Elvis Costello y su música infiel

«¿Qué es música? Imagina que estás en medio del océano, en el agua, sin bote salvavidas y escuchas un helicóptero. Eso es música». Algo tan hermoso lo tiene dicho Tom Waits, uno de los muchísimos músicos que suenan en Música infiel y tinta invisible, el libro de memorias de Elvis Costello, pero allí no dice esto que a mí me sirve para comenzar a hablarte sobre un libro que es MÚSICA desde que comienza hasta que acaba.

El inglés Elvis Costello, nacido en 1954, es uno de los compositores, intérpretes y productores musicales más importantes de los últimos 40 años. Declan Patrick MacManus no se puso a sí mismo el glorioso epónimo ELVIS en vano. Y a fe mía que viene haciendo también honor, un inmenso honor, al apellido de soltera de su madre desde que logró ser el imprescindible músico que ha acabado siendo.

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Música. El fabuloso libro de mi admirado ELVIS COSTELLO es un libro de MÚSICA y un libro sobre MÚSICA. Y de la trascendencia descomunal que ha supuesto la música en la vida de Costello da buena prueba este párrafo extraído de su Música infiel y tinta invisible:

“Todas estas canciones, recuerdos y fragmentos del pasado son razones para querernos todavía más los unos a los otros. He adquirido casi todos mis conocimientos escuchando discos; el resto ha sido fruto del ensayo y error”.

En todo el volumen abundan las cicatrices, los intentos de hacer con sus canciones un viaje por la realidad, la vergüenza y el afán —todas esas cosas—, pero, en determinados momentos, la estrella que es Costello —algo que él oculta en su libro (ser una estrella)— acaba por admitir que alguna de sus canciones (en este caso Oliver’s Army) “no era más que música pop”.

Nada más que música pop. Y nada menos. “Aquella noche ella estaba preciosa y todo parecía una canción”, es capaz de escribir Costello al hablar, como de pasada, de una ocasión en que se reencontró con una antigua novia.

“Algunos de nosotros llegamos a ser como crueles secretos”.

Rope (de For the Stars, con Anne Sophie Von Otter, 2001)

Cuando intentaba ser lo que acabaría por ser y aprendía a reproducir la música que le entusiasmaba, algunos rasgueos de guitarra o melodías vocales se le atragantaban y de esos momentos de zozobra, al final, en su libro surgieron perlas como ésta referida a una canción de Marvin Gaye:

“Era tan incapaz de descifrar ese arreglo como de cantar de una manera tan sobrenatural. Todo lo que podía hacer era escucharlo asombrado y preguntarme cuándo comenzaría la vida”.

Asombrado. Cuándo comenzaría la vida. Uauuuuuuuuuu.

En la época de sus comienzos, “yo soñaba con ser yo mismo”. Costello nos relata con un coraje vital enorme cómo compone sus canciones, cómo muchas están inspiradas en otras que él admira y cómo, en definitiva, todo responde a un viaje inevitable a través de la vida que él conoce desde que comprendió que un nieto de músico, que un hijo de músico que se emociona desde su más recóndita niñez con lo que escuchan sus mayores y luego él mismo selecciona, sólo puede ser un músico infiel decididamente único. Único y devoto de la música de los otros. Un músico que le dedica su libro a “los que vinieron antes y los que vendrán después”. Un músico de la cabeza a los pies que admite que “no necesitas saber notación musical para el rocanrol”. Un músico que admite en referencia al trabajo compositivo que “las personas vanidosas y propensas al autoengaño lo llaman inspiración” mientras él lo llama “trabajo”. Un músico que sabe que los músicos como él se dedican a una profesión que consiste en “salir al escenario armados con palabras y música con las que intentar contar una historia”, y no es otra cosa (nada más y nada menos) que, simplemente, lo que hace un “ser humano con un único don, un instrumento, que te cuenta en dos minutos y medio todo lo que tienes que saber sobre la tragicomedia que es el amor”.

“Una gran parte de la música pop ha surgido cuando la gente ha fracasado a la hora de copiar su modelo y, por accidente, ha creado algo nuevo. Cuando más te acercas a tu ideal, menos original suenas.

