La Revolución Cultural China: historia de una impostura

Un libro que aclara algunos de los episodios menos conocidos de la historia reciente de China

La denominada Gran Revolución Cultural fue en realidad el desastre más grave de la historia reciente de China. Dos prestigiosos expertos en el país asiático, Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, han estudiado en profundidad este acontecimiento, uno de los menos conocidos de la historia del siglo XX. Sus conclusiones se han publicado con el título “La revolución cultural china” (Ed. Crítica).

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Xulio Formoso: Mao y la Revolución Cultural

Los prolegómenos

Tras el fracaso que supuso para Mao Zedong el Gran Salto Adelante, que costó millones de muertos entre 1959 y 1961, el régimen comunista chino necesitaba un fuerte aliciente para movilizar a una población devastada por la hambruna durante aquel trienio negro. La nueva operación para movilizar a la sociedad y depurar el régimen de tentaciones revisionistas fue bautizada como Gran Revolución Cultural. Pese a que nunca fue reconocido oficialmente, documentos internos del propio Partido Comunista Chino admiten que se trató del desastre más grave de la historia reciente de China.

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Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals: La gran revolución cultural china, editado por Crítica,

En este libro, Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals, dos prestigiosos expertos en el país asiático, estudian en profundidad aquellos años y aportan nuevos datos sobre uno de los acontecimientos más enigmáticos de la historia contemporánea.

En 1965 Mao Zedong envió a su esposa Jian Qing a Shanghai para prender la primera chispa de la Revolución Cultural: una operación de desprestigio contra el intelectual marxista Wu Han por haber publicado La destitución de Hai Rui, una obra calificada de desviacionista. Jian Quing acababa de cumplir la exigencia de los compañeros de Mao de mantenerse al margen de la actividad política durante 25 años (se había unido a Mao en 1939 desplazando a una heroína revolucionaria que había sido la compañera del Gran Timonel desde los años de la Larga Marcha).

Simultáneamente, Mao destituía a Peng Zhen, alcalde de Pekín y responsable cultural del PCCh, por haber permitido representar en la ciudad una ópera prohibida. Fueron las primeras víctimas de una serie de purgas, defecciones, exilios, defenestraciones, suicidios inducidos, autocríticas y humillaciones públicas, que no iban a parar hasta la muerte de Mao. Entre las primeras víctimas estuvo Liu Shaoqui, a quien el propio Mao había designado como su sucesor, acusado de traidor, renegado y esquirol, y de horribles crímenes nunca demostrados contra el Estado (fue rehabilitado tras la muerte de Mao).

En febrero de 1966 un grupo de altos funcionarios calificó de ideológica y artísticamente defectuosas una gran cantidad de películas y obras de teatro que se podían ver en todo el país. Libros como El Conde de Montecristo de Dumas o El guardián entre el centeno de J.D. Salinger fueron prohibidos por obscenos. Era el modo de justificar la necesidad de una revolución cultural socialista: transformar la educación, la literatura y el arte para facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema. Durante la sesión del politburó que decidió las primeras purgas en el PCCh, se anunció oficialmente el lanzamiento de la Gran Revolución Cultural Socialista, el intento más ambicioso de liquidar cualquier tipo de revisionismo.

Allí mismo se constituyó el Grupo Central para la Revolución Cultural, su órgano más importante, integrado por diez intelectuales entre los que estaban Jian Qing y Chen Boda, al que se atribuyen algunas de las obras más revolucionarias firmadas por Mao (P.426). Su aparato burocrático llegó a emplear a miles de personas.

Para que la Revolución Cultural triunfase había que poner en marcha una de las máximas de Mao: destruir para construir. Para convertir la revolución en un verdadero movimiento de masas se necesitaba el apoyo de obreros, campesinos, industriales y soldados. El apoyo de los estudiantes se inició a través de una compleja operación desde el campus de la Universidad de Beida, en Pekin, en una guerra de pancartas promaoístas que el poder político se encargaba de propagar, y de la crítica a profesores a los que se acusaba, con bases poco sólidas, de establecer planes de estudios burgueses o revisionistas.
Pero lo que determinó la adhesión masiva de los estudiantes fue la decisión del Gobierno de Mao de suspender las clases por tiempo indefinido para que los estudiantes se entregasen a la revolución a tiempo completo. A partir de ese momento se organizaron por todo el país manifestaciones multitudinarias, marchas ruidosas con tambores e instrumentos de percusión, algarabías y desfiles festivos.

Al control de la Universidad sucedieron los del Departamento de Propaganda, el Diario del Pueblo y la Agencia de noticias Xinhua. Este era el punto de partida desde el que Mao pretendía crear un mundo feliz con una nueva generación de dirigentes, tras las purgas masivas de viejos camaradas acusados de nostálgicos del capitalismo.

