Son impresionantes las imágenes de los más de un millón y medio de personas de personas, la mayoría vestidas de negro que, según los organizadores, han acudido a manifestarse pacíficamente este domingo, 18 de agosto de 2019, en Hong Kong.
Las concentraciones –unas autorizadas y otras no- se han producido organizadas por el Frente Civil de Derechos Humanos, que pide una concentración “racional y no violenta” que niegue por sí misma las acusaciones de “terrorismo” que llegan de Pekín, y colectivos opuestos al gobierno chino, y también al de la Región Administrativa Especial (RAS) de la República Popular de China, que piden una democracia auténtica y la dimisión de la “gobernadora”, Carrie Lam.
La cita de esta undécima semana reivindicativa es en el Parque Victoria, en el centro de la ciudad, informa la enviada especial de Radio France International, en una crónica que incluye un enlace para poder seguir las marchas en directo. A las 21 horas (local, 13:00 GMT), las agencias internacionales informaban de que se habían manifestado familias enteras y no se habían producido incidentes destacables.
Como en anteriores ocasiones desde 2014, manifestantes de todas las edades se cubren con paraguas multicolores, esta vez porque hoy llueve con ganas en Hong Kong, aunque también podrían servir para desviar proyectiles en caso de que la policía actúe con contundencia porque esta primera concentración está autorizada, pero no las siguientes marchas convocadas, por lo que la policía ha cerrado varios accesos y balizado el perímetro del parque.
En principio, los manifestantes se han citado para una marcha “pacífica y no violenta”, en sus comentarios en las redes sociales han insistido en la necesidad de que no se repitan los estallidos de violencia que tuvieron lugar en los dos días de ocupación del aeropuerto, fundamentalmente para evitar dar argumentos al gobierno de Pekín y que se produzca una intervención de las fuerzas de seguridad de la República Popular China, un fuerte contingente de las cuales –militares y blindados- se encuentra concentrado en el polideportivo de la vecina ciudad de Shenzhen, oficialmente “de maniobras”.
Tras la concentración en el Parque, numerosos grupos de manifestantes han iniciado una marcha en dirección al barrio de Admiralty, ignorando la prohibición policial pese al riesgo de que acabe en un enfrentamiento violento, como ya ha ocurrido esta misma semana tras la ocupación del aeropuerto.
La imagen de las movilizaciones, hasta ahora muy popular entre la ciudadanía, ha quedado deslucida tras la agresión sufrida por dos personas sospechosas de ser espías del poder central de Pekín, que ha distribuido en sus medios las imágenes de los deslices cometidos en el aeropuerto, para desacreditar el movimiento y frenar la movilización.
Aireando el fantasma de la masacre de 1989 en Tiananmen, el diario nacionalista anglófono Global Times, próximo al poder, aseguraba el viernes 16 de agosto que una eventual intervención armada en Hong Kong no sería, de ninguna manera, una repetición de la carnicería militar de entonces: “En Hong Kong no habrá una repetición del acontecimiento político del 4 de junio de 1989”, se podía leer en el periódico, en una alusión desconocida hasta ahora a los sucesos -que figuran en la lista de los asuntos tabúes del país- que causaron un número de muertos estimado entre 400 y 1000 según las fuentes (en China es imposible conocer la verdad de casi nada), entre ellos al menos medio centenar de policías, y un número incalculable de miles de heridos; según el gobierno chino, 241 muertos y 7000 heridos.
Las movilizaciones, nacidas en el pasado mes de junio como rechazo a un proyecto de ley que autoriza las extradiciones de delincuentes a China y protagonizadas inicialmente por estudiantes, han ido ampliando las reivindicaciones hasta la petición de sufragio universal para la elección de los gobernantes del territorio, y de resolución de muchas causas pendientes sectoriales, entre las que destacan las de los trabajadores de la sanidad de la semana pasada y la de los enseñantes de ayer. Desde el comienzo la policía ha detenido al menos a 700 personas.
En virtud del principio “Un país, dos sistemas” que presidió la retrocesión de Hong Kong (colonia británica desde el siglo XIX) el 1 de julio de 1997, los habitantes del territorio independiente disfrutan de libertades desconocidas para los habitantes de China continental, hasta 2047: La ciudad conserva su moneda, el dólar hongkonés, sus propios sistemas judicial y legislativo, que garantizan derechos como el de manifestación, se mantiene con régimen capitalista y sirve de escaparate a China, aunque no tiene ninguna competencia en materia de diplomacia y defensa.
Pero los manifestantes consideran que el gobierno de Pekín cada vez respeta menos esas libertades, y hace la vida imposible a cualquiera que manifieste simpatía por el movimiento prodemocracia, como le ha ocurrido al director general de la compañía aérea Cathay Pacific, Rupert Hogg, quien según el digital belga Le Vif se vio obligado a dimitir el día 16.
Según la oposición, el gobierno chino ha invitado a los propietarios de las mayores fortunas de Hong Kong a pedir el cese de las manifestaciones: Li Ka-shing, considerado el hombre más rico de la isla –una roca de tan solo 1.104 kilómetros cuadrados-, publicó ese día un artículo de opinión pidiendo la paz, basándose sutilmente en textos de la poesía clásica “y con un lenguaje que tiene varios niveles de lectura”.
El territorio semiautónomo de Hong Kong, incorporado a China desde antes de nuestra era, fue ocupado en el siglo XIX por los ingleses que le apodaron “el puerto de los perfumes”. En la década de 1980, cuando iban a devolverse a China los territorios vecinos de Hong Kong por expiración de un contrato de 99 años, Londres y Pekín negociaron el regreso de la colonia al regazo chino: el gobierno de Margaret Thatcher se retiró de Hong Kong a cambio de que el de la República Popular de China respetara durante cincuenta años el sistema capitalista, lo que se conoce como el principio de “un país, dos sistemas”.
En teoría, Hog Kong dispone de un ejecutivo que, si se respetara la Ley Fundamental, debería ser elegido por sufragio universal. Pero no es lo que ocurre. Al frente de la región se encuentra Carrie Lam, de 62 años –educada en un colegio católico y licenciada por la Universidad de Cambridge- nombrada en marzo de 2017 por un comité de grandes electores fieles al gobierno chino, a la que sus detractores califican de “marioneta de Pekín”. Según el diario británico Financial Times, ha intentado dimitir en varias ocasiones desde el comienzo de la crisis, pero no le han dejado hacerlo.
En 2017, Radio France International informó de la destitución de seis diputados de la oposición “por haber faltado al respeto a China utilizando un tono, un ritmo o una pronunciación dudosos en el momento de jurar” el cargo.
En 2018, las autoridades de Hong Kong prohibieron a Chan Ho-tin, líder del partido HKNP –Hong Kong National Party- y otros cinco militantes presentarse a las elecciones, por considerar que entre sus objetivos estaba “hacer de Hong Kong una república independiente”.
En abril de este año 2019, se anunció el proyecto de ley de extradición de delincuentes (que dados los criterios del gobierno chino puede incluir a “detenidos arbitrariamente, ONG, intelectuales, trabajadores sociales, defensores de los Derechos Humanos, periodistas…”, según un comunicado de Human Rights Watch) a China continental, que ha sido el desencadenante de las últimas once semanas de protestas.