[…]

Una vez más, empecé tratando de copiar algo con exactitud y, al no llegar ni de lejos a mi modelo, terminé creando algo completamente personal. En 1979, cuando se me agotó el aluvión de nerviosas ocurrencias que llamaba canciones, me compré un montón de discos sencillos de Stax y eché mano a mi colección de álbumes Motown Chartbusters, buscando ideas en las que basar Get Happy. Cuando en 1981 me quedé sin palabras para describir la congoja de mi corazón, hice lo mismo con una serie de canciones country pilladas en las cajas de discos de segunda mano, fui a Nashville y grabé Almost Blue, un álbum sobre el desamor, a su modo también de segunda mano.

Siempre era útil que te recordaran que la música no había surgido de la nada en 1977, en 1965 ni en 1954. No le veía sentido a vivir en el pasado, pero menos todavía a negar su existencia. Había demasiado que aprender y demasiado que amar”.

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Elvis Costello con su padre

Hijo y nieto de músicos, sí. Nos cuenta Costello que una tarde de las que acompañaba a su padre, ya mayor éste, y deteriorado, ambos escuchaban música y sonó la sentimental canción titulada My Blue Heaven, cantada por Gene Austin (“Somos felices en mi cielo azul”). Declan notó algo en el rostro de su padre, el cantante y trompetista Ross McManus, alguien a quien están dedicadas las más hermosas páginas de Música infiel…, hasta el punto de que le preguntó: “¿Al abuelo le gustaba esta canción?” Y Ross le contestó: “Ya lo creo”. Algo que, al rememorarlo para su autobiografía, le hizo escribir a Costello que de repente lo comprendió todo, todo lo que eran los ojos de su padre transmitiéndole un pensamiento que él intuía: el del invisible hilo que puede unir por medio de la música o del mero recuerdo a los miembros de las estirpes. Su abuelo, el padre de Ross, había sido cantante de orquesta en trasatlánticos. Se llamaba Patrick, como el segundo nombre verdadero de Elvis, pero todo el mundo le llamaba Pat.

“Cuando murió mi abuelo, mi padre me dijo que mi lugar estaba en el escenario. Tenía que tocar. Es lo que hacemos para vivir”.

Es muy emocionante leerle cuando nos relata aquella tarde en la que a su padre, ingresado ya en una residencia para ancianos, le hizo escuchar una grabación en la que la esposa de Elvis Costello, Diana Krall, cantaba con Paul McCartney (un habitual del libro, además, dada su amistad con el autor y las colaboraciones entre ambos) la canción More I Cannot Wish You. El viejo Ross “se quedó mirando la última nota suspendida en el aire, como solía hacer. ‘¡Qué bonito!’, dijo, y luego volvió a la vacuidad”.

También resulta especialmente conmovedor leerle contarnos aquella ocasión en que pretendió agasajar a su padre moribundo con una interpretación de una de las canciones favoritas de Ross, Danny Boy. “Su sonido sólo le produjo sufrimiento”. Y añade Costello: “puede que al fin y al cabo no hubiera magia alguna en aquella música infiel”.

Al principio de su carrera, cuando sólo había grabado cuatro discos de larga duración, Costello sintió el maldito efecto que produce el acelerado atolondramiento de no saber a dónde va uno. De ahí que el autor de I Can’t Stand Up For Falling Down acabe así el capítulo titulado “No me hagas hablar”:

“Cada noche, durante unas pocas fracciones de segundo, mientras el humo y el calor de los focos hacían que me costara respirar, tenía la sensación de que salía de mi cuerpo y observaba la escena. Podía ver a todo el mundo dando saltos y cantando el estribillo. Tenía la incómoda sensación de que, al cabo de un rato, las palabras carecerían de sentido, si es que, para empezar, alguna vez habían tenido alguno”.

“Mamá, papá, estoy aquí en el zoo / No puedo volver a casa porque me he hecho mayor antes de lo previsto”.