El terror rojo

Durante el verano de 1966 se desata el terror. La Joven Guardia Roja, cuyo origen estaba en la Universidad, fue bendecida por Mao (Llevad la Gran Revolución Proletaria hasta el final) en su objetivo de fulminar a los reaccionarios del mundo. En pocos días se celebraron en Pekín ocho grandes concentraciones masivas de estudiantes convertidos en jóvenes guardias rojos. En la última, Mao se dejó ver ante doce millones procedentes de toda China para transmitirles el espíritu de la Revolución Cultural. A partir de ese momento los guardias rojos se dispersaron por todo el país para luchar por la eliminación de “Los Cuatro Viejos”: viejas ideas, vieja cultura, viejos hábitos y viejas costumbres. En su diabólica misión, llevaron a cabo una de las más sanguinarias operaciones contra revisionistas, anticomunistas, capitalistas, traidores… muchos de los cuales no eran nada de todo esto. Se cambiaron los nombres de las calles, de las tiendas, de las escuelas, de los teatros, de los hospitales, de los periódicos, de las revistas… así como los nombres de pila con supuestas connotaciones feudales. Se prohibieron las fiestas tradicionales. Se obligó a la gente a cambiar el vestido y la apariencia. Los mismos guardias rojos cortaban en las calles los pantalones entallados y los zapatos de punta afilada o de tacón, una acción que nos recuerda a la época de Esquilache en la historia de España. A las chicas se les cortaban las trenzas, consideradas asimismo como residuos feudales.

Se saquearon casas y se confiscaron propiedades de familias de clase burguesa. Algunos residentes en ciudades fueron expulsados de sus hogares y repatriados a las tierras de sus ancestros. Se torturó y asesinó a miles de inocentes en todo el país. En las comunas de Daxing se ejecutaron en una sola noche a 325 residentes: la víctima de más edad tenía 80 años; la más joven 38 días. En Pekín la violencia causó en dos semanas la muerte de más de cien profesores y cuadros educativos mientras a otros se les asignaban tareas humillantes. Se destruyeron estatuas budistas, bibliotecas públicas, lugares de interés cultural o histórico, como el Templo de Confucio de Shandong y la tumba de Wu Xun, un héroe cultural del siglo XIX, acusados de haber propagado la cultura feudal.

Por primera vez, la juventud de China estaba siendo educada en la cultura de la violencia y tampoco se libró de sus efectos: este movimiento de masas en condiciones miserables e insalubres, que se puso en marcha desde todos los rincones del país, preparó el terreno a una epidemia masiva. En 1967 se habían registrado más de tres millones de casos de meningitis y más de 160.000 muertos por enfermedades.

Según la Guardia Roja, la resistencia generalizada a la Revolución Cultural se debía al “impacto persistente” de la línea burguesa reaccionaria, que incluía a líderes de alto rango, por lo que a principios de 1967 se inició otra purga contra dirigentes políticos y centros de cultura, educación y salud pública, supuestos semilleros de revisionismo. El ministerio de Cultura fue abolido y sus poderes quedaron sometidos al Grupo Central. A finales de ese año la situación política era cada vez más caótica y los ataques de todos contra todos se sucedían desde unas y otras posiciones. El Ejército Popular de Liberación se iba haciendo con importantes sectores de poder, lo que obligó a Mao a hacer concesiones a sus altos mandos. La gravedad de la situación económica hizo que las autoridades se plantearan la inconveniencia de mantener a los obreros y campesinos chinos participando en la Revolución Cultural de la misma manera que los estudiantes y los intelectuales, a pesar de que un documento político redactado por el Grupo Central rechazaba cualquier tipo de conflicto entre la producción y la revolución y achacaba la situación económica a prácticas contrarrevolucionarias y capitalistas de un pequeño grupo de miembros del partido.

En Wuhan se produjo entonces un levantamiento político-militar contra la Revolución Cultural que se extendió a todo el país. El estado de agitación llevó a Mao a calificar la situación de guerra civil generalizada.

Poco a poco los obreros revolucionarios y el ejército fueron desplazando a los estudiantes del protagonismo de la Revolución Cultural. Tras dos años de cierre de los centros de educación se ordena el regreso de los estudiantes a sus lugares de origen para reanudar las clases en octubre y el propio Mao acusa ahora al Grupo Central de provocar un desbarajuste en el partido, en el gobierno, en las fábricas y en el campo.

Mao y Lin Biao (su nuevo sucesor) exculparon a los guardias rojos de las matanzas y el terror pero promovieron su dispersión: los días de gloria de la Guardia Roja se acabaron en agosto de 1968 aunque su presencia en la vida política se prolongase diez años más.

