Con tres días de diferencia, en julio de 1971 desaparecían dos de las figuras más importantes de la historia del rock y del jazz: Jim Morrison y Louis Armstrong. En julio también murieron Ella Fitzgerald en 1996 y el bluesman John Lee Hooker en 2001.
Inolvidable Satchmo
Se cumplen este año dos efemérides relacionadas con Louis Armstrong: el 120 aniversario de su nacimiento (en agosto) y los 50 años de su muerte. Si hay un icono que represente a la música de jazz es Louis Armstrong, un trompetista irrepetible cuya voz única y peculiar, grave y rota, quedará para siempre en la memoria de varias generaciones.
Armstrong elevó el jazz a la categoría de arte. Aquel niño pobre nacido en un suburbio de Nueva Orleans tuvo que enfrentarse a las adversidades de una sociedad racista sobreviviendo con trabajos esporádicos hasta que una familia judía lo acogió y se interesó por su apego a la música comprándole su primera trompeta. Armstrong le mostró siempre su agradecimiento llevando perpetuamente una estrella de David colgada del cuello.
Comenzó a tocar como aficionado en las bandas de Nueva Orleans y en los cabarés nocturnos donde se reunían los aficionados a la música que hacían los negros. El trompetista Joe King Oliver fue el primero en descubrir sus dotes y se convirtió en su mentor. Gracias a él se integró en varias bandas profesionales hasta sustituirlo a él mismo en la de Kid Ory. Más tarde Oliver lo llamó a Chicago para que se incorporase a su nueva banda, la Creole Jazz, con la que grabó sus primeros discos y se casó con su pianista, Lillian Hardin. En Nueva York se unió a la orquesta de Fletcher Henderson, que entonces acompañaba a cantantes consagradas como Bessie Smith.
Cuando regresó a Chicago comenzó a grabar discos con su propio nombre. Su trompeta y su voz se hicieron muy populares en los ambientes de jazz de los años veinte. La película «Nueva Orleans» le proporcionó la popularidad que le faltaba fuera de los circuitos de jazz. En 1943, cuando se instaló en Nueva York, su popularidad se había extendido a todo el país, donde tenía conciertos casi todos los días del año con su formación, a la que llamó All Stars porque todos ellos eran grandes músicos.
Tras la crisis sufrida por el jazz después de los años cincuenta, un tema muy popular, «Hello, Dolly», lo rescató del olvido. Desde entonces continuó trabajando sin descanso ante los ojos y los oídos asombrados de públicos de todo el mundo (incluyendo Asia y África) que nunca habían tenido nada que ver con el jazz. Pese a la precaria salud de los últimos años, continuó tocando hasta la misma víspera del día de su muerte, cuando iba a cumplir setenta años.
Satchmo (un apodo que le puso un periodista del Melody Maker) convirtió su forma de tocar la trompeta en un estilo muy personal, y sus actuaciones, secándose el sudor continuamente con un pañuelo, eran verdaderos espectáculos. A veces acompañado por otros grandes como Ella Fitzgerald, Bing Crosby, Bessie Smith, realizó actuaciones inolvidables. Su tema «What a Wonderfull World», una canción sencilla, muy corta (apenas dos minutos) y con una melodía pegajosa, tuvo en su voz una repercusión pocas veces alcanzada por una canción popular y aún hoy, a los cincuenta años de su muerte, se escucha con verdadero placer.
Jim Morrison: algo más que un icono
En 1966 la discográfica Elektra fichaba a un grupo que venía haciendo en los clubes de Los Ángeles una música que mezclaba el blues y el jazz con ingredientes de clásica y hasta flamenco. Sus componentes eran muy buenos músicos. El batería John Densmore tenía una larga formación jazzística. La guitarra de Robby Krieger dominaba el blues y el rock. Ray Manzarek era un teclista que sacaba sonidos inéditos del órgano y de su piano Fender Rhodes.
Pero lo realmente atractivo era su líder, un carismático cantante llamado Jim Morrison empeñado en inducir experiencias sensoriales con sonidos sicodélicos y letras de canciones que recordaban a los simbolistas franceses y a los poetas de la Beat Generation.
En 1967 sacaron un álbum, «The Doors», que los convirtió en uno de los grupos más influyentes de aquella década. Su tema «Light My Fire» se mantuvo en el número uno de Billboard durante tres semanas. «Riders on the Storm» se convirtió en un himno del movimiento hippie de aquellos años.
Sus seguidores expresaron su decepción ante el hecho de que uno de los grupos más señeros del panorama underground de Los Angeles se convirtiera, de la noche a la mañana, en una rutilante estrella del rock, con todas las servidumbres comerciales que se supone implicaba el cambio.
The Doors sacaron otros cuatro discos que los mantuvieron en primera línea hasta que el 3 de julio de 1971, hace cincuenta años, Jim Morrison fue encontrado muerto en la bañera de su apartamento de París, donde se había trasladado a vivir con su novia Pamela Courson. Al parecer fue un ataque al corazón el que terminó con su vida, pero la leyenda se sumó a la causa de las drogas y el alcohol. Su tumba en el cementerio de Pere Lachaise aún sigue recibiendo cada día decenas de testimonios de sus admiradores. Aunque los tres supervivientes trataron de mantener la magia, el grupo ya no era lo mismo sin Morrison. En 1978 se reunieron para despedirse con «An American Prayer», un álbum que reunía poesías inéditas del cantante.
Jim Morrison convirtió las actuaciones de los Doors en verdaderos espectáculos audiovisuales. Embutido en unos pantalones ajustados, de cuero negro, su actitud hacia el público era desdeñosa y hasta burlona. Las letras de sus canciones y sus gestos obscenos que invitaban al sexo (llegó a ser arrestado por la policía después de varios conciertos) hizo que se prohibieran muchas de sus actuaciones. La escritora australiana Lillian Roxon decía que estas eran una mezcla de “poesía, violencia, misterio y terror”.
En los últimos años, los excesos llevaron a Jim Morrison a una decadencia que se manifestaba cada vez de forma más dramática. En 1969, una actuación en Miami, en la que salió al escenario borracho, drogado y con sobrepeso, provocó la cancelación del resto de sus conciertos. De todas formas se recuperaron en 1970 con su álbum «Morrison Hotel» y sobre todo con «L.A. Woman», que les proporcionó nuevas giras en las que rescataron la espectacularidad de sus directos.
En 1979 la utilización del tema «The End» en la banda sonora de «Apocalypse Now», de Francis Ford Coppola, reavivó el interés por el grupo y por la figura de Morrison. Jerry Hopkins y Danny Sugarman publicaron en 1980 una biografía con el título «No One Here Gets Out Alive» y Oliver Stone rodó una película sobre el grupo en 1991, con Val Kimer interpretando a Morrison. Hasta Manzarek y Krieger aprovecharon el tirón para hacer giras como Los Doors del siglo veintiuno.