Roberto Cataldi[1]
En los días que corren, más allá de la pandemia, del clima bélico, de la crisis de los commodities (sobre todo los alimentos), del problema energético y de la retracción económica globalizada, el malhumor social se traduce, entre otras cosas, por el simbolismo de la abstención en ejercer el derecho al voto, aun siendo obligatorio en muchos lugares, y por la falta de credibilidad de las instituciones.
Muchos políticos se identifican, como dice un colega especializado en psiquiatría, con el papel que asume el abusador sexual, y añade que hoy por hoy un político con escrúpulos pertenece a la mitología, es un ser salido de un cuento de hadas. No sé si es tan así, creo que no son pocas las excepciones, pese al justificado enojo de la sociedad y ciertas desviaciones del sistema, situación que aprovechan los líderes populistas en su engañosa campaña, pero lo cierto es que la línea que separa el poder del abuso es una línea muy sinuosa. Y esto siempre fue así, bástenos el ejemplo del medioevo donde no existía la propiedad privada porque el rey era el dueño de todas las tierras, además de ejercer en algunos casos el derecho de pernada. Los asesores y expertos del príncipe representaban muy bien el papel del sofista de la antigua Grecia.
Hoy la libertad en sus diferentes representaciones o materializaciones, y el derecho a la propiedad privada, son dos pilares en los que se funda cualquier régimen democrático. Desde ya que la libertad no es absoluta, hay ciertos límites y su contrapeso es la responsabilidad, sin embargo desde el poder existe una tendencia impulsiva y vehemente por querer limitarla arbitrariamente, recurriendo a diversos artilugios.
Algunos gobiernos se aprovecharon de la situación sanitaria de la pandemia para imponer aquellas normas y leyes que no se hubieran atrevido ni siquiera a mencionar en tiempos normales. Afortunadamente las redes sociales, con sus riesgos y defectos, son un aliado en la defensa de la libertad de expresión, también en la denuncia de acciones criticables que muchos medios de comunicación ignoran, minimizan o tergiversan, incluso las redes logran conectar activistas o gente con intereses comunes, apoyan causas humanitarias y luchan por derechos que hacen a la dignidad ciudadana.
En cuanto a combatir la propiedad privada es algo recurrente en los gobiernos con vocación dictatorial, como si este derecho que permite gozar del fruto del trabajo propio fuese un vicio, y para ello apelan en su relato a la emocionalidad de las masas. Pues bien, quitándoles los bienes a sus legítimos dueños no se solucionan los problemas estructurales, las experiencias al respecto fueron negativas porque estos problemas exigen políticas de estado, además de terminar con ciertos privilegios y dar muestras de ejemplaridad. En efecto, ciertas gestualidades por parte del poder de turno pueden inspirar a los ciudadanos, como es el caso de revelar auténtica austeridad personal, cuidar los dineros públicos y establecer prioridades razonables en la gestión. Que haya grandes capitales y bienes inmuebles urbanos que se han amasado al calor de la corrupción o de negocios turbios, no implica caer en generalizaciones injustas y avanzar sobre la institución de la propiedad privada en perjuicio de la ciudadanía, en todo caso habrá que hacer cumplir la ley con aquellos que la burlan y gozan de impunidad, cuando no de obscenidad.
Las dirigencias actuales procuran dejarse llevar por sus deseos pero descuidan las ideas que pretenden imponer en el discurso. En efecto, no les interesa deconstruir las narrativas, ni propias ni ajenas. Tampoco les importa lo que piensan las mayorías si estas se mueven como «mayorías silenciosas» y son obedientes.
Los economistas, que pasan por ser los intelectuales de nuestros días, son entrevistados permanentemente en los medios, sobre todo para que describan una realidad que muchos no entendidos en la materia ven con claridad meridiana, además de padecerla. En fin, no son intelectuales ni políticos, salvo contadas excepciones. Pero desde mucho antes de nuestra era la economía ha sido manejada bajo distintas visiones y no ha logrado resolver los grandes problemas de la humanidad.
El emperador Diocleciano (284-305), además de dividir el imperio romano y perseguir a los cristianos, ante las quejas del pueblo romano por el incremento de los precios de los alimentos, estableció el control de precios y la pena de muerte para quien violase la medida, también para evitar la especulación prohibió a los campesinos que dejaran de sembrar y a los hijos de los soldados que dejaran de ser soldados, y dicen que fue el primer paso hacia el feudalismo. El fracaso golpeó las puertas de Roma con mayor inflación y desabastecimiento. Ya entonces como ahora se hacía sentir el peso del autoritarismo, los privilegios de la política, los abusos, el intervencionismo, la glorificación de la guerra y el mal uso de los dineros públicos por parte del Estado.