Goon Squad (de Armed Forces, 1979)

Algo que Costello supo relativamente pronto, y que le ha venido fenomenal, opino yo, a su dilatada y fructífera profesión musical, es que “si quieres que tu carrera en el mundo del espectáculo sea larga, estás obligado a rechazar a tu propio público de vez en cuando, para que se acuerden de ti y entiendan por qué te echan en falta”. Una cosa que espero que sea lo que está ocurriendo ahora mismo con su largo parón discográfico del que el autor de I Want to Vanish nos habla al final de su autobiografía con una especie de lamento amable y poco creíble (espero, ya digo).

Muchas páginas antes de su intento de explicar su abandono de las grabaciones musicales, Costello ya anticipa cómo ve él su final artístico, en el mismo lugar que el de su padre:

“En lo más bajo de los garitos de copas [:] ahí es donde todos empezamos y algo me dice que ahí terminaré. Y todo lo que os estoy diciendo dará exactamente igual entonces”.

La maravillosa experiencia que depara la lectura de Música infiel… a alguien que como yo ama la música, y ama la música que ama Elvis Costello, de la que el libro muestra un suculento y amplio compendio, disculpa lo que de deslavazado, pero no tanto, tiene el recorrido que su autor hace por lo que ha sido su vida. Un deslavazamiento que de hecho en muchos momentos se agradece. Un deslavazamiento que acaba por tener un pleno sentido cuando uno cierra el libro y agradece haberlo leído, agradece que Costello se haya atrevido a escribirlo y lo haya escrito poniendo lo que se tiene que poner siempre que se escribe un libro. Lo que quiera que sea que es el placer de contar, el gusto por contar a los demás lo que a uno le emociona o lo que a uno le perturba.

Las canciones, la música, acaban por concernirnos a quienes las escuchamos, y el autor de Música infiel… es ante todo un degustador de canciones que sabe muy bien cómo hacernos llegar su manera de escucharlas, de disfrutarlas:

“Hay una música que parece pertenecerte desde el primer momento que la escuchas y una música con la que hay que ser paciente a la espera de que llegue la hora en que acaso te revele lo que es en realidad”.

El compositor de Shipbuiding nunca ha querido ser un poeta. Y yo no pude evitar recordar la estúpida polémica sobre el merecimiento o desmerecimiento de la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan (amigo de Costello, por cierto, y protagonista de algunas de las páginas de su libro) cuando leí este párrafo tan cabal:

“Si hubiera querido ser poeta, habría tenido que ser mucho más preciso a la hora de elegir las palabras, pero ni entonces (ni tampoco ahora) veía la poesía como una vocación superior y más elevada que la de letrista. Es una vocación distinta. Sobre todo la de letrista e intérprete”.

Y abundando en la baja estofa de las canciones frente a la alta categoría de la literatura poética, el músico británico considera, y yo con él, que “no hay una superioridad. No hay alta cultura ni baja cultura. No tienes que elegir, eso es lo bonito: puedes amar todo por igual”.

Regreso un momento a Dylan. Porque ahora me interesa que veas cómo Costello se empapaba del arte necesario para crear él a su vez su propio arte. En el capítulo titulado “Prepárate para el tren fantasma”, el compositor de Veronica nos cuenta que las primeras canciones del Gigante Dylan las aprendió con esfuerzo, pero que las demás simplemente las asimiló “por ósmosis o por seguir vivo”. Sí, no cabe duda de que “se pueden aprender muchas canciones de esa manera”. Te creemos, Declan Patrick.

Sobre el proceso por medio del cual una canción acaba por ser una canción, Costello tiene mucho que decir, como esto:

“No conocía el volumen ni la dimensión de las canciones hasta que no me acercaba al micrófono por primera vez en una sala de ensayo o un estudio de grabación”.

Es decir, las canciones, que “nunca terminan de estar completamente inspiradas en la vida”, no lo son del todo hasta que se interpretan para ser escuchadas por otros, no por uno mismo.

He aprendido leyendo al compositor de Turpentine que aunque grabes músicas distintas en contenedores distintos, “el contenido es el mismo: el alma de los experimentos, la medida de las ideas y de los sentimientos. Música, al fin y al cabo. Nadie puede con ella”.

