos gitanos. Los tres conciben el flamenco como una filosofía vital, más allá de la vocación y la profesión. Siendo muy distintos, para ellos el flamenco es algo que fluye de manera natural, como caminar o respirar, es su lenguaje, su vía de expresión. Los tres son artistas internacionales, cantaores del mundo, como solistas y participando con grandes elencos, premiados por donde van, con discos de creación propia escuchados por el mundo.
Jesús Méndez es sobrino de la gran Paquera de Jerez y se ha criado en una casa cantaora. Es un viajero internacional como solista, acompañando al baile o en el prestigioso grupo de Gerardo Núñez.
Cuando hace su entrada en el escenario Jesús Méndez, de traje y corbata, elegante, con tronío, muy señor y se arranca con una soleá por bulerías con esa voz potente, clara, lírica, ya se ve que estamos ante una clase magistral de cante. Por voz, entonación, modulaciones, sostenidos asombrosos que conciencian al respetable de que hay que respirar, aunque el cantaor no lo haga todavía. Sigue con una serie de seguiriyas a dúo con su guitarrista Manuel Valencia, con el que forma equipo de forma habitual, su cómplice, cuerdas vocales y cuerdas de guitarra que dialogan y suenan tan concertadas que cortan el aire…. Jesús se pone en pie y sin micrófono, a capella, remata por bulerías, en compañía de guitarra y palmas. Voz, prestancia y presencia. Tres palos que borda y un final de aplausos cerrados.
Sin duda se han puesto de acuerdo en cantar casi por los mismos palos, porque José Valencia también da inicio a su concierto por soleá, en dúo de cuerdas con su guitarrista, Juan Requena. Con su voz rota, flamenca por naturaleza, tan flúida, encadenando cadencias, con tanto aire en los pulmones que parece no acabarse nunca y todo en un fluir que parece ajeno al esfuerzo, lleno de bellezas. Cualidades y calidades ampliamente reconocidas desde hace mucho tiempo, desde que estaba construyendo su voz , cuando a la edad de once años ganó el primer premio de las Peñas Flamencas de Sevilla en categoría juvenil y con doce el primer premio en el concurso de Mairena del Alcor. Niño prodigio transformado en prodigio adulto.
En las Seguiriyas parece superarse a sí mismo, como si estuviera optando a récord Guinnes, mostrando esas facultades asombrosas que arrebatan a sus públicos. Se levanta, se quita la chaqueta, necesita más espacio para lanzar al aire las maravillas que salen de su garganta prodigiosa. Cante y toque, toque y cante, en perfecta conjunción sobre el escenario.
Sigue un precioso solo de guitarra y palmas que desata la locura en la sala, para introducir al ambiente festero del final por Bulerías. Y ahora sale al frente del escenario para mostrar su dominio de los espacios escénicos, moviéndose de un lado a otro en perfecta sincronía de cuerpo y voz, regalando con sostenidos increíbles.
Antonio Reyes parece haber convocado en el Auditorio a todos sus fans porque apenas pone pie sobre la escena y hasta el final de su concierto no dejan de escucharse entre el público los gritos de ¡Antonio, Antonio! Y eso es contagioso, porque Antonio Reyes, voz distinta, suave, personalísima, tiene la cortesía con el público de anunciar lo que va a cantar: “Y ahora un poquito de Soleares”, con todo el equipo de cuerdas y percusión en pleno. Antonio posee una voz extraordinariamente bella, que surge de su garganta sin esfuerzo, como un elixir de dioses. Voz suave que fluye como un manantial, como si él no tuviera nada que ver con ese fluir, como si fuera y es, un don que le ha regalado la naturaleza y que suena divino. Y todo eso se transmite en oleadas de emoción profunda, ayudada por su vocalización perfecta, poco habitual en los flamencos.
“Un poquito de tango” dice ahora y empieza a desgranar En la noche de mis penas/andan diciendo por ahí/que no eres mujer buena/pero como tú, ninguna… Recuerda a Camarón, el gran maestro de cantaores de esta generación. Diego Amaya, su guitarrista es el puntal que Antonio necesita para redondear la faena.
Cuando ya creemos que el final por Bulerías es la despedida del concierto, brillando por igual cuerdas vocales y cuerdas de guitarra, dándose la réplica el uno al otro y el otro al uno en maravillosa complicidad; cuando ya parece que se han ido, porque se han despedido, vuelven a aparecer, llamados a golpe de aplauso interminable por el público, para poner broche de oro por Fandangos del inolvidable Caracol. Homenaje al maestro.
Muy acertada esta degustación de cantes, aunque parezca que sabe a poco. Pero qué ocasión para aprender de voces flamencas, muy distintas en sus lenguajes, muy valiosas. Qué clase magistral de la diversidad de un arte que cada día crece en el tiempo y el espacio. Un arte que entienden todos los públicos, sean de donde sean, porque toca de pleno la fibra del sentir humano. Un arte auténtico porque el cuerpo nunca engaña y la música es desde siempre el lenguaje universal más genuino.
El próximo 17 de abril dará fin este ciclo de Andalucía Flamenca que comenzó el pasado mes de octubre de 2015, en la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Madrid, con el cante de Mayte Martín y la guitarra de Juan Ramón Caro.