Luego el colonialismo transformó el mundo, trajo progreso pero también sometimiento. Riquezas para unos y pobreza para otros. Las consecuencias están a la vista, más allá que en la historia de todo país siempre surja la tragedia y el conflicto. Hoy tenemos reacciones violentas con los inmigrantes y los refugiados, resabios históricos difíciles de superar, inestabilidad política, guerras que procuran justificarse a través de distintas interpretaciones o relatos, pero los daños son patentes. Muchos son los que buscan la paz, que no solo se define por la ausencia de la guerra, también por la desigualdad, la discriminación o la pobreza, ya que pueden engendrar violencia. Y parafraseando a Camus, no somos pocos los que rechazamos mentir sobre lo que sabemos y nos resistimos a la opresión.
Sócrates pudo salvarse de la cicuta pero decidió aceptar un veredicto injusto, pues, le ofrecieron un escape seguro y se negó, prefirió morir defendiendo sus principios morales. Un proceder excepcional que quedó registrado a fuego en la historia de la humanidad. Claro que también en la Antigua Grecia había otras formas de morir en vida, como el ostracismo, ya que para algunos el destierro significaba la pena de muerte. Hoy cualquier bribón que comete un desfalco o una gran estafa y es descubierto, se autoexilia en algún país donde no exista la extradición, incluso construye un relato que justifica su proceder a la vez que se declara inocente. Lo curioso es que no faltan los que admiran esta viveza reñida con la moral, y esto forma parte del cambio de valores.
En plena Segunda Guerra Mundial, Janusz Korczak, judío-polaco, médico pediatra, pedagogo innovador y escritor, dirigió durante 30 años el orfanato de los niños judíos de Varsovia. Pensaba que, «No se puede dejar el mundo tal y como está». Renunció a la actividad privada para dedicar su vida a los niños y luchó para que fueran respetados, independientemente de las circunstancias y de la religión. Le ofrecieron salvarse del Holocausto y se negó. En Treblinka, según dicen, marchó hacia la muerte junto a más de doscientos chicos de su orfanato y decenas de educadores que colaboraban. A pesar de la resistencia de las autoridades nazis e incluso de la resistencia polaca, no quiso abandonar a sus huérfanos, prefirió morir asesinado con ellos en un campo de exterminio. En fin, no hay duda que no somos todos iguales, no todo nos da lo mismo, y no todos tenemos un precio como sostienen algunos canallas.
Esgrimiendo la idea del progreso el hombre embistió a la naturaleza con el lema que había que vencerla, como si ésta fuese su enemiga, sin darse cuenta que jamás la vencería. Y se olvidó que la fugacidad y la fragilidad de la vida humana están representadas en la frase latina: «memento mori» (recuerda que morirás), algo que ignoran los que apuestan a la inmortalidad. A lo largo de la historia muchos artistas recurrieron a símbolos visuales, bástenos las calaveras, para así llamar la atención y motivar la reflexión sobre la naturaleza efímera de los bienes materiales, la arrogancia de quienes se vanaglorian de sus posesiones, y la necesidad de enfocarse en la vitalidad del alma o en los asuntos espirituales. El hombre ha revelado ser el mayor depredador que existe sobre la tierra, pues, elimina vidas humanas, destruye el medioambiente, y hasta piensa en conquistar otros planetas. Pero siempre está afrontando hambrunas, epidemias, guerras, entre otras catástrofes. Y la eterna indagación por el significado de la existencia humana, su condición y la presencia del mal, sigue siendo una ímproba búsqueda, en unos con denuedo bíblico, en otros con afán filosófico de saber.
Vivimos en un mundo donde las vulnerabilidades están distribuidas desigualmente, donde hay muchos problemas estructurales que tienen un carácter determinista y fatalista. Un mundo globalizado pero no integrado, donde el afán de lucro ha desplazado muchos valores sobre los que asentaba el funcionamiento de las sociedades. Hoy nos movemos entre dos extremos. Por un lado el ámbito de la tecnología de punta y la investigación científica de avanzada, que tiene un nicho establecido de consumidores. Por otro lado, la pobreza y sus consecuencias que asolan al planeta. Si la ética tiene como finalidad hacer el bien a la mayor cantidad de seres humanos, debemos reconocer que algo no estamos haciendo bien, ya que cada vez hay más vidas precarias.
Desde la antigüedad hasta nuestros días comprobamos que los focos de conflicto siguen siendo los mismos, al igual que los vicios y los siete pecados capitales, tal vez porque el ser humano se revela incompetente para controlar sus pasiones. De todas maneras, pienso que el poeta seguirá hablando del amor, el artista de la belleza, el novelista de la ficción, el filósofo de la sabiduría, el político del poder, el religioso de la fe, el moralista de la tradición, y el intelectual seguirá develando la verdad. Como decía Lucio Anneo Séneca: «El camino de la doctrina es largo; breve y eficaz, el del ejemplo».
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)