Algunos altos cargos del PCCh se atrevían a poner en duda el acierto de la Revolución Cultural y lamentaban que había pasado de ser una cruzada por la rectitud ideológica y por una sociedad igualitaria y colectivista, a transformarse en una lucha por el poder. La reacción fue otra operación de purga contra cargos políticos y militares. La operación “Limpieza de categoría de clase” contra la Conspiración del 16 de Mayo (una supuesta conspiración que nunca existió) desató una investigación contra 10 millones de personas, algunas de las cuales pasaron de un día para otro de ser izquierdistas revolucionarios a traidores revisionistas y espías del capitalismo.

El Grupo de Evaluación de Casos, creado para la ocasión, fue la más grande inquisición de la historia del PCCh. Nuevos asesinatos, suicidios, encarcelamientos, expulsiones, desenmascaramientos, defecciones… formaban parte de una operación que añadía ahora nuevas figuras delictivas como japoneses, títeres, espías de EEUU, revisionistas coreanos, mongoles y soviéticos.

La economía seguía derrumbándose estrepitosamente y la red de ferrocarril, en otro tiempo uno de los logros de la revolución china, se colapsó con los millones de guardias rojos viajando gratuitamente y asaltando los nudos ferroviarios. Mientras, en el IX Congreso del PCCh Mao Zedong afirmaba: la situación de la Gran Revolución Cultural Proletaria en todo el país no es simplemente buena, sino excelente (P.384).

El fin de la revolución cultural

Durante la década de los 50 se había producido un alejamiento entre China y la URSS a causa de las políticas revisionistas de Kruschev en relación con el estalinismo y el culto a la personalidad de Stalin. Pese a la caída de Kruschev y el retorno a políticas más ortodoxas, Mao nunca se fió de la URSS y, tras el fiasco del Gran Salto Adelante, temía una revisión sobre su propia persona y la restauración del régimen capitalista en China, promovida por el Kuomintang, el gobierno de Chiang Kai-shek refugiado en la isla de Formosa y apoyado por EEUU. Los enfrentamientos de finales de los sesenta en la frontera sino-soviética fueron aprovechados por Mao para alertar sobre el peligro de una guerra entre las dos potencias y desviar la atención del pueblo chino de una Revolución Cultural que se iba apagando.

Sorprendentemente para muchos, los EEUU de Richard Nixon iban a convertirse en los aliados de China frente a la URSS, tras haber votado en la ONU por la legitimidad de la China maoísta frente a la de Chiang Kai-shek. Pasado el peligro, Mao aprovechó para resaltar el papel de la Revolución Cultural en el avance en las relaciones China-EEUU. La oposición de Lin Biao a esta nueva estrategia provocó su defección y su huida a la URSS con su familia en un avión que se estrelló a las pocas horas de despegar.

Una nueva operación de limpieza ideológica contra los radicales iba a llevarse por delante a Chen Boda (acusado de falso marxista, traidor, espía y arribista) mientras Jian Qing trataba inútilmente de aferrarse al poder después de que Mao condenase las actividades de la Banda de los cuatro, de la que era impulsora, disconforme con los planes de sucesión de Mao (el nombre de Banda de los cuatro se debe al propio Mao). Mao aprovechó el elogio que su esposa había hecho de uno de los personajes de la novela A la orilla del agua, un clásico del siglo XV, para criticar su actividad durante la Revolución cultural, ya que consideraba a ese personaje como la encarnación de los valores más negativos de la sociedad china, pero no ordenó contra ella ninguna acción de castigo.

Zhou Enlai, el nuevo sucesor de Mao, permitió la reaparición en las librerías de obras prohibidas, promovió la actividad cultural de cantantes, pintores y poetas censurados durante la Revolución Cultural y propuso rehabilitar a algunas de sus víctimas. Su enfermedad propició el regreso de Deng Xiaoping como nuevo sucesor de Mao. Su papel se centró en activar la economía, la cultura y la educación y devolver al ejército a su papel anterior a la Revolución Cultural. Pese a los progresos, los radicales consiguieron que se destituyese a Deng Xiaoping y se nombrase a Hua Guofeng como sucesor de Mao, aunque la Banda de los Cuatro seguía boicoteando la acción del gobierno.

Tras la muerte de Mao en septiembre del 76, Hua ordena la detención de los cuatro por “crímenes contra el partido y el socialismo”. La Revolución Cultural había llegado a su fin. Los historiadores coinciden en afirmar que fue una época terrible, de la que ha emergido, como reacción, la China actual, más próspera y quizá algún día democrática.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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