Tribuna libre de Hazel Henderson*
Hace poco participé de un debate sobre la negociación de alta frecuencia y escuché los mismos conocidos argumentos de que contribuye a la liquidez y a la determinación de precios en los mercados.
Estas afirmaciones sobre liquidez son difíciles de justificar después del «flash crash» del 6 de mayo de 2010, cuando la falsa liquidez de las negociaciones de alta frecuencia desapareció cuando se la necesitaba y las tradicionales obligaciones de los formadores de mercado estaban ausentes.
La negociación de alta frecuencia implica un intenso uso de herramientas tecnológicas sofisticadas para obtener información del mercado financiero y, en función de la misma, el intercambio de valores como activos u opciones.
La determinación de precios es una función de los grados de información y conocimiento de los actores del mercado y del mercado mismo (tanto físico como electrónico) en el que operan.
Los operadores de negociaciones de alta frecuencia contribuyen poco, y el modelo «maker-taker» que emplean –un descuento por transacción a los formadores de mercado que aseguran liquidez y una comisión por transacción a los clientes que toman liquidez del mercado—, junto con los mercados electrónicos de hoy, distorsionan la fijación de precios de varios modos, mediante estrategias de colocación y «latencia» (por ejemplo, la velocidad de sus computadoras), que son una forma de inversión ventajista.
En la mayoría de los mercados mundiales de hoy, la determinación de precios no sabe de fronteras planetarias ni de los descubrimientos satelitales que muestran cómo funciona la Tierra en relación con la lluvia diaria de fotones de nuestro Sol.
La mayoría de los mercados y sus jugadores no entienden que la vida sobre la Tierra depende de esa lluvia de fotones y de cómo las plantas verdes los aprovechan, a través de la fotosíntesis, para crear los alimentos que consumimos los seres humanos.
La fijación de precios es una actividad humana que depende no solo de nuestros niveles de conocimiento sino también de nuestros condicionamientos culturales y nuestro comportamiento de manada, todo esto ampliamente estudiado por psicólogos, antropólogos, neurocientíficos y endocrinólogos.
De hecho, son muchos quienes estudian hoy a los corredores de bolsa como a una población clínica, y revelan hasta qué punto su conducta está controlada por sus funciones hormonales, como describió John Coates en su libro «The Hour Between Dog and Wolf» (La hora entre el perro y el lobo, 2012).
Coates describe que los juegos de azar y el uso excesivo del apalancamiento financiero están gobernados por un exceso de testosterona e inducen a multiplicar los riesgos, como le ocurrió a Jon Corzine al desaparecer MF Global. Coates muestra que las caídas del mercado de valores disparan el pánico cuando la hormona cortisol se vuelve dominante y el corredor de bolsa queda como un venado encandilado.
Esos procesos hormonales causan diarrea y saltos al baño para vomitar. Scott Patterson, en su libro «Dark Pools», relata que los corredores de bolsa que se dedican a los negocios de alta frecuencia beben menos líquidos para no tener que orinar, y algunos incluso tienen cubos junto a su computadora por si los necesitan para vomitar.
Una actividad tan antigua como el ser humano puede volverse una obsesión y una adicción similar a la de los juegos de azar.
La determinación de precios que operan estos corredores de los mercados globales de hoy es claramente poco confiable.
Entonces, debemos tener en cuenta la omnipresencia de externalidades, como los 500.000 millones de dólares de subsidios anuales a los combustibles fósiles, así como miles de otros subsidios, lagunas y falta de regulación en la mayoría de los sectores industriales. Todo eso distorsiona aún más los precios.
Por eso las afirmaciones de que la economía es una ciencia son absurdas, y por eso el abogado Peter Nobel y otros miembros de su ilustre familia han repudiado que el Banco de Suecia entregue el Premio en Ciencias Económicas «en memoria de Alfred Nobel».
La economía es deficiente no solo en estos aspectos de comportamiento, sino en su pretensiones de precisión matemática y en sus muchas ilusiones debidas a la abstracción.
Como señalé en «The Politics of the Solar Age» (La política de la era solar, 1981, 1988), el interés complejo es una fantasía de las matemáticas aplicada a la sociedad por poderosos intereses financieros, como en las políticas «de austeridad».
La economía tampoco admite las leyes de la termodinámica, desde que la profesión proclamó un siglo atrás su rechazo al químico Frederick Soddy, quien planteó que el Sol era la fuente de toda vida. La crítica a Soddy fue republicada en 2012 en «Cartesian Economics» (Economía cartesiana, Cosimo Books).
Y podría seguir. La economía es una profesión útil, como la contabilidad, para ayudarnos a asentar transacciones y a llevar libros y balances. La macroeconomía se volvió una aberración al pretender una precisión matemática y una ilusión de equilibrio general en sociedades vivas, dinámicas y en evolución.
Los seres humanos se niegan a comportarse como pelotas de golf, pero los gobiernos, la academia y los actores del mercado todavía se basan en estos modelos de equilibrio general.
Las fantasías de los economistas Kenneth Arrow y Gerard Debreu sobre el «mercado completo» se convirtieron en las pesadillas de la negociación de alta frecuencia, las crisis financieras recurrentes y el encierro de las tierras tradicionales de pueblos indígenas.
Ahora, el fundamentalismo de mercado amenaza con liquidar los últimos vestigios de bosques vírgenes del planeta y causar nuevas extinciones de especies en hábitat cada vez más reducidos.
Esto me hace recordar al senador Robert Kennedy, cuando decía que el producto interno bruto lo mide todo, excepto lo que nos hace enorgullecernos de ser estadounidenses, y las famosas palabras de Oscar Wilde: podemos «conocer el precio de todo y el valor de nada».
*Hazel Henderson es presidenta de Ethical Markets Media (Estados Unidos y Brasil) y creadora del Green Transition Scoreboard.
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