Muchas son las influencias recibidas por el autor de Música infiel… Muchísimas. Una prueba de sus devociones está en las palabras que le dedica a un músico del que yo no tenía conocimiento alguno antes de leer este libro:

“No sé por qué los discos de David Ackles me marcaron tanto, pero cuando tenía unos dieciséis años me pasaba la mayoría del tiempo escuchándolos, con la habitación a oscuras, tratando de imaginar cómo empezó a existir todo”.

Costello ha conocido a numerosos músicos a lo largo de su vida profesional. Muchos de ellos habían sido antes “voces de consuelo en la oscuridad”.

Música infiel y tinta invisible es un deslumbrante y divertido recorrido a lo largo de una profesión ejercida por un gigante de los tiempos del rocanrol y el pop que engrandece ese maravilloso oficio con sus recuerdos escritos, en la mayoría de las ocasiones, brillantemente:

“Ahora me doy cuenta de la suerte que tengo de haber trabajado en el negocio de la música durante ese breve periodo de tiempo que va desde cuanto te compraban tus canciones sin pensárselo por cincuenta dólares o a cambio de las llaves de un cadillac hasta ahora, cuando se supone que todo es gratis”.

“Mirad en qué me he convertido: en el humilde padre de mis tres hijos / El sumiso padre de mis tres hijos”.

My Three Sons (de Momofuku, 2008)

Costello sabe en su autobiografía ser hilarante, y su libro brinda una divertida lectura en la que a lo descacharrante a veces le añade un vitriólico goteo de causticidad muy personal, como cuando, al referirse a su primera esposa, Mary Burgoyne, dice de ella que “era la chica de la que creía estar enamorado desde antes de saber las consecuencias de ese deseo”. Pero para hilarante, el Costello que escribe en los agradecimientos finales de Música infiel…:

“Ningún animal o músico ha sufrido daño alguno durante la elaboración de este libro”.

O el que nos hace desternillarnos cuando nos describe lo mucho que bebía en sus primeros años de profesional alocado:

«Encontraba que la ginebra me resultaba tónica».

Pero destaco, por encima de todas sus cómicas observaciones repletas de gracia, aquella en la que Costello, después de enunciar lo que una tarde estaba preparando su abuela para la cena, rotundo, remata:

“Es un milagro que esté vivo para contar esta historia”.

Música infiel… concluye con una agria pero conmovedora visión de lo que ha sido (está siendo) la trayectoria artística del intérprete de The Puppet Has Cut His Strings, iniciada ridículamente, a su decir:

“Casi todo lo que ha pasado ha sido una ilusión óptica”.

Y termino yo. Mal, ¡qué lástima! Es una verdadera lástima que, dicho todo esto, uno haya tenido que sufrir la pésima edición de mesa de un libro repleto de erratas y con inconfundibles errores de traducción tales como considerar a Dusty Springfield como un hombre y decir que el prolífico e influyente programa británico de televisión Top of the Pops es… una emisora. O traducir como “No ir nada con él” la expresión “No tener nada que ver con él”. O escribir votiva en lugar de ofrenda cuando lo que Costello escribe es votive. Y muchas más incorrecciones que se me escapan porque, detectar estos errores sin conocer profundamente el idioma de Shakespeare ya tiene delito. Y no por mi parte, que hice cuanto pude por aprender inglés. Sin mucho éxito.

José Luis Ibáñez Salas
Editor de material didáctico para diversos niveles educativos en Santillana Educación, historiador y escritor. Director de la revista digital de divulgación histórica Anatomía de la Historia, es autor de El franquismo, La Transición, ¿Qué eres, España?, La Historia: el relato del pasado y La música (pop) y nosotros (publicados los cinco libros por Sílex ediciones), fue socio fundador de Punto de Vista Editores y escribe habitualmente relatos (algunos de los cuales han aparecido en el blog literario Narrativa Breve, dirigido por el escritor Francisco Rodríguez Criado) y artículos para distintos medios de comunicación, como la revista colombiana Al Poniente o las españolas Nueva Tribuna, Moon Magazine y Analytiks. Tiene escrita una novela y ha comenzado a escribir otras dos.

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