Izara Batres lleva a su primera novela un retrato de la generación del 15-M
Aunque se haya convertido en un tópico, no deja de ser verdad que en España el sector más castigado por la crisis de estos años es el de los jóvenes. El cine los ha retratado con fidelidad en películas recientes como “Hermosa juventud” (Jaime Rosales) o “10.000 Km” (Carlos Marques-Marcet), y desde la literatura también se ha abordado el caso con mejor o peor fortuna. Izara Batres, periodista, poeta, ensayista, acaba de hacer un retrato de esta generación perdida en “ENC o El sueño del pez luciérnaga” (Ediciones Xorki), su primera novela.
ENC son las siglas de “Elemento No Clasificado”, que la autora define como un fallo del sistema, una pieza del puzle que no acaba de encajar en ningún sitio. Izara Batres las aplica a los miembros de esa juventud que busca el destino que les niega permanentemente una sociedad que no reconoce sus valores, a jóvenes que despiertan de un sueño de promesas que ya no son reales, donde ya no vale aquello de que siendo buenos, trabajadores y con talento, todo iba a ir bien en la vida. A pesar de ser la generación mejor preparada y más culta, han de sobrevivir refugiándose en actividades (administrativos, camareros, teleoperadoras) que no corresponden a su formación, o buscar fuera del país una salida que muchas veces termina en frustración porque tampoco es fácil la alternativa.
Algunos se resignan a abandonar sus sueños y sus proyectos (“Todo es lo mismo. Vayas donde vayas. Todo mentira”. P.69.”), otros se hunden en un precipicio de alcohol, drogas y violencia, del que cada vez es más difícil salir (“ríos de jóvenes que se embuten en los pub y las discotecas esperando que ocurra algo emocionante que les ayude a olvidar o que les ayude a vivir”. P.148). Y, con frecuencia, la desesperación: “La salida no existe” (p.203), “No hay camino, no hay salida. ¡No hay nada!” (p.265).
“El sueño del pez luciérnaga” es el retrato de una generación, la que tiene como referente al 15-M, a través de una serie de personajes que luchan por superar la situación a la que se han visto arrastrados por una crisis en la que no han tenido ninguna responsabilidad y que sin embargo los golpea sin misericordia. La culpa es de los de arriba, dicen, de los que siempre han mandado (“la vida es un guión de los de arriba”). Y para ellos es un círculo cerrado porque “quienes podrían cambiarlo son los que más se benefician”.
Por las páginas de la novela desfilan algunos de los estereotipos que conforman este colectivo de sueños frustrados y esperanzas rotas. Su vida transcurre entre la monotonía de sus trabajos precarios, los problemas familiares, las relaciones sexuales incontroladas, la imposibilidad de adaptación a las normas de una sociedad que no reconocen como suya.
La protagonista/narradora es una administrativa setecientoseurista, ahogada por la rutina de su trabajo, que encuentra un respiro en la realización de un corto cinematográfico, su verdadera vocación, que llega a tener un cierto impacto en sectores antisistema. Otra de las protagonistas, Eva, una de las actrices del corto, se somete a situaciones humillantes buscando desesperadamente su realización personal en castings interminables. Eloy, seductor y deseado (se parece al Marlon Brando de “Un tranvía llamado deseo”), termina por abandonar hasta el proyecto de su tesis doctoral, seducido por los laberintos del sexo y el alcohol, incomprendido por su familia y rechazado por la única chica que le importa. Y Lía, sometida a la brutalidad de un novio que la maltrata y del que es incapaz de deshacerse mientras trata de buscar un futuro utilizando sus encantos sexuales como moneda de cambio.
Hay una sensación de pesimismo a lo largo de toda la novela. Un pesimismo que se impone sobre los personajes, los aplasta, los reduce a marionetas de una realidad asfixiante. Y sin embargo Izara Batres quiere terminar con una mirada optimista sobre esta realidad, como si sobre los problemas y los dramas de los protagonistas se vislumbrase un futuro que aún no lo ha dicho todo.
