Tarja Halonen*
Este mes tuve el privilegio de asistir a la Cumbre de Desarrollo Sostenible de Nueva Delhi, un encuentro anual que trata un tema muy cercano a mi corazón.
La cumbre reunió a personas extraordinarias: ganadores del premio Nobel, líderes de pensamiento, jefes de Estado, innovadores de las corporaciones y la academia, con el fin de abordar los retos primordiales del siglo XXI, que se concentran en tres dimensiones apremiantes de la sostenibilidad: la alimentación, el agua y la energía.
En este momento, alrededor de ocho por ciento de los seres humanos con quienes compartimos este planeta viven sin agua potable adecuada.
Casi la misma cantidad no tienen seguridad alimentaria. Y casi una de cada cinco personas se las arregla para vivir sin energía y sin los beneficios de la electricidad.
Cubrir las necesidades actuales sin comprometer las expectativas de las generaciones que vienen es un asunto muy complicado.
Fue estimulante ver a tantos científicos, economistas y especialistas en desarrollo, brillantes y comprometidos, trabajando duro en la elaboración de ideas que nos pueden ayudar a producir, distribuir y utilizar recursos preciosos en forma más eficiente y equitativa.
Su labor es esencial, porque nos pondrá a todos a trabajar con nuestras capacidades únicas para solucionar los retos realmente difíciles que tenemos por delante.
Pero, desde mi perspectiva, también es fundamental potenciar a las propias personas que deben lidiar cada día con estos problemas: las niñas que sueñan con un futuro mejor mientras transportan agua en grandes distancias, las mujeres que trabajan con cocinas ineficientes y contaminantes, y los pequeños agricultores que producen 70 por ciento de los alimentos en forma mucho más sustentable que el agronegocio.
Debemos dedicarnos a soluciones que sostengan a esas personas como prioridad de nuestras decisiones, porque son sus opciones individuales las que en definitiva tendrán un papel esencial en la manera en que se desarrolle nuestro futuro.
Cuando se respetan plenamente los derechos individuales, y cuando las personas se encuentran en el centro del desarrollo, las soluciones tienen una sostenibilidad inherente.
Algo aprendido de mi propio país y de nuestros hermanos nórdicos es que las sociedades saludables y productivas generan un círculo de autosustento con mejor bienestar y mayor productividad.
La desigualdad y la exclusión de las mujeres, de los jóvenes y de los pobres, al contrario, socavan la salud, el bienestar y el crecimiento económico.
Aunque necesitamos las contribuciones de todos para solucionar los problemas globales que afrontamos, los talentos y el potencial de las mujeres todavía no se aprovechan plenamente en muchos países.
No es que las mujeres no estén trabajando duro. De hecho, trabajan más como productoras, elaboradoras, vendedoras y consumidoras de alimentos, como madres y cuidadoras, transportando agua y custodiando la higiene de la familia.
Y esto generalmente sin el beneficio de técnicas eficientes ni servicios de energía, o formas modernas de contracepción. Esto significa que las mujeres están por lo general sobrecargadas por la reproducción, así como por la producción.
La triste realidad es que ellas trabajan más horas que los hombres y producen la mitad de los alimentos del planeta, pero reciben solo una fracción de los ingresos mundiales y poseen una pequeña parte de las propiedades.
Las mujeres se las arreglan para asegurar alimentos a muchos. Por lo tanto, necesitan capacitación adecuada, equipamiento y derecho a la propiedad de la tierra.
Deben poder participar en la economía, y definitivamente necesitan servicios de salud sexual y reproductiva, pues los problemas sanitarios las afectan desproporcionalmente, desde las complicaciones del embarazo y el parto hasta la epidemia del VIH (virus de inmunodeficiencia humana, causante del sida).
La violencia de género también cobra un precio alto. ¿Qué pasaría si se liberara todo el potencial y el poder de las mujeres? Imaginen lo que podrían lograr.
Necesitamos invertir en empoderar a las mujeres para que logren el tipo de transformaciones que pueden sostener el crecimiento económico, preservar el ambiente, fomentar la resiliencia y no dejar a nadie rezagado.
Y necesitamos invertir en los derechos sexuales y reproductivos para todos, incluyendo las próximas generaciones, si vamos a lograr un verdadero desarrollo sostenible.
Las mujeres están interesadas y sensibilizadas sobre los requerimientos de la sostenibilidad.
Cuando ellas tienen control y libertades sobre sus propias vidas sexuales y reproductivas, tienden a elegir familias más sanas y más pequeñas que puedan ser más resilientes ante las crisis, los desplazamientos o los desafíos ambientales.
También pueden aliviar la presión que ejercen las poblaciones locales sobre recursos naturales limitados y ecosistemas frágiles.
Por eso es importante que el próximo marco para el desarrollo internacional –la agenda que reemplazará en 2015 a los Objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio— aborde directamente la igualdad de género y los derechos sexuales y reproductivos para todos.
Estos temas van directo al corazón de la sostenibilidad. Sigo comprometida en asegurar que no se los pase por alto.
- Tarja Halonen, expresidenta de Finlandia (2000-2012), copreside el Grupo de Trabajo de Alto Nivel de la CIPD (Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo). También ocupó cargos en foros internacionales, como copresidenta de la Cumbre del Milenio y del Panel de Alto Nivel del secretario general de la Organización de las Naciones Unidas sobre Sostenibilidad Mundial.
- Columna distribuida por IPS