Se publica una nueva recopilación de artículos del maestro del periodismo español del siglo XX
Hay que agradecer a la editorial Fórcola el rescate que viene haciendo de la obra de Julio Camba, cuyos artículos agrupa en publicaciones temáticas. Con este criterio ha editado “Crónicas de viaje. Impresiones de un corresponsal español”, “Galicia” y “Caricaturas y retratos”, todas ellas a cargo de Francisco Fuster.
Ahora Fórcola publica “Tangos, jazz-bands y cupletistas. Crónicas musicales, de Caruso a Cléo de Mérode”, en edición de su biógrafo Pedro Ignacio López y prólogo de Javier Jiménez, que recoge muchos de los artículos de Camba rescatados de un olvido inmerecido.
Elogio de la música clásica ligera
Pertenece Julio Camba a esa saga de articulistas que vienen dando brillo a la prensa española desde el siglo XIX, de Mariano José de Larra a Manuel Alcántara y Francisco Umbral, pasando por Jardiel, González Ruano, Josep Pla o Josefina Carabias. Gracias a ellos y a muchos otros, la prensa española se viste de gala cada día para hacer el comentario irónico, crítico, agudo, preciso, jocoso, brillante… de la actualidad, desde la política y la economía a la cultura, los espectáculos y el deporte.
La calidad de los mejores articulistas se reconoce cuando su obra sale airosa de la prueba de la resistencia al paso de tiempo, y los artículos de Julio Camba se pueden leer ahora con la misma frescura que en 1905 o 1961, que es el periodo que abarca la selección de los aquí reunidos, publicados en “El País”, “La Correspondencia de España”, “La Tribuna”, “ABC, “El Sol” y “España Nueva”.
Camba se confesaba carente de sensibilidad para la música, sobre todo para la música llamada clásica, aunque era un gran observador del fenómeno musical, desde sus expresiones sinfónicas, hasta las populares: tangos, cuplés, rumbas, sambas (“no hay en el mundo nada que se parezca tanto a un ataque epiléptico”)… incluso marchas militares y pasacalles. Pero los artículos que dedica a la música no son tanto la crítica de un entendido en la materia, ni siquiera la de un aficionado, como la crónica costumbrista de un observador social de los ambientes que rodean a la música de todos los géneros. Se trata de una mirada al fenómeno musical antes que una valoración de la calidad de las interpretaciones y de los intérpretes, una mirada sin pretenciosidad ni trascendencia.
Camba se hacía eco de las músicas que sonaban en las calles de las ciudades en las que vivía y en las que ejercía su oficio de corresponsal, la música de los music-hall y los night clubs (“a donde van hombres de todas clases y mujeres de una sola clase”), la de los cafés, las cervecerías y las fiestas populares. Le interesa cuál es la función de la música en la vida cotidiana de la gente. No le gustaba la ópera ni la música religiosa sino la música fácil de asimilar y de bailar, y no tenía ningún complejo en confesarlo: “La machicha –decía un cronista recientemente- es un culebreo rítmico, agradable tan sólo para cuatro degenerados. Yo soy uno de esos cuatro degenerados y, en testimonio de compañerismo, dedico esta nota a los tres restantes”, escribe en uno de sus artículos.
Julio Camba dedica una especial atención a los personajes que protagonizan las músicas sobre las que lanza su mirada. Por las páginas de sus artículos desfilan desde intérpretes como la cantante de music-hall La Tortajada o la prima donna Mme. Destinn, a músicos como los violinistas Rigó Jancsi y Amelia Heller, bailarinas como La Bella Otero, Cléo de Mérode y Conchita Ledesma o el llamado “tenor absoluto”: Antonio Casimiro Silveira de Souza y Vasconcelos.
A veces la música es la excusa para enhebrar las historias de sociedad que Camba cuenta en sus artículos. Así el episodio de la boda de Anita Delgado con el rajá de Kapurtala, con la intervención estelar de Valle-Inclán; el romance del rey Leopoldo II de Bélgica con Cléo de Mérode, o los amores del exiliado rey de Portugal con la estrella del music-hall Gaby Deslys. También episodios curiosos o sorprendentes, como la prohibición del tango por el emperador Guillermo II en Austria, las maniobras de Mussolini para moralizar este baile o la censura de ciertas canciones en Alemania.
A destacar en esta edición la excepcional colección de fotografías de época que ilustran casi todos los artículos.
Un anarquista conservador
Julio Camba (Vilanova de Arousa, Pontevedra 1884-Madrid, 1962) era hijo de un maestro de enseñanza primaria que le transmitió su amor por la lectura de los clásicos a él y a su hermano, el novelista Francisco Camba. Simpatizante desde muy joven por el anarquismo, decidió viajar a Buenos Aires en 1897, cuando sólo tenía 13 años, para buscar trabajo en aquel paraíso del que los emigrantes gallegos regresaban hablando maravillas. Lo hizo como polizón, sin contar con el permiso paterno. En la capital argentina se unió al movimiento anarquista y participó en huelgas y movilizaciones para las que redactaba encendidas proclamas. En 1901 el gobierno argentino lo deportó a España después de calificarlo de “anarquista peligroso” y, de nuevo en Galicia, decide dedicarse al periodismo.
Escribe sus primeros trabajos en el “Diario de Pontevedra” y muy pronto se traslada a Madrid para colaborar en el rotativo republicano “El País” y más tarde en “Mundo”, “España Nueva” y “Los Lunes de El Imparcial”. Gracias a su amistad con Ortega y Munilla, el director de “La Correspondencia de España” lo contrata como corresponsal en Turquía, a donde viaja en 1905 para instalarse en Constantinopla. Después desempeñaría el cargo en Berlín para el diario “ABC” hasta la Primera Guerra Mundial. También ejerció de corresponsal en Londres, París y Atenas. No le gustaba Alemania ni tampoco Inglaterra, pero le entusiasmaba Francia, “donde se rinde culto a la alcoba y al comedor”, dos de sus pasiones: “París es como el opio, como la morfina, como la cocaína o como el arroz a la valenciana. Es un vicio”.
Viajó también con frecuencia a Suiza y a Portugal y le fascinó Nueva York. Durante la guerra civil colaboró con el “ABC” de Sevilla, controlado por los nacionales de Franco.
Después de la guerra escribió para “Arriba”, “ABC” y “La Vanguardia”, y un solo libro, “La casa de Lúculo o el arte de comer”, un encargo de Pedro Sáenz Rodríguez para la editorial CIAP. En 1949 se instaló definitivamente en Madrid y, en vez de alquilar una vivienda, decide residir permanentemente en el Hotel Palace, habitación 383. Nunca olvidó su Galicia natal, a la que dedicó muchos artículos y de la que decía “Si llego a ser cura por estas tierras, perdono todos los pecados”. Murió en Madrid el 28 de febrero de 1962.