“No soy un perro, soy un hombre. Un ciudadano nada más, y nada menos”
“Todos somos Daniel Blake”, reza la chapa que la distribuidora española de “Yo, Daniel Blake”, un excelente drama firmado por Ken Loach, ha regalado a los periodistas. Una chapa que llevo, con orgullo, en la solapa de mi chaqueta.
Yo, Daniel Blake, cartelPorque, en efecto, todos somos Daniel Blake, todos somos víctimas de la burocracia que carece de sentimientos, de los funcionarios que se parecen a los robots como dos gotas de agua. A todos, como a Daniel Blake, nos inmolan en el altar de las leyes y las normas, los reglamentos galimatías, la incomprensión, la falta de solidaridad, la impotencia…
En Inglaterra o en España, las contradicciones del propio sistema exponen a los ciudadanos vulnerables a tener que acabar eligiendo entre la resignación –de la que nunca ha salido nada bueno- o la rebelión más o menos descarada, que en el neoliberal siglo XXI tampoco suele llevar muy lejos (hay una tercera opción, nada recomendable, pero seductora para algunos: tirar la toalla, lo que en no pocas ocasiones acaba conduciendo al suicidio; entonces es cuando el sistema se alza vencedor).
“Yo Daniel Blake” ha ganado la Palma de Oro en el Festival de Cannes 2016 y sendos Premios del Público en los festivales de San Sebastián y Locarno.
En la Inglaterra de los desfavorecidos, por primera vez en su vida Daniel Blake (Dave Jones), carpintero inglés de 59 años, se ve obligado a recurrir a la ayuda social después de sufrir un infarto de miocardio. Aunque su médico le prohíbe trabajar, en la oficina del paro le explican que tiene que buscar un empleo si no quiere ser sancionado con descuentos en su magra pensión. En ese ambiente de fatalidad social, en sus reiteradas visitas a la oficina conoce a Katie (Hayley Squires), una madre soltera con dos hijos obligada a aceptar una vivienda situada a 450 kilómetros de su lugar de origen, so pena de que la manden a un hogar de acogida. Atrapados ambos en las aberraciones burocráticas y administrativas actuales en su país, Daniel y Katie se ayudan todo lo que pueden. Ella lucha por sacar adelante a sus hijos, él porque se reconozcan sus derechos…
Esta película hace el número dieciocho de las que el cineasta británico ha presentado en el Festival de Cannes –trece de ellas en competición-, donde en 1880 ganó el Premio Especial del Jurado con “Secret Defense” y en 2006 la Palma de Oro con “El viento que agita la cebada”, un relato de la guerra de independencia irlandesa. En 1995, Ken Loach se sumergió en la guerra civil española con “Tierra y Libertad”.
A los 80 años, Ken Loach (Kess, Jimmy’s Hall, La parte de los ángeles, Just a Kiss), vuelve a dar la palabra a los marginados del sistema y asegura que defenderá “a los oprimidos hasta mi último aliento”. Sigue siendo “uno de los grandes realizadores de nuestra época, capaz de reinventarse a pesar de perseguir siempre las mismas obsesiones” (Boris Courret, Culturebox).
Crónica social comprometida y “de candente actualidad” (Julio Feo Zarandieta, Periodistas en español), “Yo, Daniel Blake” es un grito de rebelión, una obra maestra, una película conseguida y una historia auténtica, que trasluce esa rabia impotente del héroe normal y sublime a la vez, del trabajador frente a la ventanilla, al otro lado de un teléfono que repite grabada la misma cantinela y le somete a la tortura de una música despreciable o sentado frente al funcionario que repite los mismos argumentos sin solución de continuidad, y sin prestar la menor atención a la persona que tiene enfrente.
Sin necesidad de colgarle el cartel de “basada en hechos reales”; para el espectador es evidente que se trata de hechos cotidianos, repetidos, que afectan a una cantidad importante de ciudadanos en muchos países en esta parte del mundo que se llama “civilizado”. Tanto, tan civilizado, que en su “profesionalidad” los funcionarios rozan el sadismo.