Roberto Cataldi[1]
A las narrativas propias de Latinoamérica, que siempre se renuevan con aportes historiográficos, hoy se le suman algunas que son novedosas y otras ya conocidas pero remozadas, que no son privativas de la región.
Las narrativas tecnológicas actuales, hacen hincapié en el progreso y sus beneficios, pero encienden las alarmas ante la posibilidad de que la IA (inteligencia artificial) pueda reemplazar a los seres humanos en muchas actividades, agravando los problemas sociales ya existentes.
Además, la literatura distópica y los medios de entretenimiento, conciben máquinas que piensan por sí mismas y toman decisiones, prescindiendo de los humanos y llegando a esclavizar la especie humana.
Los ambientalistas, que no suelen recibir la atención que merecen, nos recuerdan que la IAG (inteligencia artificial generativa) consume una enormidad de energía y, según el equipo de ética de IA de Google, que ya no existiría, entrenar un sistema tipo ChatGPT produce 284 toneladas de dióxido de carbono, mientras un auto convencional produciría unas cuatro toneladas al año. Por otra parte, el consumo de energía produce calor y exige enfriarse con agua (elevado consumo de agua), lo mismo sucede con Internet. Dicen que Microsoft ensaya colocar sus data centers bajo el mar.
Esto se suma a las preocupantes narrativas del cambio climático de origen antropogénico, negado por sus detractores, y al considerable aumento de la contaminación del ambiente. También deberíamos considerar las actuales narrativas transhumanistas que persiguen el mejoramiento del ser humano a través de la ciencia y la tecnología, así como las que aspiran derrotar el envejecimiento y, no olvidar la ideología del inmortalismo.
Ámbito de la política
En el ámbito de la política, en un contexto crítico y cada vez más preocupante, donde las posiciones extremas predominan, surgen con apoyo popular gobernantes autoritarios que se comportan como niños caprichosos, que hacen berrinches, y que adolecen de la madurez expresiva que exige el cargo que ocupan.
Así comprobamos fracturas en la linealidad narrativa que se contradicen en los hechos y actos de gobierno; montajes comunicacionales que son improvisados cuando no grotescos; narcicismo e histrionismo sin ninguna autocrítica; ambiciones hegemónicas y megalomanía; manipulaciones para perpetuarse en el poder; intolerancia frente a cualquier crítica, más allá que ésta sea justa y oportuna.
Existe lo que llaman una «deriva autoritaria», que surge desde el interior mismo de la democracia, y en esta deriva no se visualiza un horizonte. La incongruencia es tan grande que un presidente manifiesta odiar al Estado, lo que significaría que no está dispuesto a gobernar, cuando en realidad ha sido elegido legítimamente para ser el jefe del Estado.
El hiperpresidencialismo del continente tiene como antecedente remoto la figura del virrey, un modelo gigantesco con pies de barro como sostiene Giovanni Sartori, y en la práctica desconoce el equilibrio de fuerzas que debe existir en toda democracia.
En efecto, la figura del presidente aspira a imponerse sobre los otros poderes del Estado (no olvidemos que el Parlamento al igual que el ejecutivo surge del voto popular), y a la vez procura ignorar los contrapoderes que evitarían los desbordes y las actitudes abusivas.
Hoy la discusión política de fondo no se daría en el congreso con los representantes del pueblo (que ya no lo representarían), sino en las redes sociales. La narrativa de la antipolítica ocupa el centro de la discusión y el malestar ciudadano apunta a la casta, que sería combatida, pero curiosamente por otra casta…
Aquí los reclamos por la violación de los Derechos Humanos se multiplican, como en muchos otros lugares del planeta. Y en el ámbito social, la notoriedad (que nada tiene que ver con ser notable) se percibe como un valor que ha sustituido al talento y el mérito, que antes otorgaban autoridad intelectual y moral.
Los numerosos migrantes latinoamericanos que pretenden ingresar por la frontera sur a los Estados Unidos en busca de una vida mejor, se han convertido en un gran problema, al punto de ser quizás el principal eje de campaña para las elecciones presidenciales.
La corrupción y el crimen organizado se han naturalizado, a la vez que producen encendidas condenas discursivas pero con magros resultados en la justicia.
Como ser, decenas de grandes empresarios argentinos acusados de corrupción solo habrían aportado dinero no declarado a las campañas políticas, por lo tanto se trataría de una desprolijidad (fuero electoral) y no de un acto de corrupción (fuero penal). Como da a entender un periodista de investigación, los acusados no son corruptos, sino estúpidos…
Un hecho curioso sucedió hace unos días. El gobierno chileno reclamó a la Argentina por colocar unos paneles solares que se introdujeron tres metros adentro del suelo chileno, que fueron instalados por una empresa privada para una base de la Armada.
La Argentina reconoció el error, causado por un viejo alambrado mal colocado en el límite entre ambos países, y prometió retirar los paneles (ya lo hizo), sin embargo la noticia recorrió el mundo, pues, diferentes medios recogieron la información así como las palabras del presidente chileno que sin necesidad adoptó un tono enérgico, llegando a formular una seria advertencia…
En fin, la retórica nacionalista siempre tiene su audiencia, la desmesura también. Recuerdo que Julíán Marías decía que la desmesura, la inestabilidad, la propensión al extremismo que existe en América obedecía a la herencia española. No sé si es tan así, pero no hay duda que estos disvalores están fuertemente arraigados en la región y son causa de conflictos permanentes.
Lo cierto es que más allá de las narrativas que se tejen en los centros de poder, en los medios, en las redes sociales, y en la calle con lo que la gente habla todos los días y que se convierte en realidad, existen numerosas necesidades vitales insatisfechas.
La desconexión entre la ciudadanía y las dirigencias es patética. Y cuando las urgencias existenciales apremian se impone el sentido común y el criterio humanitario.
Los sueños faraónicos y las promesas de un futuro peraltado (Ortega y Gasset decía que los argentinos queremos un destino peraltado), no pueden sustituir a las prioridades reales, las que demandan una gobernanza razonable y justa, pues, se trata de carencias tangibles que el Estado debe abordar y resolver.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)